El triunfo del pragmatismo

El triunfo del pragmatismo

Cabe suponer que el acuerdo impulsará el desarrollo de una agenda en favor de los Derechos Humanos y las libertades, además de una deseable apertura económica. Como la experiencia histórica demuestra, antes o después, democracia y economía de mercado acaban ensamblándose.

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El fin de un año internacional bastante agitado nos ha dejado la noticia esperanzadora del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. Una decisión tanto más positiva por cuanto, sumidos en un periodo de reconfiguración global, no resulta nada sencillo consolidar escenarios de estabilidad. 2014 será recordado como el año en que China superó a EEUU como primera potencia económica, el grupo terrorista Estado Islámico se hizo sanguinariamente famoso a través de YouTube, Rusia intentó sacar provecho de la debilidad defensiva de Europa (con fatales consecuencias económicas) y la UE inauguró una nueva Comisión, confiando en apuntalar su recuperación y profundizar en su integración financiera.

Ante este panorama de tensiones, siempre incierto y más condicionado que nunca por conflictos geoenergéticos, es de celebrar que el continente americano cierre el año con un acuerdo -que coincide con el esperado anuncio de las FARC de un alto el fuego indefinido- que no puede sino tener efectos beneficiosos. Y no solo para los países concernidos, sino para todas las naciones de su entorno, incluida España.

¿Cómo ha sido posible el acuerdo y qué podemos esperar a partir de ahora? Más allá de la explicación oficial, que recuerda la falta de resultados de una situación que venía prolongándose medio siglo, los expertos apuntan a diversos motivos: la mediación del Papa, el cambio generacional -y de mentalidades- en la isla y el uso de la técnica del fracking, lo que no solo posibilita el autoabastecimiento de crudo por parte de EEUU sino que ha determinado la caída de su precio. Ello, qué duda cabe, ha alterado las relaciones de Cuba con Venezuela, un régimen que les suministra petróleo desde hace lustros pero que, al no haber diversificado su economía, se encuentra ahora al borde del colapso.

En paralelo a estas causas materiales, se encuentran los factores intangibles, representados en primer lugar por el Papa Francisco, quien ha asumido un papel diplomático de primer orden y cuyo gesto en esta ocasión -como nos ha recordado Jon Juaristi- coindice con los cien años de la tregua navideña auspiciada por Benedicto XV. En consecuencia, cabe suponer que el acuerdo impulsará el desarrollo de una agenda en favor de los Derechos Humanos y las libertades, además de una deseable apertura económica. Como la experiencia histórica demuestra, antes o después, democracia y economía de mercado acaban ensamblándose. En este sentido, el papel que juegue la sociedad civil como promotora del emprendimiento, las relaciones comerciales y la comunicación -ante todo, vía internet- será decisivo.

No obstante no conviene anticiparse imprudentemente al porvenir. De momento, aplaudamos este paso -fruto de la tolerancia y el respeto recíproco-, que ojalá sea el primer punto de un diálogo que conduzca al entendimiento pleno y al deseable fin del embargo. Un camino en cuyo horizonte se vislumbra el sueño de la integración de las Américas ("Todos somos americanos", afirmó Obama en español) y que España no puede permitirse el lujo de presenciar sin más. Y no tanto por sus intereses económico,s sino sobre todo, por ser ejemplo moderno de cómo reformarse en profundidad sin necesidad de rupturas y, por supuesto, por nuestra naturaleza congénita y vocacional de nación americana.