Siria sin remedio a la vista

Siria sin remedio a la vista

Para los Veintiocho de la UE todo parece resumirse en dejar que el tiempo pase mientras se tratan de taponar las entradas de refugiados hacia el territorio comunitario, de buscar la colaboración de otros países para la readmisión de quienes no sean bienvenidos entre nosotros y de consolidar un proceso de negociación que incluya al actual régimen sirio. Y así nada se va solucionar.

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Refugiados en Alemania/EFE.

Si el conflicto sirio ha vuelto a los titulares mediáticos y a la agenda política ha sido, fundamentalmente, como resultado de la crisis de los refugiados que actualmente agobia a la Unión Europea. A fin de cuentas, de allí proceden buena parte de las personas que tratan desesperadamente de escapar de un escenario de violencia en el que no cuentan con ninguna garantía de seguridad. Ni la situación militar sobre el terreno, ni la dinámica política han variado significativamente, pero en ambos campos se detectan movimientos que pueden derivar en cambios relevantes a corto plazo.

En el terreno militar -mientras cada actor combatiente trata de aprovechar las puntuales ventajas que les ofrecen sus enemigos, al no poder atender simultáneamente todos los frentes- se mantiene el empantanamiento general, sin que nadie disponga de medios suficientes para imponerse. Así, se suceden las ofensivas y contraofensivas en la práctica totalidad del país, con Daesh todavía sólido en las provincias del este (y también activo alrededor de Alepo e incluso en localidades muy próximas a Damasco), aunque sometido a un desgaste que difícilmente podrá soportar por mucho tiempo. Por su parte, el Ejército Libre de Siria sigue lastrado por sus propias debilidades internas (replicadas en la plataforma política que pretende integrar a los grupos opositores), lejos de constituir una maquinaria suficientemente operativa que agrupe a los llamados "rebeldes moderados" para hacer frente tanto a las fuerzas leales al régimen como a la pléyade de grupos yihadistas que pululan por el territorio nacional.

En estas circunstancias es precisamente el régimen sirio el que muestra actualmente mayores síntomas de fortalecimiento. Por un lado, se hace cada vez más visible el empeño iraní en sostener a su aliado, no solo desplegando en distintos frentes de batalla a efectivos de su potente Fuerza Al Qods (sin olvidar a los varios miles de combatientes del Hezbolá libanés), sino también suministrando inteligencia, material y armamento para evitar que decaiga su capacidad de combate; todo ello bajo la dirección del encumbrado general Qasim Suleiman. Por otro, Rusia parece haber tomado la decisión de elevar el listón de su desafío a Occidente (con Estados Unidos al frente), al incrementar notablemente el refuerzo a Bashar el Asad. Así, en estas últimas semanas se han sucedido las noticias sobre la llegada de buques logísticos a la costa mediterránea siria (con Tartus como referencia) y de aviones con destino a la base aérea de Basel al Asad (al sur de Latakia), con diverso material militar avanzado- desde carros de combate a vehículos blindados de transporte de personal, helicópteros, aviones, cañones y misiles de tecnología avanzada-, acompañados de asesores, pilotos y hasta unidades de operaciones especiales. Todo indica que se trata de un renovado esfuerzo por evitar a toda costa la hipotética derrota de un aliado que, en el campo político internacional también va recobrando presencia.

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Fotografía facilitada por la agencia siria SANA que muestra al presidente sirio, Bachar Al Asad durante los rezos del Eid al-Adha en la mezquita de al-Adel en Damasco/EFE.

Es así como hay que entender los recientes mensajes de gobernantes occidentales que comienzan a asumir que ha llegado el tiempo de hablar con el régimen sirio. De hecho, Moscú - mientras se dedica a asegurar la pervivencia del régimen en el terreno militar- sigue adelante con su idea de convencer a algunos de los llamados líderes rebeldes moderados de la necesidad de llegar a un acuerdo que les garantice la presencia en un Gobierno de unidad nacional transitorio, a cambio de compartir el poder con el propio Bashar el Asad. En la medida en que los Gobiernos occidentales no están dispuestos a desplegar sus propias fuerzas terrestres en un escenario tan complejo (la decisión francesa de activar algunos cazas es una buena muestra de esa falta de voluntad) y empiezan a convencerse de que ni los soldados iraquíes, ni los peshmergas kurdos, ni mucho menos los supuestos rebeldes moderados están en condiciones de derrotar a corto plazo ni a Daesh ni al régimen sirio (y no todos las capitales implicadas en el escenario sirio coinciden sobre cuál debe ser el orden de prioridades a establecer), Bashar el Asad refuerza su imagen como interlocutor imprescindible.

Visto así, no puede extrañar que muchos más sirios se añadan a los más de siete millones desplazados en su propio territorio y a los más de cuatro millones refugiados precariamente en los países vecinos y en la Unión Europea. Un flujo que -más allá de elucubraciones sobre el interés de algunos Gobiernos (como el turco o el saudí) por trasladar el problema a Europa, con el objetivo de forzar un cambio drástico en su contemplativa actitud frente a un conflicto en el que han cometido reiterados errores- responde fundamentalmente al instinto humano de preservar la propia vida. En definitiva, para los Veintiocho todo parece resumirse en dejar que el tiempo pase mientras se tratan de taponar las entradas hacia el territorio comunitario, de buscar la colaboración de otros países para la readmisión de quienes no sean bienvenidos entre nosotros y de consolidar un proceso de negociación que incluya al actual régimen sirio. Y así nada se va solucionar.