Tengo esclerosis múltiple, ¿y qué?

Tengo esclerosis múltiple, ¿y qué?

Unsplash

Tengo esclerosis múltiple, ¿y qué? No soy menos ni soy más, no soy poco ni soy mucho, no soy el primero ni soy el último, soy el que soy, soy el que fui, soy uno más.

Es cierto, no puedo andar, pero nadie me podrá quitar el deseo de iniciar nuevos caminos y avanzar en ellos.

En mi cabeza el procesamiento se ha vuelto más lento, mi memoria más remisa, los equívocos más frecuentes, pero permanece en mí el placer de pensar y de pensarme a mí mismo, de reflexionar sobre lo que he sido y lo que soy, sobre aquello que puedo llegar a ser, incluso de soñar sobre ello.

El más mínimo esfuerzo, pequeños movimientos, me suponen una fatiga demoledora, aún así ansío las largas conversaciones sinceras, a flor de piel, a calzón quitado; la música, la poesía y el teatro rearman mi desmoronado cuerpo, los gestos de afecto lo rejuvenecen.

He perdido la sensibilidad en el tacto, mis dedos difícilmente reconocen, pero mis manos siguen deseando tocar, acariciar, explorar nuevos territorios, traspasar nuevos preceptos.

Soy, de cintura para abajo, un torpe recuerdo de lo que fui, pero mi piel sigue deseando ser tocada, mi cuerpo sigue vivo, necesita ser complementado, mis fronteras quieren ser transgredidas.

Ha cambiado mi vida, pero en medio del oleaje yo sigo manejando el timón, no ha podido arrebatármelo.

Mi historia es, desde hace años, una historia de pérdidas, pero eso me permite acercarme, cada vez más, a los perdedores, de conquistar la humildad, de ganar en humanidad.

Soy dependiente, pero me doy cuenta, que, de alguna manera, siempre lo he sido, pero nada me impide, por ello, desarrollar la rebeldía, la capacidad para exigir, la libertad para la desobediencia.

A veces requiero de los demás para las necesidades más primarias y allí, tocando fondo, descubro la grandeza de la persona, la seguridad que aporta el amor, la fuerza que transmite el cariño, la capacidad de sobrevivir con una sonrisa en arenas movedizas.

Desde hace tiempo, cada día, cada minuto, me acompaña el dolor, pero es posible transformarlo en un arma de empatía, en un puente sobre aguas turbulentas, en un prisma para mirar al mundo de otra manera, con menos altanería, con menos orgullo, a ras de suelo.

Tengo esclerosis múltiple, ¿y qué? Ha cambiado mi vida, pero en medio del oleaje yo sigo manejando el timón, no ha podido arrebatármelo. Soy sujeto y predicado, voz y silencio, rabia y ternura, lágrima y risa, espectador y protagonista, la porción de una vida en común empeñada en hacer bien su papel, en dejar su testimonio. Sí, tengo esclerosis múltiple. ¿Y qué? ¿En qué soy diferente?

Este post se publicó originalmente en el blog del autor.