Mi empresa no me quiere

Mi empresa no me quiere

Mi empresa no me quiere, ni me cuida como un activo que soy, pero tampoco cuida al resto de trabajadores. No trabajamos a gusto en la sanidad madrileña, y eso el paciente lo nota y lo sufre. Se va a otra sanidad donde le quieran, aunque tenga que pagarla. Esto es uno de los objetivos, privatizar por descrédito.

Mi empresa no me quiere, no me cuida ni me mima. No sería de extrañar, por mi carácter algo arisco, crítico e irónico de mala baba con aquel que no me corresponde. Por este motivo, no hubiera dado mayor trascendencia al asunto, yo no les quiero a ellos tampoco, ni en modo alguno hubiera plasmado por escrito mi reflexión, pues bien merecido me lo tengo, tendré que aprender a ser más empático hasta con el Poder y ya está. Pero el caso es que esto le ocurre a todos mis compañeros también, no es cuestión de celos, es que a todos nos tratan en mi empresa igual de desconsideradamente.

Recuerdo que hace años la cajera del supermercado donde iba tenía un carácter endemoniado y grosero, así que me cambié a la caja de al lado para no tener que sufrir sus exabruptos, y mi sorpresa fue que la compañera cultivaba el mismo tipo de genio. Dejé de ir y busqué cerca de allí otro super de la misma económica y accesible cadena, pero resultó que, una tras otra, todas las cajeras habían salido de la misma escuela.

Hablando con amigos de otros barrios de Madrid, sufrían el mismo acoso al llegar a pagar lo elegido de los estantes blancos y rojos, o al pedir alguna información sobre ese producto que nunca aparece y que está por arte de magia detrás, en segunda fila. Así que aquello me hizo reflexionar junto a amigos y ante unas cervezas de oferta de marca blanca de la misma cadena alimenticia.

¿Sería marca de la casa, la dirección de marketing quería imponer un estilo? ¿Habíamos tenido mala suerte y topado con ese porcentaje de la población insatisfecha que citan las estadísticas? ¿Seremos nosotros el problema, bordes y descreídos?

Al final, y tras varias rondas aderezadas con las olivas también marca blanca de la casa, llegamos a la conclusión de que su empresa no las mimaba, no se sentían queridas, ni cuidadas. Salario escaso, horario partido y con pocas horas semanales, gran carga de trabajo, malas caras de la dirección que veían escasamente o incluso sólo conocían por fax, maldito y obsoleto cacharro siempre amenazador.

Por este motivo, ahora pienso que estoy siendo tratado cual cajera de hipermercado y mi empresa no me quiere, ni me cuida como un activo que soy, pero tampoco cuida al resto de trabajadores de la sanidad pública madrileña, empresa de la que como desde hace años.

Siguiendo el razonamiento por el mismo camino ascendente, si no me importa que no me quieran a mí, a mis compañeros tampoco les importa en exceso que no les quieran dar lo mismo, sino fuera porque esto revierte en la atención que podemos dar.

No he puesto en ningún momento en duda todo el esfuerzo que la cajera de mi barrio hacía día a día por mantener la sonrisa que le querían quitar a desprecios; cierto es que yo llegaba a última hora y se habían agotado ya la paciencia y la calma, pero el caso es que yo me fui a otro hipermercado, esa fue la conclusión de todo esto.

Si trasladamos el razonamiento, nuestro buen hacer, nuestra vocación médica y nuestra educación de universitarios, nuestra ética y humanismo, nos hacen tener una capacidad de aguante muy importante; pero soy flojo, somos a veces limitados, no somos dioses, aunque lo creamos firmemente, y pecamos, pecamos contra el cliente, paciente, usuario o como se le quiera llamar.

No es fácil conservar la sonrisa toda la tarde de trabajo cuando mi compañero se ha puesto enfermo y no le pondrán suplente, cuando tengo que hacer mi consulta y la suya; que no hay problema de momento, mientras mi cerebro aguante, pero nadie vendrá a decirme gracias. No digo ya que me lo paguen, que no me lo pagarán; antes sí, pero eso se fue con los recortes junto con otros descuentos salariales que no vienen al caso.

En Madrid, en los centros de salud ya no se ponen suplentes, y menos en pediatría; las consultas se cierran, se acumulan al compañero superviviente, y todos seguimos viniendo a trabajar como a la guerra: somos pocos, pero valientes. La dirección de personal desapareció hace años, encastillada y lejana, sólo llegan faxes amenazando que rellenes la historia y que cumplas unos objetivos absurdos que no tienen nada que ver con el paciente, sino más con rellenar datos que luego se puedan utilizar para farmacéuticos intereses.

No trabajamos a gusto en la sanidad madrileña, No nos sentimos queridos ni cuidados, y eso el paciente lo nota y lo sufre. Los pacientes, tal como hice yo, se van a otra sanidad donde les quieran, aunque tengan que pagarla. Buscan que les quieran, como yo, pero esto es uno de los objetivos, privatizar por descrédito.

No pido dinero, no pido prebendas, no exijo privilegios, quiero que algún jefe o directivo de la sanidad madrileña me pida perdón y me dé las gracias por hacer este esfuerzo a diario. Seguro que si algún jefecillo del supermercado se hubiera acercado a aquella chica y le hubiera agradecido su esfuerzo, yo seguiría comprando allí y recibiendo su sonrisa cada semana, junto con mi compra.

Por cierto, ya han empezado los colegios y las consultas de pediatría se duplican; la mía se cuadruplica. No habrá nadie de la empresa que invierta un euro en campañas para explicar a los padres cómo se limpian los mocos y que no hay que dar medicinas para todo. Ah, que de las medicinas también se ingresan impuestos. Yo mientras tanto ocupo mi escaso ocio en hacer el trabajo que ellos no hacen y en mamicenter.com intentamos, un grupo de profesionales, generar mensajes de salud para que los padres sepan manejar los pequeños problemas de sus hijos.