Mamás, papás y numeritos con bebés

Mamás, papás y numeritos con bebés

¿Es legítimo que algunos políticos hagamos numeritos con nuestros hijos? Entiendo las discrepancias sobre el método, pero creo que es una obligación de los que tenemos alguna representación pública denunciar la situación de las mujeres que sufren porque deben elegir maternidad o trabajo, o porque la lactancia les representa un esfuerzo heroico, o la de los hombres que apenas pueden pasar unos momentos al día con sus hijos.

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La imagen de la eurodiputada italiana Ronzulli acudiendo a votar a Estrasburgo con su hija causó un gran impacto hace pocos años. EFE

Yo me acuso. Sí, lo confieso, yo también quise protagonizar un numerito con mi bebé en el parlamento. Pero fue en el Parlamento Europeo, al que aquí nadie hace demasiado caso... a no ser que se hable de Venezuela, claro. Sucedió hace unos meses, cuando mi criatura -la más hermosa del mundo, no lo duden- tenía veinte semanas. Se celebraba en Bruselas una mini sesión parlamentaria que ocupa una tarde y que completa las apretadas agendas de Estrasburgo. Mi pareja vino a recogerme al despacho con la nena. Como casi siempre aquí, todo iba con retraso, era tarde, pero seguían los debates y aún faltaban las votaciones. Me reuní con ellas un momento, y entonces... se me ocurrió la idea: podía volver al hemiciclo con la niña. Yo había visto fotografías de varias eurodiputadas con sus bebés.

¿Y eso para qué? Podría llamar la atención, y si algún periodista me preguntaba, yo podría referirme a la triste situación de la directiva europea de baja maternal y paternal, que fue aprobada por el Parlamento durante la anterior legislatura con un gran consenso y que la actual Comisión ha decidido dejar durmiendo en el cajón. También era una forma de reivindicar la necesaria implicación de los padres -y no sólo las madres- en la crianza de los niños.

Entiéndase: aquello era un mero acto reivindicativo. Yo soy un privilegiado; tengo un sueldo inimaginable para muchos, mi pareja obtuvo una excedencia de su trabajo para poder acompañarme a Bruselas y estar con la niña, y además, en el Parlamento Europeo hay una guardería excelente. No tenía ninguna necesidad de entrar al bebé en el hemiciclo. Pero sé por experiencia que de esos temas, para mí fundamentales si queremos avanzar a una sociedad mejor, casi nunca se habla en los medios a no ser que alguien haga un numerito. Y yo tenía la oportunidad de hacerlo, así que allá me lancé... Pero las cosas no salieron como estaba previsto. Dos ujieres encantadoras me detuvieron y me indicaron que la niña no podía entrar, que el reglamento lo impedía. ¿Y las fotos que yo había visto? Eso era el pasado. Algunos diputados habían protestado por el ruido que metían los niños y se había optado por no dejar entrar a los menores. Si quería, ellas me cuidaban a la nena...

Me fui un poco despagado, y al día siguiente, le envié un correo electrónico al señor Martin Schultz, presidente omnímodo del Parlamento Europeo y muchas más cosas en sus anteriores vidas políticas. Le preguntaba por ese reglamento que prohibía la entrada de bebés por las molestias que podían causar, a mi parecer mucho menores que las que provocan cada sesión de forma cansina y grosera los señores y señoras del Frente Nacional, la Liga Norte o el UKIP, con sus gritos y expresiones fuera de tono. Schultz es un tipo duro. Un día, en un acto con sus amigos marroquíes, se me ocurrió preguntar por los derechos humanos en aquel país tan bonito, por la libertad de expresión y, ya puestos, por la ocupación del Sahara y la rapiña de sus recursos. Aún tiemblo cuando recuerdo la gélida mirada que me dirigió durante varios segundos eternos... Con mi correo fue escueto y claro: a los bebés no los ha elegido nadie, ergo allí no pintan nada, pueden interferir en la sesión y la guardería del Parlamento está a mi disposición. Punto.

¿Qué sociedad es ésta donde la productividad está por encima de todo, de absolutamente todo, donde un niño es un obstáculo para el sistema? ¿No será que el sistema es perverso, mezquino y no sirve a las personas sino a otros intereses oscuros incompatibles con la elemental felicidad que implica compartir tiempo con los niños?

Todo podía haber quedado ahí. Lo conté como anécdota en la comisión de mujeres e igualdad -de la que soy el único hombre titular junto a mi compañero de grupo Ernest Urtasun -y casi lo olvidé. Hasta que un par de sesiones después, en medio de una trifulca generada por los de siempre, descubrí a lo lejos ¡cómo una eurodiputada italiana daba de mamar a su bebé! Me levanté y reclamé una cuestión de orden. La presidenta accidental -¡No me atrevo a pensar si hubiera estado killer Schultz!- totalmente superada por los gamberretes eurofobos, me dio la palabra, y allí que me levanté para lanzar un discurso algo alterado contra un reglamento absurdo que, además, sólo se aplicaba contra los padres, y no las madres... Era lo que le faltaba; la pobre señora ni me contestó, una parte de la sala me aplaudió a rabiar, de la otra me llegó algún pitido... La diputada italiana no entendió nada. ¿Yo estaba a favor o en contra de que le diera de mamar allí a su niño? Tuve que explicarle que el problema no era que ella entrara con el bebé, lo que me parecía muy bien, sino que a mí no me habían dejado.

El episodio, algo esperpéntico, me sirvió para ser invitado a varios actos donde reivindicamos que la Comisión reactive la tramitación de la directiva de baja de maternidad/paternidad, y a la presentación de un estudio europeo sobre el nivel de implicación de los padres (hombres) en la crianza de sus niños, que arroja unos resultados terribles.

¿Es legítimo que algunos políticos hagamos numeritos así con nuestros hijos? Entiendo las discrepancias sobre el método, pero creo que es una obligación de los que tenemos alguna representación pública denunciar la situación de las mujeres que sufren porque deben elegir maternidad o trabajo, o porque la lactancia les representa un esfuerzo heroico, o la de los hombres que apenas pueden pasar unos momentos al día con sus hijos y pierden para siempre ese tiempo irrepetible y maravilloso... denunciarlo y ponerle remedio con iniciativas políticas valientes. ¿Qué sociedad es ésta donde la productividad está por encima de todo, de absolutamente todo, donde un niño es un obstáculo para el sistema? ¿No será que el sistema es perverso, mezquino y no sirve a las personas sino a otros intereses oscuros incompatibles con la elemental felicidad que implica compartir tiempo con los niños?

Si el numerito sirve para que nos hagamos esas preguntas y les busquemos solución, bienvenido sea.