'Roberto Devereux' no es una ópera más de Donizetti

'Roberto Devereux' no es una ópera más de Donizetti

Roberto Devereux es una obra extremadamente singular y única en el catálogo del prolífico Donizetti. Pocas veces se volverá a permitir el compositor la reflexión que aquí hace sobre los límites de las convenciones del género al que sirvió, durante toda su vida, con tanta eficiencia e inspiración como docilidad.

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Gaetano Donizetti se acomodó siempre sin grandes resistencias a las tradiciones heredadas: fértil, inventivo, rápido y práctico como pocos compositores. Se entregó a una vertiginosa producción de óperas que hizo que Heine comentara que era un hombre "de un gran talento pero de una fecundidad todavía más notable, solo superada por los conejos". Sin embargo, de todas sus óperas tal vez sea Roberto Devereux (1837) su producto más revisionista respecto al legado belcantista romántico italiano. Escrita con rabia en un momento trágico de su vida, cuatro meses después de la muerte del tercero de sus hijos y de su esposa, la ópera parece compuesta de un plumazo con una concisión sorprendente: contra las convenciones de la época, no hay momentos de transición entre los números musicales; y la línea de canto anuncia la irrupción de lo que pronto será la vocalidad verdiana.

Desde el siglo XVIII, la ópera era un arte que había adquirido su propia naturaleza dramática gracias a su capacidad para expresar las emociones individuales de los personajes. En sus primeros dos siglos de existencia, en sus mejores títulos se alternaban escenas de acción con otras de reflexión estática que en el siglo XIX desembocarán en el soliloquio interior: los personajes expresan sus emociones privadas en estructuras musicales que se consolidan al margen de la situación realista de estos monólogos en la trama.

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Martin Deasy, musicólogo del Emmanuel College de Cambridge, ha explicado cómo Roberto Devereux rompe esta convención por primera vez en la historia de la música. La última aria de Elisabetta ("Vivi ingrato, a lei d'accanto") comienza como todas las arias: un movimiento lento que permite a la reina expresar su estado de ánimo como una confesión íntima que comparte con el público. Pero en la segunda estrofa, las cosas cambian: Elisabetta se da cuenta de que está siendo espiada por unos cortesanos y el tema del aria deja de ser lo que ella siente para centrarse en la ansiedad que le provoca el hecho de ser observada mientras está expresando algo tan íntimo. Es la primera vez que una convención sacrosanta del barroco y del belcantismo romántico se pone en entredicho. Deasy lo explica, siguiendo las reflexiones de Richard Sennett, como algo que deriva de los cambios de la moral pública de la época. En el siglo XIX, el comportamiento social va exigiendo cada vez con más contundencia la supresión de las expresiones emotivas externas: no se deben expresar emociones en público, ni mucho menos a extraños. El personaje de Elisabetta, escondido tras la representación de la majestad real, es un arquetipo de la nueva moralidad pública y representa lo que en el siglo XIX se considerará como una forma socialmente aceptable de comportarse.

Por su parte, el personaje de Roberto es, como señala Deasy, lo más opuesto imaginable al Percy de la Anna Bolena de aquel joven Donizetti. Percy era voluble, indiscreto y se pasaba toda la ópera cantando imprudentemente su ardor volcánico hacia Anna Bolena, casi siempre en los momentos más inapropiados e incluso cuando el bueno de Rochefort le grita "Cállate, que alguien puede escucharte" entre las estrofas de una cabaletta lanzada desde la mayor despreocupación sobre quién podía darse por aludido. Roberto es casi lo más opuesto imaginable a esta actitud: distante, reticente, no se atreve jamás a expresar sus emociones ni siquiera cuando la reina lo interroga y le exige muestras de ternura. Sabremos pronto que tiene una amante, Sara, pero se niega a revelar su nombre porque es la esposa de su mayor aliado, Nottingham. Roberto acaba de regresar del exilio, rodeado de conspiradores enemigos, y casi únicamente puede contar con el favor de la reina y de su amigo Nottingham. Salvo en el duo con Sara, jamás expresa sus emociones: ni en el anti-duo que canta con Elisabetta, en el que apenas responde al intento de la soprano de completar la estructura convencional de un duo; ni siquiera en su aria, donde encuentra la manera de esquivar la oportunidad de expresar sus propios sentimientos para centrarse en describir la naturaleza virtuosa de su amante. Con tal de no hablar de sí mismo, está dispuesto a lo que sea. Incluso en la privacidad de una estructura como la de un aria, que se concibió para otorgar al personaje la oportunidad de expresar sus sentimientos, Roberto esquiva su responsabilidad y deja clara su negativa a descubrirnos algo de su propia intimidad.

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La cabaletta final de Elisabetta es el punto de inflexión del personaje, en el que por primera vez vemos a alguien vulnerable y dispuesto a explicarse, ya indiferente ante quienes presencian su confesión. Deasy destaca la sorprendente cantidad de texto de esta cabaletta. Aproximadamente el doble de versos de lo habitual. Es como si la abundancia de palabras en este momento quisiera contrarrestar la represión de la elocuencia en el resto de la ópera. Además, la cabaletta está escrita para impedir a la soprano la tradicional repetición con ornamentaciones en honor de su propio lucimiento vocal. Donde la intérprete debería efectuar su convencional despliegue vocal, el compositor le endosa otra estrofa con otros versos. Y el resultado de esta explosión expresiva es su propia aniquilación como mujer y como soberana: "non vivo, non regno".

También en este sentido, Roberto Devereux es una obra extremadamente singular y única en el catálogo del prolífico Donizetti. Pocas veces se volverá a permitir el compositor esta reflexión sobre los límites de las convenciones del género al que sirvió, durante toda su vida, con tanta eficiencia e inspiración como docilidad.

'Roberto Devereux' inaugura la temporada del Teatro Real el martes 22 de septiembre y se representará hasta el día 8 de octubre