Del Superagente 86 a San Google

Del Superagente 86 a San Google

¿Cómo es posible que alguien lleve todo el día encima su teléfono y continuamente interactúe con él a través de llamadas, mensajes, navegación por internet..., y ni siquiera conozca los nueve dígitos que identifican la línea telefónica con la que tiene acceso a todo eso? Eso no pasaba en la época del zapatófono de Maxwell Smart.

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A muchos jóvenes de hoy les parecerá que realizábamos proezas increíbles, pero recuerdo aquellos tiempos en los que nos sabíamos de memoria los números de teléfono de nuestros amigos. Bueno, de la casa de sus padres, claro; durante los ochente y principios de los noventa, los únicos móviles que conocíamos eran los que salían en El Equipo A o el zapatófono del Superagente 86.

Hoy en día, prácticamente todos tenemos un teléfono móvil. Esto, a priori, podría entenderse como un síntoma de evolución. O quizá no... Hace unos días le pedí su número a una persona que tenía interés en que estuviésemos en contacto:

- Sí, claro. Espera un momento que lo mire en la agenda, que no me lo sé. Es que tengo una memoria malísima (risas).

- Vale, vale.

¿Cómo es posible que alguien lleve todo el día encima su teléfono y continuamente interactúe con él a través de llamadas, mensajes, navegación por internet..., y ni siquiera conozca los nueve dígitos que identifican la línea telefónica con la que tiene acceso a todo eso? Vaaale, es cierto, antiguamente los de provincias sólo teníamos que aprender 6 números.

La verdad es que no es la primera, ni la segunda vez que me sucede eso (no por repetido me parece menos triste). La revolución tecnológica nos ha hecho avanzar en muchos campos, pero a la vez nos hacer perder poco a poco algunas capacidades.

Con la excusa de la practicidad y la rapidez, ¿cuántos de nosotros calculamos mentalmente nuestras operaciones cotidianas? Hace un tiempo viajaba en el AVE hacia Madrid al lado de unas chicas que venían de pasar un fin de semana en Toledo. Era el momento de hacer cálculos de lo que había pagado cada una y de ver lo que se debían entre ellas. Por supuesto, una de ellas tenía instalada una aplicación en el móvil que le iba pidiendo que introdujera datos y se lo calculaba todo, no era necesario calentarse la cabeza. Es cierto, así es más cómodo.

Probablemente, la mayoría de nosotros no nos lo planteemos, pero creo que es obvio que lo que no usamos, poco a poco lo vamos perdiendo. Si no hacemos cálculos mentales, poco a poco iremos perdiendo esa capacidad y cada vez nos costará más tratar de hacer una operación de cabeza. Si no memorizamos ni siquiera el número de teléfono de nuestra pareja, nuestros padres o hijos, nuestros amigos, ¡¡ni siquiera el nuestro!!, cada vez nos costará más memorizar cualquier cosa. Y digo yo, ¿para qué voy a memorizar nada si cuando me haga falta lo puedo mirar en Google o en el peor de los casos en un libro? Pues hombre, a lo mejor si la usamos un poquito más, la mente nos dura en condiciones un poquito más.

A veces me preguntan:

- Oye, pero a ti, aparte de para un torneo de memoria de esos a los que vas, ¿en tu vida real para qué te sirve memorizar una serie de 1000 números binarios o una baraja de cartas?

Y respondo yo:

- Oye, lo de salir todos los días a darle siete vueltas al parque corriendo para terminar en la misma esquina en la que empiezas, ¿en tu vida real para qué te sirve?

- Hombre, porque luego me encuentro mucho mejor, y a la larga se nota.

- Pues eso.