Apuntes de mi paso por la Ruta 66

Apuntes de mi paso por la Ruta 66

Mi paso por la Ruta 66 se resume en una foto fija con banda sonora, un plano efímero que de repente funde a negro, donde se me ve conduciendo por un tramo aleatorio de la Ruta mientras escucho a John Denver. La canción, claro, es Country Roads; y el tramo es uno de esos de recta infinita y absoluta soledad.

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Supongo que hay momentos especiales, de esos que en Inside Out se convertirían en recuerdos esenciales con forma de bola amarilla, contaminada de Alegría pero con ese toque azul Tristeza que le da el pasaporte a la eternidad. Se crece, ya saben; pero al mando siempre siguen los mismos.

Mi paso por la Ruta 66 se resume en una foto fija con banda sonora, un plano efímero que de repente se funde en negro, donde se me ve conduciendo por un tramo aleatorio de la Ruta mientras escucho a John Denver. La canción, claro, es Country Roads; y el tramo es uno de esos de recta infinita y absoluta soledad. Lo que cualquiera espera cuando piensa en la Ruta 66, The Mother Road. Mano izquierda en el volante, mano derecha libre, media sonrisa en el labio y el sol de frente, escondiéndose por el oeste, hacia donde lleva la Ruta y hacia donde siempre se viaja.

Country Roads take me home, to the place I belong.

Siempre se viaja a casa, y 'casa' siempre es el oeste. El Oeste, esta vez con la 'o' mayúscula, es el destino de todo viaje que tenga la desfachatez de denominarse como tal. Siempre es atractivo liberarse de las ataduras, salir corriendo y dejar todo atrás, cargar un coche con una mochila y seguir adelante. Y el camino del nómada, decía Wallace Stegner, "siempre lleva al Oeste"; sea en las películas de John Ford, en el breve diario de Chris McCandless o en las novelas de Keouac. La Ruta 66 termina en California, la meta de los 'okies' que emigraban huyendo de la Gran Depresión, dibujada como tierra prometida en Las Uvas de la Ira, pero también como edén en En el Camino. Es the final and ultimate destination, el no va más, donde ya no puedes perseguir más al sol al atardecer.

THE MOTHER ROAD

Hice la Ruta 66 en el verano de 2015. Tres semanas de viaje que me llevarían a recorrer todo Estados Unidos, desde las orillas del lago Michigan en Chicago hasta la orilla del Pacífico en Santa Mónica, Los Ángeles. Fuimos cuatro personas, dos parejas, dispuestas a recorrer más de 5.000 kilómetros escuchando a la Creedence, a los Byrds, a John Denver o a Lynyrd Skynyrd. Quisimos ser cuatro free byrds preguntando al paisanaje si, eventualmente, había visto alguna vez la lluvia. Nosotros la veríamos en las llanuras de Missouri, pero eso no lo sospechábamos en lo más alto de la más alta torre de Chicago. Allí, todavía, la gran ciudad contemporánea cumplía con creces las expectativas que siempre genera el líder del mundo libre.

La Ruta 66 es una carretera es desuso. Es el camino más famoso del mundo; pero, oficialmente, ya no existe. Hoy es el mejor icono de la ingenuidad y determinación que hizo de Estados Unidos lo que es y lo que fue, en dulce decadencia, viviendo de recuerdos y dotando de coherencia narrativa a un relato históricamente ganador.

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El US Bureau of Public Roads contrató en 1924 a Cyrus Avery, hombre de negocios de Tulsa y responsable de las autopistas de Oklahoma, para desarrollar una nueva red interestatal que conectara el país. Avery trabajó durante 1925 conectando múltiples carreteras ya construidas, pero lo que de verdad tenía en mente era una carretera que vertebrara el país uniendo Chicago con Los Ángeles. Se llamó, en un primer momento, US 60; pero el Estado de Kentucky quería que su carretera principal, la US 62, se llamara US 60.

Fue en una reunión en Springfield (Missouri), un 30 de abril de 1926, cuando se Avery y su compañeros se dieron cuenta de que el número 66 estaba libre. A Avery le gustaba cómo sonaba: eran dos cifras iguales, recordables, susceptibles de convertirse en icono. Se lo comunicó a Washington y lo que una vez fue la US 60 se convertiría en la US 66. El 11 de noviembre se oficializó la nueva red interestatal, que incluía a la 66, aunque no se señalizaría hasta un año después. La Ruta empezaba en Chicago (Illinois) y recorría -recorre- ocho Estados: Illinois, Missouri, Kansas, Oklahoma, Texas, Nuevo México, Arizona y California. Atravesaba el país hasta finalizar en Los Ángeles, en Santa Mónica, con un recorrido total de 2.278 millas. La Ruta se conoce como The Main Street of America (la principal calle de América) porque pasaba, y pasa, por las Main Street de infinidad de pueblos y ciudades entre Chicago y Los Ángeles.

Llegó la Gran Depresión. La 66 se convirtió en la vía de escape de miles de emigrantes de la zona centro del país, arruinada, hacia la próspera California. La ruta retratada en Las Uvas de la Ira fue también una de las principales vías de tránsito de suministros durante la Segunda Guerra Mundial. Su uso intensivo fue, paradójicamente, su tumba. La Ruta empezó a verse desbordada tras los años de paz y prosperidad, la explosión del automóvil y la construcción de suburbios para la clase media. Los planes para crear otra red mucho más ambiciosa comenzaron cuando el intenso tráfico desbordó los escasos dos carriles que la forman.

"La mayoría del tiempo, de hecho, estarás prácticamente sólo"

La 66 fue descatalogada a mediados de los años 80, cuando la población de Williams, Arizona, perdió la batalla legal que mantenía para evitar la construcción del tramo de la I-40 que pasaba por su término municipal. Fue la última población atravesada, oficialmente, por la 66. El 13 de octubre de 1984 tuvo que aceptar, finalmente, la inauguración de la I-40, enterrando y condenando al olvido a la Ruta 66.

La carretera 'sustituta' de la 66, de Chicago a St. Louis (Missouri), es la I-55; de St. Louis a Oklahoma City la I-44 y de Oklahoma City a Los Ángeles la I-40. Las tres son grandes autopistas, con varios carriles por sentido, de las que no entran en los pueblos ni captan las esencias de los lugares por los que pasan. La Ruta original sigue ahí, acumulando historias y desprendiendo esperanza.

En muchos tramos parece simplemente una vía de servicio paralela a la autopista, cruzándola constantemente y desviándose a todos los pueblos cercanos. Está frecuentada por lugareños con pick-ups, muchos moteros y algún turista, pero el tráfico es infinitamente menor que el de la autopista. La mayoría del tiempo, de hecho, estarás prácticamente solo. El pavimento se conserva medianamente bien, aunque hay tramos impracticables. Pero la Ruta habla. Grita, te agarra y te atrapa. Te enseña lo que siempre debió mover el mundo: la libertad, la esperanza y la belleza. Envuelta constantemente en un halo de mitomanía, la Ruta 66 se ve constantemente interrumpida por Roadside Atractions, pueblos fantasma, moteles abandonados, gasolineras museo, coches oxidados y personas deseosas de compartir contigo lo que poco que tienen y lo mucho que son.

"Seguir la ruta original no es nada fácil"

Seguir la Ruta original no es nada fácil. Hay Estados donde la carretera está mejor señalizada y otros donde no hay prácticamente ninguna señal. La señal que indica la Ruta es de color marrón, como las que indican los sitios históricos y los lugares de interés, y se denomina Historic Route 66. Hay Estados como Illinois, Missouri o Arizona donde resulta sencillo orientarse con las señales; otros como Texas o Nuevo México donde es prácticamente imposible. Es imprescindible llevar un mapa de la Ruta original Estado por Estado y un GPS. El GPS no reconocerá la Ruta y el viaje se convertirá en una lucha constante contra el aparato: él quiere que te incorpores a la autopista, tú no la quieres ver ni en pintura.

Es fácil perderse, pero más fácil es ir por la autopista. Las interestatales deben ser evitadas a toda costa, salvo en aquellos tramos en los que la 66 simplemente deja de existir y se incorpora a la autopista. Siempre vuelve a salir pocas millas después, cuando tomas el desvío y te vuelves a encontrar la misma y ya familiar carretera estrecha y descuidada que te lleva a casa.

La Ruta es cultura, es cine y literatura y representa lo más profundo de las esencias que forjaron Estados Unidos; pero sobre todo es música. Son demasiadas horas de coche como para no ir armado con la música que engrandece la música: rock sureño, country, blues y otros géneros de esos que suenan puramente americanos. Si hay un viaje para disfrutar de Bob Dylan, Bruce Springsteen, Los Byrds, Buffalo Springfield, la Creedence Clearwater Revival, Van Morrison, Chuck Berry, John Denver, Elvis Presley, Tom Petty, Lynyrd Skynyrd, Jerry Lee Lewis, Louis Armstrong, Willie Nelson, Feddy Fender, Dolly Parton, Boston, Alison Moorer, Tennessee Earnie Ford, Roger Miller, Johnny Cash, Kenny Rogers, Alabama o Kansas; créanme: es este.

CONTRASTES

Llegamos un quince de agosto. Chicago se plantaba calurosa, metálica y breve. Bañada por un lago de esos que no terminan, de los que no tenemos en Europa, 'la ciudad del viento' dibuja un asombroso conglomerado de rascacielos, restaurantes, turistas y modernidad.

Dos días después, a primera hora de la mañana, estaríamos preparados para arrancar en la esquina de Adams con Michigan bajo la señal de inicio de la Historic Route 66. Y solo unas horas después perderíamos para siempre ese halo de contemporaneidad para adentrarnos en un territorio intesamente verde, plagado de gasolineras abandonadas, gasolineras rehabilitadas y moteles que pasaron a mejor vida. Contrastes. La 66 es un contraste constante.

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Fue la mother road, la main street of America, y hoy es un bello recuerdo que destila libertad. Pero los turistas que la transitan no llenan el número disparatado de moteles, restaurantes y gasolineras que una vez necesitó la Ruta. Ocurre lo que siempre ocurre en Estados Unidos: la solución más simple es la correcta. Se dejan sin más, se abandonan y quizá, con suerte, alguien lo adecente y coloque un pequeño cartel en el que ponga 'roadside atraction'. Algún turista, en el futuro, parará, hará fotos y dejará propinas. Y en Illinois, al principio, cada punto es todavía un mundo nuevo. Cada curva, cada recta, cada desvío. Cada pueblo, cada casa. Cada una de las cosas que ves es simplemente 'la Ruta 66'.

"La capacidad de los americanos para reinventarse y reivindicarse incluso con los iconos que se asocian a lo peor de sí mismos es asombrosa"

Illinois también es Lincoln. Fuimos a ver su tumba en Springfield algo perturbados porque en el coche llevábamos sonando Dixieland, pero en los ranchos que rodean la Ruta, esos donde hay coches enterrados y anuncios descoloridos, la confederada ondea con la bandera yanqui. Sin traumas ni rencores, o eso parece en la habitual soledad de la visita. Solo tres banderas en el mundo se han convertido en iconos pop: la Union Jack británica, las barras y estrellas estadounidenses y la vieja enseña de batalla que usaban los confederados en la Guerra de Secesión. Se recuperó como icono del rock sureño, popularizada por grupos como Lynyrd Skynyrd o Alabama. Fue el emblema de la rebelión, la lucha contra el poder establecido, la carretera y los sonidos eléctricos que se escuchaban por debajo de la Línea Mason-Dixon.

Esa interpretación captura, en cierto modo, lo que la Ruta representa, y ondea en la parte de atrás de muchas de las Harley Davidson que se cruzan, acompañada de la bandera estadounidense y la del país de origen del motero que conduce. La capacidad de los americanos para reinventarse y reivindicarse incluso con los iconos que se asocian a lo peor de sí mismos es simplemente asombrosa.

La Ruta está constantemente salpicada de 'the world's largest loquesea', de 'world famous loquesea' o de 'best loquesea in town'. Sabes que no puede ser cierto, pero qué más da: así las cosas siempre saben mucho mejor. La Ruta 66 no sería lo que es, lo que fue, sin la capacidad de épica estadounidense. El poder narrativo de una historia bien contada y bien construida mueve mundos. Mueve masas y genera marcos. La Ruta no es la Ruta, es el marco que lleva de la mano: es aguantar horas y horas por rectas desoladoras sabiendo que en ese momento, y solo en ese, eres eterno; es soportar calor intenso y desierto sabiendo que así lo habría hecho John Wayne, es comer hamburguesas grasientas sabiendo que en California espera El Dorado.

PAISANAJE

El paisanaje es, quizá, lo único comparable al paisaje. Eterna sonrisa, ganas de ayudar, compartir y aprender. El americano es hospitalario, simpático y curioso. Desde Cuba (Missouri), conocida como The Mural City por los numerosos murales dedicados a la Ruta que adornan sus calles llenas de carteles en castellano que dicen 'Viva Cuba', hasta Venice Beach, Los Ángeles; pasando por Albuquerque (Nuevo México), Oatman (Arizona), Chloride (Nevada) o Pontiac (Missouri). Los sitios no son sitios, son la gente que los puebla. La película Cars, de Pixar, es un homenaje a la Ruta 66 y sus protagonistas toman el nombre del paisanaje que forjó y mantiene la 66.

La vida en el continente es singular y, sobre todo, es on the road. Y no hay nada más on the road que el camino hacia el Pacífico.

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Ah, sí. Son pocos. Quizá uno, nada más. Pero todavía queda algún lugar sin alma en la 66. St. Luis, Missouri, tiene un arco. También tiene el Mississippi, pero sobre todo tiene prisa porque te vayas. Hazlo rápido. Nunca hubo un reparto tan desigual de alma desde que el mundo es mundo. Contrastes: abandonar St. Louis y descubrir Missouri.

LAS LLANURAS

Las pocas millas que atraviesan Kansas condensan mucho de lo que es la Ruta en este primer tramo. La dulce decadencia de Galena, lo surrealistamente histórico del Arch Bridge, las señales pintadas en el suelo y eterna sensación de tránsito. Oklahoma, 'the native State', es el Estado que más millas concentra de Ruta. La 66, en Oklahoma, es todavía una carretera estatal en uso. Le quita el encanto postapocalíptico, pero lo facilita enormemente. Entre Miami y Afton se conserva el tramo más antiguo, una preciosa y estrechísima carretera llena de baches. También se encuentran algunas de las roadside atractions más emblemáticas, como la Blue Whale de Catoosa o la Soda Bottle de Arcadia. Oklahoma City ofrece más de lo que parece, sobre todo en el Bricktown District, regado por canales, bares y la posibilidad, nada desdeñable en Estados Unidos, de poder pasear sin coche.

Tras lugares como Hydro, el museo del a Ruta 66 en Clinton o la ciudad fantasma de Texola; la Ruta llega a Texas. Texas es el único Estado sureño, de los que fueron parte de los Estados Confederados de América, que atraviesa la Ruta. Oklahoma no existiría como tal hasta 1907. En la segunda mitad del siglo XIX se conocía como 'Territorio Indio' y las tribus que lo formaban apoyaron a los confederados, cuya Constitución reservaba asientos en su Congreso para los nativos.

"El paisaje texano, en esta zona, es monótono y polvoriento"

La Confederación admitiría también a Missouri, aunque nunca llegó a controlarlo de manera efectiva. Texas sí enarboló la cruz sureña. La Ruta atraviesa la parte norte, el 'sombrero' donde está Amarillo y su Cadillac Ranch, otra de las atracciones históricas de la Ruta 66. En Adrian, Texas, está el Midpoint de la Ruta 66, el punto geográfico exacto en el que hay la misma distancia, 1139 millas, hacia Chicago y hacia Los Ángeles. El paisaje texano, en esta zona, es monótono y polvoriento. La 66 no está bien señalizada y termina pronto en Nuevo México.

Hay sitios curiosos como la torre de agua torcida Britten o la enorme cruz antiabortista de Groom, además de la famosa hamburguesa del Big Texan en Amarillo. Hay un lugar llamado Jericho Gap conocido por ser una zona mal asfaltada, una 'trampa' donde se quedaban los furgones de las familias 'okies' que emigraban a California durante la Gran Depresión. También nos atrapó a nosotros.

EL OESTE

Nuevo México suena indiferente. Nadie tiene las mismas expectativas de Nuevo México que de Arizona, California o Texas; pero precisamente por eso se convierte en uno de los más genuinos Estados atravesados por la Ruta. La arquitectura de Santa Fe o del Old Town de Albuquerque es única y sorprendente.

La mezcla de las tres culturas -hispana, india y anglosajona- adquiere un significado especial y el paisaje empieza a ser el característico del oeste americano, uno de los lugares más singulares y espectaculares del mundo. El oeste se recrea plenamente en Arizona, pero Nuevo México no se queda atrás. Santa Fe y Albuquerque son las dos ciudades más bellas de la Ruta, aunque fue precisamente en Albuquerque donde nos desviamos por primera vez de la Historic Route 66. Fue para llegar al Four Corners, un extraño punto donde se cruzan, en perfecta línea recta, las fronteras de Utah, Colorado, Nuevo México y Arizona. El sitio, un parque tribal navajo, está relativamente cerca de lo que fue el siguiente destino. El que más esperaba, el que da la bienvenida a Arizona y el que seguramente fue mi favorito: el Monument Valley.

El Monument Valley está en la frontera de Utah y Arizona. Es un parque tribal navajo atravesado por una única carretera, la 163. En su entrada por el norte se observa la clásica postal que se ha convertido, por derecho propio, en el paisaje más recurrente cuando se habla de road trip. Está indicado como el 'Forrest Gump Point': es justo el punto donde Forrest Gump decide parar en seco tras varios años corriendo por el país. El Monument Valley es hoy el punto más importante de la nación navaja. Fue John Ford el que lo puso en el mapa con sus películas del oeste, permitiendo que los navajos vivieran, desde su popularización, del turismo que llega a este punto maravilloso en mitad del desierto.

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La Ruta no atraviesa el Monument Valley. Tampoco el Four Corners, el Gran Cañón del Colorado o el Antelope Canyon, que son sin duda los dos lugares más espectaculares y singulares del viaje. Del viaje y de los que he visto hasta hoy. Tampoco Las Vegas está en la Ruta original; pero pasa demasiado cerca como para dejar de ir. El Oeste es radicalmente distinto. Es lo más espectacular, es lo que no se borra de la retina. Si hubiera que salvar solo un sitio de la futura y previsible invasión alienígena sería Arizona. Porque lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas y porque California es la meta.

Y las metas solo tienen poder en el camino.

EL DORADO

California llega después de Las Vegas y el surrealismo delirante que lo rodea. La Ruta acaba en el Pier de Santa Mónica, en la costa del Pacífico. La señal que marca el final de la Ruta, the end of the trail, está sobre el mar, envuelta en un enjambre de turistas que la fotografían con la desfachatez de no ser parte de su historia.

California es el último de los contrastes, porque más allá solo queda mar, Pacífico y atardeceres. Es otro mundo, uno que no tiene cabida en el interior. Uno que justifica por sí solo los más de 5.000 kilómetros, las nueve décadas de historia y los millones de derivados de una Ruta que, hoy por hoy, es imbatible.

El Pacífico está frío. Pero hay que mirar Los Ángeles desde su orilla y levantar la vista mucho más allá, hasta lo más alto de la más alta torre de Chicago. La descarga de tiempo, vivencias y kilómetros tranquiliza al océano. Lo templa. Nivela las energías y te empuja a volver a la arena, secarte y prepararte para hablarle de tú a tú a ese El Dorado que llevas persiguiendo desde hace tres semanas.

Los Ángeles.

Lo has conseguido.