La 'amable' extrema derecha europea

La 'amable' extrema derecha europea

La extrema derecha europea incorpora rostros jóvenes, mujeres, y no le importa la condición sexual, pero mantiene tres elementos indiscutibles, presentes en todos sus relatos: euroescepticismo y profundo neoliberalismo, nacionalismo a ultranza y, por extensión, xenofobia hacia el diferente, especialmente, si guarda relación con el islam.

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Foto: EFE

Definitivamente, la extrema derecha europea ha cambiado su rostro. Ha dejado atrás su imagen adusta y, adaptada a los tiempos que Guy Debord denominaría, en 1967, como La sociedad del espectáculo, ha incorporado una impronta de simpatía, proximidad y (peligrosa) normalidad. Basta con observar figuras políticas como Matteo Salvini (Liga Norte italiana), Marine Le Pen (Frente Nacional), Geert Wilders (VVD holandés) o la líder de Alternativa para Alemania, Frauke Petry.

La extrema derecha europea incorpora rostros jóvenes, mujeres, y no le importa la condición sexual -recuérdese que Haider en Austria o Fortuyn en Holanda eran homosexuales- invitando a pensar que elementos como el patriarcado o la orientación sexual son issues del pasado. Empero, la nueva extrema derecha europea mantiene tres elementos indiscutibles, presentes en todos sus relatos: euroescepticismo y profundo neoliberalismo, nacionalismo a ultranza y, por extensión, xenofobia hacia el diferente, especialmente, si guarda relación con el islam.

La comprensión de cómo hemos llegado aquí pasa, necesariamente, por entender cómo el contexto de grave crisis económica por el que viene transitando Europa desde 2008, aún irresoluta, ha desembocado en una creciente pérdida en la confianza y la legitimidad sobre los partidos tradicionales, y ha abierto una ventana de oportunidad para estos nuevos partidos, latentes cuando no completamente relegados, desde la Segunda Guerra Mundial.

Su auge pasa por cómo ha sabido modular su marcado mensaje reaccionario desde lo que se conoce como la "tetralogía de la xenofobia", es decir, la globalización genera inmigración, la cual deriva en desempleo, lo que supone delincuencia y, por ende, inseguridad. Resultado: la inmigración, producto de la globalización, es el mal de todos los males.

No se puede banalizar una posibilidad de retorno del fascismo que está ahí, al acecho, y más cerca que nunca.

Esto se complica, si cabe más, por las propias contradicciones izquierda/derecha en las que desemboca el presente escenario posfordista producto a su vez del modelo capitalista actual. Así, la inseguridad, la falta de certeza económica, la desafección política y el distanciamiento con quienes ostentan el poder político, la alienación y el desencanto con un Estado cuyos gobernantes son incapaces de resolver el contexto actual de crisis, añadido a la prioridad de un escenario donde se han salvaguardado los intereses del mercado a la vez que obviado las necesidades de la población civil, terminan por dirigirnos hacia un perfecto caldo de cultivo para la emergencia de partidos y coaliciones de marcada impronta neofascista.

Y en esas estamos, amenazados por un rostro amable de la extrema derecha, seguida de millones de correligionarios, que son dirigidos por liderazgos, tan carismáticos como demagógicos, y que han sabido transferir al debate público nuevos conceptos de "nación" o "ciudadanía", con lo que se segmentar ideológicamente no ya sólo a los partidos más conservadores, sino a la ciudadanía en general. Todo lo anterior tenderá a favorecer la (re)incorporación de un cleavage en el que el "otro", el inmigrante, supone una amenaza en términos económicos, sociales y culturales frente al que urge actuar. Más si el terrorismo internacional opera como factor coadyuvante.

Sin embargo, lo cierto es que, todo lo anterior no hace sino crear nuevas fracturas que amenazan con implosionar la naturaleza del proceso integrador, y el valor agregado de cualquier atisbo de cosmopolitismo global. Ello, gracias también a una corresponsabilidad directa de una parte de la ciudadanía que atraviesa una profunda crisis de valores y que se siente cómoda con las posibilidades que ofrece la violenta pero amable extrema derecha. Una ciudadanía que expresa el fracaso de la educación democrática en tolerancia y respeto mutuo, y que torna en egoísmo el valor de la inclusión y la solidaridad. Una ciudadanía que evoca los fantasmas del pasado más oscuro de Europa y que nos muestra cómo fracturas sociales -raciales- trasnacionales originadas por una causa global son proyectadas, sin solución, a una problemática local. Una problemática local que, más que nunca, requiere de Europa y de sus Estados para actuar en aras de mayor inversión pública, redistribución de ingresos, igualdad social, valores cívicos, inclusión ciudadana, educación y bienestar. También las instituciones educativas, la universidad y los medios de comunicación son corresponsables en dicha cuestión. De lo contrario, parecemos abocados a repetir el error de los años treinta. No se puede banalizar una posibilidad de retorno del fascismo que está ahí, al acecho, y más cerca que nunca.