Mujeres, política y patriarcado mediático

Mujeres, política y patriarcado mediático

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La política, si por algo se caracteriza es por ser, como señalaba Bourdieu, un espacio de poder en el que ha predominado la masculinidad. Y es que, en el binomio mujer/política concurren diferentes percepciones sociales y atribuciones políticas por cuestión de género, que sesgan el sistema político y la producción e interpretación mediática con estereotipos que están presentes tanto en la cobertura de los medios como en la propia percepción de los votantes. Es más, la participación de la mujer en la política tiende a ser entendida como una rareza dentro de un sistema que impone un menoscabo a la igualdad de concurrencia y posibilidades entre mujeres y hombres.

La desigual cobertura mediática, en duración y calidad, que reciben las mujeres políticas sobre los varones, se recoge en el trabajo clásico de Pippa Norris (1997) Women, Media & Politics. En él, se evidencia que la imagen estereotipada de lo que debe ser femenino en política tiene como resultado inmediato que resulte más difícil para las mujeres que para los hombres convertirse en líderes, a tenor de roles tradicionalmente masculinos asociados a la política. Así, al respecto, algunos trabajos de ONU Mujeres en América Latina nos muestran cómo 1) las mujeres predominan el sector profesional periodístico, si bien los editores y cargos de producción informativa continúan siendo masculinos; 2) la cobertura mediática electoral de los hombres sobre las mujeres es casi seis veces superior, y la forma a través de la cual se informa, es decir, opinión, entrevista o editoriales, se traduce en mucha mayor profundidad y cercanía con respecto a los candidatos masculinos; finalmente, 3) casi la totalidad de las noticias carecen de elementos críticos y de cuestionamientos respecto de los estereotipos de género.

Lo anterior conecta con un marcado sesgo en la cobertura, en tanto que el género de las mujeres en política tiende a predominar frente a un tratamiento neutral de los hombres. De hecho, la imagen de la mujer en política no se desliga mucho de la de otros medios informativos, de manera que se mantiene el estereotipo de belleza y se enfatiza sobre informaciones que tienen que ver más con situaciones familiares o cotidianas, y que no afectan por igual a los varones políticos. Basta recordar el escándalo del posado de Soraya Sáez de Santamaría, en una entrevista de El Mundo; el discutido escote de Ángela Merkel en la apertura del nuevo edificio de la Ópera de Oslo; o la popularidad de los vestidos y escotes de otras mujeres de relevancia política, como Sarah Palin, Trinidad Jiménez o Michelle Obama.

El sistema mediático actual jamás dejó atrás su componente patriarcal, pues sigue asignando a las mujeres valores y elementos netamente reproductivos, sobre las que pesa una cobertura mediática de peor calidad y de menor alcance.

Lo anterior conecta con la imagen reproductiva y la esfera privada que reposa sobre la mujer en política, de manera que, indisociablemente a lo anterior, prima el estado civil o familiar con una trascendencia, nada comparable a los casos masculinos. La viudez de Cristina Fernández; la maternidad soltera de Michelle Bachelet en una sociedad conservadora como la chilena; la multitud de noticias sobre la igual maternidad soltera y el divorcio de María Dolores de Cospedal o los insultos a Anna Gabriel de las CUP, así como la portada de El Mundo a Inés Arrimadas, enfocando solo el pecho de ésta, pero con una foto de Albert Rivera al fondo, dan buena cuenta de hasta qué punto llega el (mal)trato mediático y la cosificación de la mujer sobre aspectos que, en el caso de los varones es por completo baladí.

Por continuar, cabría mencionar la excepcionalidad de entender a la mujer como un activo político autónomo, independiente del hombre. Y es que, con especial recurrencia, la figura política femenina solo se entiende por su conexión con una figura masculina previa, de la que resulta dependiente. Buena prueba de ello lo da Hillary Clinton –quien para buena parte de los medios está donde está por su matrimonio con Bill Clinton; las dos candidatas chilenas a la presidencia en 2013, Michelle Bachelet y Evelyn Mathiei, en tanto que hijas de militares del más alto rango en la dictadura de Pinochet; Cristina Fernández –esposa y viuda de Néstor Kirchner; Dilma Rousseff –delfín de Lula da Silva en el Partido de los Trabajadores; o incluso, en Europa, Ángela Merkel, heredera y protegida de Helmut Khol, o Ségolène Royal, expareja del actual presidente, Franҫois Hollande.

Finalmente, un elemento muy a tener en cuenta, y que lastra la posición de las mujeres en la política, tiene que ver con cómo se sustantivan los liderazgos, habida cuenta de que los rasgos y valores estereotípicamente asignados a la mujeres no se corresponden con los valores masculinos, sobre los que se construye el liderazgo. Esto conecta con la asignación de responsabilidades políticas, donde carteras como Defensa, Economía, Interior, Relaciones Exteriores o Hacienda son posiciones políticas mayoritariamente masculinas, frente a otras como Medio Ambiente, Derechos Humanos, Educación o Cultura, generalmente, femeninas.

A lo anterior, se sumaría la forma con la cual los medios se refieren a las mujeres en política, no en pocas ocasiones, por su nombre de pila, lo cual rebaja deliberadamente su estatus y relevancia. Rajoy y Soraya, Obama y Michelle, Bill Clinton y Hillary u Hollande y Ségolène son algunos ejemplos de cómo desde los medios se construye una imagen de relaciones sociales donde prima la referida masculinidad.

En conclusión, el sistema mediático actual jamás dejó atrás su componente patriarcal, pues sigue asignando a las mujeres valores y elementos netamente reproductivos, sobre las que pesa una cobertura mediática de peor calidad y de menor alcance. Algo que, sin duda, lastra la igualdad de presencia y participación política y conduce a la necesidad de aspirar a una comunicación pospatriarcal cuyo inicio parta de una representación no sexista de las mujeres en los diferentes medios de información y comunicación.