Escapada al Montseny: un deleite catalán

Escapada al Montseny: un deleite catalán

Jimena Guerrero

Teníamos pensado conducir al País Vasco. El puente de Pentecostés se antojaba oportuno. Mi marido y yo teníamos ganas de conocer San Sebastián y otras ciudades que pillaban de camino. Mirando las posibles rutas cambiamos de plan como mínimo tres veces. Nos apetecía dormir un par de noches en algún pueblo a las faldas del Pirineo aragonés, quizá recorrer las calas de la Costa Brava o incluso visitar Zaragoza. ¡Tantas opciones, tanta belleza! El tiempo se nos vino encima y a pocas horas del comienzo del fin de semana no teníamos reserva alguna. Mala planeación, por supuesto. El destino, sin embargo, nos sorprendió con una maravilla natural. Terminamos yendo al Montseny: patrimonio universal y reserva de la biósfera.

El Parque Natural del Montseny es, sin duda, uno de los tesoros de Cataluña. Con una superficie protegida de 31.064 hectáreas, alberga uno de los paisajes más hermosos de la región. Desde Barcelona tardamos hora y media en llegar, poco más de 45 kilómetros. Las curvas sin asfaltar que aparecen al final del camino obligan a los coches a disminuir la velocidad. Es parte de la aventura, el santo y seña que la naturaleza exige para frenar la intensidad de la vorágine citadina. Llegamos al municipio de Cánovas. Nos hospedamos una noche en el hotel boutique Can Cuch, en pleno corazón del bosque. Muchas familias, parejas y ciclistas también visitan el parque sin pernoctar, simplemente con el afán de gozar lo mejor del ecosistema. Picnics, buen vino, senderismo y relajación absoluta.

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Para conocer el parque se necesita tiempo, en especial para recorrer a pie algunas de sus rutas. La lluvia que cayó por la tarde previno que comenzáramos el paseo, pero a cambio disfrutamos de las vistas panorámicas que se extienden hasta donde se difumina el horizonte. Las copas de los árboles lucían imponentes, como si fuesen soldados devotos a proteger el equilibrio del mundo. La gama de colores es alucinante: del esmeralda al jade, del verde oliva al musgo brillante. Hojas sempiternas que se tuercen en mil direcciones y que fluyen con la tramontana. El Montseny es un espectáculo.

Se alejaron las nubes y con la tierra húmeda dimos el primer paso. Los caminos planos pronto se tornaron en cuestas y en pendientes. Acompañados por un silencio delicioso escuchamos trinar a las aves y el rumor de los insectos. En esa sección del parque hay pocas señales, así que cuando el sendero se bifurca hay que confiar en el azar. Cruzamos un par de riachuelos, doblamos hacia donde la intuición dictó y nos llenamos los pulmones de aire puro. Al fin vimos un letrero. Bajamos los peldaños de madera y en una suerte de redondel descubrimos el castaño. Se trata de un árbol que tiene más de 600 años, un centinela robusto que despide magia. Es posible atravesar sus raíces por un agujero, admirar su tronco desde adentro estando de pie y oler la sabiduría que guarda. Su perímetro alcanza los 12 metros.

Saber que existe el Montseny y no visitarlo es un error

Al día siguiente, después que el sol pintara de verde al bosque, iniciamos una nueva caminata. Fue más larga, esta vez hacia la Ermita de Tagamanent. Subimos en círculo, admirando las montañas en cada giro. Vimos bicicletas, bastones nórdicos, perros, pájaros, mariposas y orugas. Encontramos una piedra en la cima de la montaña digna para emprender vuelo. Encontramos también la oportunidad de conectarnos con nosotros mismos, casi a forma de meditación al ritmo de nuestros pasos. Y es que el Montseny es más que un parque natural, es un recordatorio de que los seres humanos le pertenecemos a la Tierra.

Nos faltaron días, por eso la idea de volver nos cautiva. Todavía deseamos conocer nuevas ciudades y pueblos llenos de cultura, pero en nuestra lista de sitios por visitar sigue estando el Montseny. Quedan muchísimos senderos por descubrir. Hay espacios que celan secretos, ermitas, cafés, cuerpos de agua y árboles monumentales. Saber que existe y no visitarlo es un error. Haber ido y no regresar es otro. Las galerías, las avenidas y las construcciones hechas por el hombre pueden ser hermosas, pero todas palidecen ante la obra maestra llamada naturaleza.

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