Rosalía.Cap.2.

Rosalía.Cap.2.

@rosalia.vt en Starlite.

La primera vez que vi a la nueva diva de lo hispano no fue en una cantera ni había reservados vip para wannabes veraniegos. La versión estival del Monkey Weekend mantiene la exquisitez en el gusto y Rosalía, hace un año, daba un recital flamenco sobresaliente en uno de los patios más modestos del castillo de San Marcos, en el Puerto de Santa María, y en esa hora en que el atardecer favorece a cualquier género musical que llame a sensibilidades. Era la misma artista, con un año menos de bagaje, entonando las canciones de un disco entera y purísticamente flamenco sobre el que ya ponían atención magnates de la cultura como Almodóvar y Sony Music. La estrategia marketiniana era opuesta a la actual; se vendía pureza donde ahora espectáculo, lo íntimo donde ahora un uso intensivo de una marca global que se consume hasta en Calabasas. Sin forzar melancolismos incorrectos -pues quiero pensar en Rosalía como artista que alumbrará infinidad de diferentes proyectos-, lo del viernes en Starlite queda lejísimos de aquello.

Primero por representarse en un paripé llamado festival que tiene lugar en medio de una urbanización de carretera con casas blancas y balaustradas de vidrio. Llamar festival a un evento con vocación de gala es sucumbir a su estrategia de publicidad del mismo modo que pagar el precio de sus entradas, un tanto abusivo si se tiene en cuenta que allí un alto porcentaje del público va a hacer presencia, es cometer el típico error de integración de la clase media baja española. Cuarenta euros por cuarenta y cinco minutos de inmersión en una farándula de nuevo rico, fea y hortera, cuya división social palpable consiste en sentarse en reservados con mesas LACK y botelleros para mantener fresco el cava. La hija de una sueca que toma vino sin parar y graba stories en Malamente; eso es el Starlite.

Demasiado artificio -ahora que lo rememoro- pero demasiado futuro, ahora que soy consciente de que Rosalía ya no pertenece a lo ibérico

Segundo por el propio producto. Un show magnífico con un uso escénico y coreográfico más acertado para el Sónar, de duración conceptual y festivalera, y muy alejado de cualquier espacio íntimo que requiera sólo de buena acústica. Las quejas por su duración atienden más al contexto que al concepto, pues hubo peores momentos a destacar de la gala como un par de fallos técnicos inadmisibles que te recuerdan que estás en Marbella, que eso a Rihanna no le pasa. Que ojalá el señor que ha traído a su señora se calle de una jodida vez y te deje apreciar los detalles de un show repleto de buenísimas coreografías, imágenes, artificios tecnológicos de primera y un impecable vestuario. Demasiado artificio -ahora que lo rememoro- pero demasiado futuro, ahora que soy consciente de que Rosalía ya no pertenece a lo ibérico. Cuando intento alejarme de una postura conservadora encuentro una crónica sobre el concierto donde no se menciona el anterior trabajo de la artista. ¿Alabar ElMal Querer, sin aludir a Los Ángeles, es tratar injustamente a un nombre que no tendría sentido sin ese primer trabajo o es hacer justa crítica musical del producto presentado? De cuánta gente acude a escuchar Malamente o tanta otra va en busca de aquella Rosalía es difícil dar certeza, pero de que la abrumadora atención que despierta la niña sólo se entiende tras la polémica por el salto conceptual existente entre uno y otro no puede caber duda.

Sucumbo a percibir lo apropiacionista de éste trabajo aún reconociéndole el mérito de dibujar por fin a una artista pop patria que esté a la altura de la contemporaneidad homogeneizadora

ElMal Querer -aún sin publicar y en base a lo mostrado en el concierto- apunta a trabajo de marca global que araña algunos lugares típicos de nuestro folclore sin terminar de explicarlos del todo. En palabras de mi amigo Ángel Lumbreras: un copia y pega de artificios flamencos que quedan huérfanos por mostrarse carentes de identidad y de investigación. No obstante, posee muchos elementos únicos y brillantes como para hacer de su publicación un hito en cualquier carrera musical que se advierte estelar y con sello propio. Celebro la calidad y la innovación, celebro que sea Rosalía esa estrella, pero sucumbo a percibir lo apropiacionista de éste trabajo aún reconociéndole el mérito de dibujar por fin a una artista pop patria que esté a la altura de la contemporaneidad homogeneizadora; esa por la que Beyoncé o Rihanna cogen del negro lo que aquí gusta del gitano, le añaden unos beats, una imagen rompedora y comienzan una ofensiva imperialista de calado mundial e instantáneo. Bro, bitch y quillo son las marcas visibles de un pop actualizado, de calidad indiscutible, pero enmarcado en el 'ready to use' de gusto warholiano que tanto distorsiona el universo de procedencia. Universo que en el show de Rosalía se refleja en algún tramo menos editado, que suena a malagueña, como el rap que el novio negro de turno pone al estribillo de aquellas.

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