Perdamos el miedo a los adolescentes

Perdamos el miedo a los adolescentes

La información está ahí, debemos diagnosticar con sabiduría, pero sobre todo deberemos recetar recursos que hoy día están en Internet, los tienen a mano. Recetemos enlaces, encaucemos esa necesidad de información de los jóvenes hacia sitios adecuados y provechosos para ellos, en su idioma, con sus preocupaciones, sin dogmas y sin apadrinar, como profesionales.

El poder que tienen las redes sociales e Internet en nuestros días ya nadie lo discute y menos cuando se habla desde un medio digital como El Huffington Post; las conexiones avanzan, la velocidad y la inmediatez es garante de la realidad. Cuando una portada puede durar unas pocas horas significa que la vida va más deprisa y lo que ahora es noticia dentro de 10 minutos no le interesa a nadie.

Esto mismo se está trasladando a todos los ámbitos y la salud no podría ser menos y en el entorno de la pediatría y la medicina del adolescente en el que me muevo, esto se está convirtiendo en una máxima.

Leía hace poco un artículo de Ramón Capdevila, pediatra, reflexionando sobre el campo de batalla en el que nos tenemos que manejar a diario los profesionales de la salud. Si hace unos años los estudios científicos se publicaban en sesudas revistas generalmente de pago, solo accesibles en bibliotecas hospitalarias o tras el religioso abono de cuotas, no permitían estas la contestación o discusión con el autor salvo a través de una carta manuscrita al editor que podría llevar un largo tiempo y quedaba siempre en el olvido.

Hoy en día gran parte de estas revistas científicas están en Internet y cada vez más en abierto, permiten interactuar con los autores y editores llegándose a discusiones más interesantes que el propio artículo. Además se ha ganado en tiempo, siendo la publicación casi inmediata a la conclusión del estudio.

Todo esto ha generado la divulgación y "popularización" del conocimiento científico, ya no tiene que ser uno médico investigador para poder acceder a la biblioteca del hospital, para sumergirse en libros y revistas. Desde nuestro tablet o smartphone en tiempo real y delante del paciente podemos acceder a la información que este nos demanda. Pero va más allá, resulta que eso ya lo ha hecho el paciente y viene con la información ya obtenida no se sabe muy bien de dónde, y aún iremos más allá: resulta que nuestro paciente es un preadolescente o adolescente que tiene una preocupación, un problema, y ya lo ha buscado en google en el mejor de los casos, si no se lo han contado en el tuenti los amigos, o un presunto entendido en una más que dudosa red social.

Los riesgos de la información, del exceso de información mejor dicho, se acrecentan si cabe en unas edades donde todo está por descubrir. Estos conocimientos condicionan grandemente la actuación del joven que puede tomar decisiones erróneas sobre su salud: pienso en embarazos, drogas y sustancias peligrosas, hábitos alimenticios o fobias alimentarias, etc... Pero con esto ya contábamos, la reflexión de mi amigo Ramón y la mía van en el sentido de que si por una razón u otra a este muchacho o muchacha se le ocurre consultar con sus padres o su pediatra tiene muchas posibilidades de que choque con un muro, se tope con la brecha digital.

La brecha digital es ese espacio cada vez más abismal que se abre entre los nativos digitales, chavales que nacieron ya en la era de internet y pediatras dinosaurios (pediasaurios, este término se lo he robado a la amiga Amalia, la mamá pediatra) que todavía piensan que Internet es el diablo o poco menos. Debemos los profesionales hacer un esfuerzo por situarnos lo más cómodamente posible en la era que nos está tocando vivir y poder empatizar y acceder a los jóvenes que se nos acerquen con problemas o intentar detectar lo que les atormenta, pero hablando su mismo idioma. No ser otra barrera de las muchas que el adolescente debe saltar en esta sociedad que no está diseñada para ellos. Vendrán solos o acompañados de sus padres pero no sería ético que nuestra ignorancia digital fuera lo que bloquee nuestra entrevista clínica. La información está ahí, debemos diagnosticar con sabiduría, pero sobre todo deberemos recetar recursos que no van a estar en la biblioteca, hoy día están en Internet, los tienen a mano. Recetemos enlaces, encaucemos esa necesidad de información de los jóvenes hacia sitios adecuados y provechosos para ellos, en su idioma, con sus preocupaciones, sin dogmas y sin apadrinar, como profesionales.

El titulo está sacado de una frase de la pediatra Isabel Rubio, Hábitos saludables en la adolescencia, un precioso artículo que quiere encauzar a los profesionales en esta vía de no retorno.