La paradoja del Gobierno y el partido

La paradoja del Gobierno y el partido

Los partidos políticos son organizaciones para la obtención del poder. Tal vez por ello el diálogo entre partidos es imposible en la práctica, pues sólo cabe en su relación mutua la competencia o la alianza para alcanzar o mantenerse en el poder.

Los partidos políticos son organizaciones para la obtención del poder. Es algo de lo que nos avisan todos los manuales de ciencia política; pero que apenas atendemos, inclinándonos por mantener la imagen liberal de elitistas clubs en los que se discute sobre valores, principios, los intereses de la nación -concepto al que están vinculados- y el progreso de la Humanidad.

Todo el funcionamiento de los partidos políticos y lo que se denomina "maquinaria" va dirigido a la obtención del poder. Tal vez por ello el diálogo entre partidos es imposible en la práctica, pues sólo cabe en su relación mutua la competencia o la alianza para alcanzar o mantenerse en el poder. Entienden de acciones tácticas, marrulleras en buena parte de las ocasiones, y, a lo sumo, de acciones estratégicas. Pero, para nada, de acciones comunicativas, destinadas a entenderse con los otros. Ni siquiera a escuchar al otro, si no es para atacarle.

Quede claro que tal disposición de los partidos políticos no está determinada por las personas que los gestionan o por los liderazgos. Es su lógica de funcionamiento y quien participa en ellos, participa de ella. De aquí que: a) quienes en mayor medida conocen sus entresijos, como los tesoreros o gestores económicos, tienen argumentos morales -más o menos secretos o escasamente públicos- contra todos los que han pasado por ahí; b) quienes desean cambiar las formas de hacer política, se niegan a organizarse en forma de partido político. Aun cuando las alternativas al partido político sean aún confusas, se reconoce lo que no se quiere; pero no es fácil jugar a la política, que es el juego del poder y por el poder, y renunciar al instrumento que, hoy por hoy, principalmente lleva al poder.

Cuando el partido llega al poder, se produce un proceso semejante al de la reproducción celular. De aquí que me permita denominarlo: cismogénesis. El Gobierno, de la nación o de la región, tiende a separarse de la célula (partido) que le ha llevado hasta allí. ¿La razón? Parece difícil de explicar. Se mezclan dimensiones simbólicas con el lanzamiento de un mensaje a la sociedad: ser un gobierno de todos y no sólo de los militantes o partidarios. Otra, alejarse de las sombras de los procedimientos que han llevado al partido hasta el poder y los fantasmas de quienes han participado en la parte oscura de los mismos. Así, se empieza por incluir en el Ejecutivo a "independientes", significándose por tal término personas que carecen del carnet del partido. Personas con las manos limpias. Primeras acciones que llevan a los primeros recelos entre Gobierno y partido, pues, desde aquí, se le reprocha al primero que quienes se han manchado las manos han sido los que estaban mañana, tarde y noche en las sedes del partido.

En España, desde que un partido político obtiene mayoría suficiente para formar Gobierno, hasta que llegan las próximas convocatorias electorales, tiende a producirse una historia de distanciamiento progresivo entre Gobierno y partido en el Gobierno. Salvo en el histórico caso de UCD, nunca se ha llegado al divorcio; pero la partición cismogenética crece con cada problema que surge. Precisamente porque no llega al divorcio, se representa la reconciliación en cada nueva convocatoria electoral.

En el caso de la última legislatura socialista, vimos el esfuerzo que los líderes del PSOE hicieron por separarse del Gobierno de Rodríguez Zapatero. Empezaron a crecer barones y baronesas, que hacían llegar su disentir con las acciones de gobierno. De poco sirvió porque aquí a los gobiernos se les juzga por lo que hacen y no por lo que hace el partido político que los sustenta, por mucho que el próximo programa electoral se llene de renovadores principios o arrepentimientos. Es un examen por lo hecho. Así, pudimos asistir a la derrota de líderes socialistas muy bien valorados en las encuestas, con reconocimiento de su gestión, en las elecciones autonómicas y municipales. Pagaron la valoración que se hacía de Rodríguez Zapatero.

La paradoja es patente. El partido es una organización para llegar al poder; pero, una vez que alcanza el poder, será juzgado por lo que hace su "alter ego" en forma de Gobierno. De aquí que digamos que las elecciones no la ganan los partidos sino que las ganan o, sobre todo, pierden los Gobiernos. Por ceñirnos a tiempos cercanos, el PP de Rajoy no ganó las elecciones, sino que las perdió el PSOE de Rodríguez Zapatero, aun cuando no se presentase el líder socialista. De hecho, es la parte del PSOE que las sigue perdiendo. También, por ello, el runrún que empezaba a sonar por el caso Gürtel, con implicados que entonces alcanzaban a presidentes de comunidades autónomas gobernadas por el PP, apenas era escuchado. Se evaluaba a un Gobierno y no a los partidos. Y se le evaluó bastante mal.

Consciente de tales procesos y ante el creciente olor a podrido que sale de la sede central del PP, el Gobierno de Rajoy se esfuerza actualmente en aumentar la distancia con el partido político. El último acto de síntesis entre ambas instituciones fue la declaración de Rajoy tras la publicación de los denominados papeles de Bárcenas. Y lo hizo, principalmente, para señalar que él, como presidente de Gobierno, no tenía nada que ver con lo que se decía en aquellos papeles, que eran mentira, "salvo alguna cosa". Después, ni nombrar a la "bicha" Bárcenas, dejando las -dudosas- explicaciones al partido, en las figuras de Cospedal y Floriano, que pasarán a nuestra historia como actores aficionados llamados a representar unos papelones imposibles.

Rajoy cree que se le evaluará por su gestión en el Gobierno y sus resultados. A pesar de que algunos hablen de crisis institucional y de cambio de cultura política de los españoles, hasta ahora ha tendido a ser así, a juzgarse por las acciones de Gobierno y no por las acciones de partido.

Si la cultura política española sigue igual, al partido que está en el Gobierno se le juzgará por las acciones de éste. Por ello, el empeño de Rajoy en crear un mar de distancia, un cordón sanitario, entre Gobierno y PP. Entre los pocos elementos que rompen tal distancia se encuentran Arias Cañete, que actualmente realiza un discreto mutis por el foro, y, sobre todo, Ana Mato, candidata a salir a las primeras de cambio. Cuestiones del destino: el cordón sanitario que se quiere construir queda roto por la responsable de sanidad.

De momento, puede decirse que en los descensos de intención de voto al PP que muestran las encuestas, pesan más acciones como la reforma laboral, la supresión de pagas, las medidas anunciadas en educación o la subida de impuestos, que los oscuros líos de papeles, sobres, despachos y contabilidades Z de la calle Génova. Es más, esto último nos entretiene, habiéndose inaugurado el culebrón político-trágico-cómico.