García Márquez y los nuevos lenguajes de Latinoamérica

García Márquez y los nuevos lenguajes de Latinoamérica

Puede parecer que el realismo mágico o lo real-maravilloso fueron puros ejercicios de virtuosismo literario. Pero detrás había una empresa mucho más ambiciosa, una epistemología capaz de disputar los modos y visiones de la hegemonía occidental.

GTRESONLINE

A veces uno se pega media vida dando vueltas de un sitio a otro para buscar sobre qué escribir. Y de repente se da cuenta de que las historias estaban ahí mismo, sólo había que viajar un poquito para aprender a verlas. Entonces, el tío Rafael, que se levantaba todas las noches a comerse un paquete de galletas con un bote de mermelada para curarse las borracheras a las que se había aficionado durante la mili en el Sáhara, se convierte en un personaje tan literario como el Leopold Bloom de James Joyce.

Algo parecido a eso ocurrió en la literatura latinoamericana del siglo XX y García Márquez fue un autor fundamental: se produjo la afirmación de que una realidad tan diversa y compleja como la latinoamericana podía ser un sujeto literario de primer orden, sin complejos, tan o más importante, si no más, que la de cualquier rincón de Europa o Estados Unidos.

La crítica anglosajona lo tuvo siempre mucho más claro que la hispana y llamó a todo esto literatura poscolonial, término que trataba de resumir los esfuerzos conscientes de muchos escritores que venían de las antiguas colonias occidentales por crear nuevas literaturas con una voz, una identidad y un imaginario nacional que a la vez tuviera alcance universal. Y todo como herederos de las víctimas de las conquistas imperiales y como testigos ellos mismos de un injusto sistema de clases de aroma profundamente colonial. En ese gran compartimento crítico hay bastante escrito sobre realismo mágico latinoamericano. O sobre García Márquez. O sobre Juan Rulfo. Y sobre todo, sobre escritores en lengua inglesa como Salman Rushdie o V.S Naipaul.

Ahora puede parecer que el realismo mágico o lo real-maravilloso fueron puros ejercicios de virtuosismo literario. Pero detrás había una empresa mucho más ambiciosa, una epistemología capaz de disputar los modos y visiones de la hegemonía occidental. Si les apetece, léanse el prólogo de Alejo Carpentier a su obra El reino de este Mundo (1949), donde ridiculizaba las pretensiones vanguardistas de buscar nuevas dimensiones de la realidad que él consideraba tan a mano en el mundo latinoamericano, sin necesidad de los grandes experimentos ni las excentricidades burguesas del surrealismo francés.

Esa América Latina que estaba tan sola, en palabras de García Márquez, también exporta pedazos de periodismo genial, donde García Márquez ha sido profeta y mito. Y allí se miran todos los que con mayor o menor fortuna se han acercado a este oficio. No se sabe bien si herederos de la crónicas de Indias o influidos también por el nuevo periodismo estadounidense, pero en América Latina hay tantos buenos cronistas que cuando uno intenta escribir algo decente no tiene más opción que leerlos una y otra vez.

En este juego de idas y venidas, de capitales, imperios, colonias y revoluciones, cada vez se mira menos a Madrid, Barcelona o París, y más a Sao Paulo, Buenos Aires, Quito o México D.F. ¿Justicia poética? ¿El dinosaurio imperial dando sus últimos coletazos? No lo sé. Pero en este continente de bellezas abismales, mezclas infinitas y contradicciones imposibles, se construye un nuevo lenguaje. Y García Márquez, entre otros, tiene mucho que ver con él.