El terrorismo yihadista como amenaza transnacional

El terrorismo yihadista como amenaza transnacional

Dispositivo de seguridad en Tarragona tras el atentadoEFE

Otra vez el terrorismo yihadista vuelve a hacer presencia en España, trece años después de los atentados del 11 de marzo de 2004 en la estación madrileña de Atocha. Y nuevamente, el terrorismo se reivindica como una de las grandes amenazas transnacionales, hasta el momento irresolutas, acumulando en lo que llevamos de 2017 cerca de 400 atentados, de los cuales, el 90% se ha focalizado en buena parte de Oriente Medio y el continente africano.

España, en el punto de mira

Aunque España lleva mucho tiempo en la órbita de la amenaza yihadista, como señala Fernando Reinares, no puede obviarse el hecho de que de los 178 individuos con actitudes y creencias propias del salafismo yihadista detenidos en España entre 2013 y 2016, casi el 80% se encontraron, por este orden, en Barcelona, Ceuta, Madrid y Melilla. Asimismo, solo en Barcelona se encuentran casi la mitad de las congregaciones salafistas existentes actualmente en España.

Esta exposición, como es sabido, se debe a una doble razón. Por un lado, por tratarse, como país occidental, de lo que el yihadismo denomina como "fuerzas de ocupación" al servicio de Estados Unidos en buena parte del mundo musulmán. Por otro lado, como parte de la antigua Al-Andalus, otrora región nuclear del Califato, desposeída en favor de quienes finalmente fueron y son enemigos del islam. Además de estos dos factores simbólicos, existirían otros de carácter coyuntural que igualmente coadyuvan a la exposición de España a este tipo de amenazas, tal y como sucede con el reciente aperturismo del conflicto sirio o con la porosidad que en los últimos años ha experimentado Marruecos en cuanto a nutrir de voluntarios la causa del Estado Islámico (EI).

A pesar del buen hacer de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en España, esto no es óbice para entender que el nivel de proximidad al terrorismo yihadista permitía aceptar, antes o después, que el país sería objeto de algún acto terrorista. Tanto es así, que otro consabido experto en esta cuestión como es Manuel Torres, ya alertaba cómo en 2016 el número de menciones a España desde la propaganda islamista radical no solo venía creciendo desde 2004, sino que en 2016 llegó a su registro más alto, con 44 menciones expresas.

La porosidad de la amenaza

Aun con todo lo anterior, la capacidad de prevención resulta sumamente compleja por el propio factor de transformación que ha experimentado este tipo de terrorismo. Lejos de atentados sofisticados, como los del 11 de septiembre, se han modificado sus lógicas de acción y desde hace unos años vemos cómo artilugios caseros o coches y furgonetas fungen como perfectos instrumentos para actuar. Ello, toda vez que Internet y las redes sociales, igualmente, actúan como perfectos canales desde los que transmitir y emitir mensajes, cada vez con mayor duración en el tiempo, pero donde igualmente la propaganda y las redes de radicalización obtienen efectivos réditos.

En la mayoría de los casos acontecidos en Europa podemos ver cómo los responsables parecen responder a un paulatino proceso de radicalización que implica cambios tanto en el individuo como en su entorno social inmediato, y donde el reclutamiento de adeptos a la yihad se erige en buena medida por la eficacia de discursos simplistas y reduccionistas en los que Occidente se erige como la razón de todos los males del mundo musulmán. Esta construcción dogmática Olivier Roy la denomina como el "Islam Universal" (universal Islamist state) y afecta tanto a Europa como a aquellos países musulmanes donde, por el contacto con Occidente, es posible interpretar desviaciones en la práctica religiosa que reclama la yihad.

Tampoco se puede pasar por alto el hecho de que la radicalización que acompaña a buena parte de los atentados en Europa requiere de una importante carga emotiva, más allá de condiciones sociales o económicas de exclusión, como algunos plantean. Es decir, en cualquier caso, resulta imprescindible la concurrencia de sentimientos de injusticia o humillación que, interiorizados, son instrumentalizados por los conectores informativos, el proselitismo virtual y las redes de reclutamiento. Así, éste se trataría de un proceso paulatino, nada inmediato, en el que el mensaje radicalizado debe interiorizarse, y transformar al individuo y su cotidianidad para concluir en una fase de yihadización previa al desencadenamiento de un acto terrorista. Un proceso igualmente complejo que, como plantea Michael Wieviorka, es donde hasta el momento las políticas contraterroristas muestran mayores debilidades y dificultades.

El papel de los medios informativos debe evitar incurrir en simplificaciones y exigencias con un mundo musulmán que es tan ajeno como víctima a la vez del terrorismo.

Otra dificultad añadida reposa en que el terrorismo yihadista atraviesa las escalas geográficas de lo global, lo estatal y lo local a partir de un sentido de la violencia que se nutre de las dificultades y carencias de la sociedad en cuestión, pero también de elementos de sentido mundializados. Quizá, es por esto que combatir el terrorismo tal y como se presenta ante nuestros ojos requiere de una lógica transnacional, tanto en términos reactivos como estrictamente preventivos. Lo anterior, porque aun cuando los sentimientos de rechazo y repulsa a los actos terroristas se suceden en todo el mundo, los mecanismos de respuesta y prevención continúan entendiéndose, mayoritariamente, en clave estrictamente estatal.

Terrorismo yihadista, mundo musulmán y medios de comunicación

Todo lo anterior desemboca en que, tragedias como la de Barcelona, confieren una particular centralidad al islam dentro de la agenda pública, política y mediática – que retroalimenta los discursos, entre otros, de la extrema derecha europea. Y es que, a pesar de que el mundo musulmán representa una minoría en Europa, éste es percibido, como reflejan los barómetros de opinión, como una amenaza central para la convivencia.

Bien por factores como la multiculturalidad y los fenómenos migratorios de la división internacional del trabajo que generan políticas de racismo, exclusión o estigmatización y que alimentan a su vez respuestas reaccionarias; bien por la asimilación de hechos que proyectan al islam dentro de una amenaza reducida a imágenes violentas provenientes de Irak, Afganistán o Pakistán, entre otros, Oriente se termina construyendo en muchas ocasiones como la oposición en esencia a las bondades de Occidente.

Sin embargo, estas categorías arriba/abajo o dentro/fuera no son suficientes por sí mismas y es imprescindible una mayor responsabilidad informativa en algunos medios de masas que contribuyen a desfigurar estos acontecimientos dirigiendo un mensaje en el que el islam se reduce a un factor de inseguridad cuando no de terrorismo.

Todo lo contrario, en días como estos, los medios deben de evitar poner al islam en el debate público exigiendo apoyos, respaldos políticos o movilizaciones de condena que no son exigidas a otros grupos y que exponen a la comunidad musulmana como de freno que contrarrestar la inseguridad además de alimentar estigmas e, incluso, disquisiciones perversas del tipo "si se invita a los musulmanes a actuar contra el terrorismo, ¿no es porque tienen algo de responsabilidad?"

De lo sucedido trágicamente en Barcelona, por tanto, podríamos extraer distintas consideraciones que no son nuevas. En primer lugar, que España se encuentra en una posición de amenaza y exposición creciente desde hace años. Que la transnacionalidad en la gestión de la amenaza y las acciones prevención del radicalismo son tan imprescindibles como complejas. Y que el papel de los medios informativos debe evitar incurrir en simplificaciones ni en exigencias con un mundo musulmán que es tan ajeno como víctima a la vez del terrorismo.