Capítulo XLII: El otro coronel

Capítulo XLII: El otro coronel

A la mañana siguiente, el Capitán Pescanova llegó a la comisaría temprano. Y nada más entrar en su despacho, descubrió que tenía visita. Una no demasiado grata, por cierto. Sanders no era su superior directo, pero llevaba una eternidad en el cuerpo y tenía mucho poder.

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La visita al conejo ha resultado bastante improductiva. Lo único que ha conseguido el Capitán Pescanova es cabrearle. La investigación sobre Mimosín vuelve a estar estancada.

A la mañana siguiente, el Capitán Pescanova llegó a la comisaría temprano. Y nada más entrar en su despacho, descubrió que tenía visita. Una no demasiado grata, por cierto. Cómodamente recostado en la silla del Capitán, con las piernas cruzadas sobre la mesa y un cubo de cartón lleno de pollo frito delante, estaba el Coronel Sanders. Sanders no era su superior directo, pero llevaba una eternidad en el cuerpo y tenía mucho poder. Nadie sabía exactamente cuál era su cometido en la policía, pero el caso es que su actividad habitual era tocar los cojones a diestro y siniestro. Tenía fama de corrupto hasta la médula, aunque no habían conseguido pillarle nunca. De modo que a Pescanova no le hizo demasiada ilusión encontrárselo.

- Vaya, Coronel -le saludó mientras se quitaba su impermeable- qué sorpresa encontrarle por aquí a estas horas. No sabía que fuera usted tan madrugador.

- Buenos días, Capitán - respondió Sanders -verá, en mi familia hay dos máximas sagradas. La primera, que si sirves el pollo en un cubo en lugar de en una caja, la gente come más, y por tanto, paga más. La segunda: si tienes algo que resolver, hazlo cuanto antes. ¿Le apetece un muslito?

- No, gracias, ya sabe que yo soy más de pescado.

- Pescado... -contestó el Coronel sin ocultar una mueca de asco- ¿Sabe una cosa, Capitán Pescanova? Mucha gente piensa que el pescado y el pollo se parecen. Dicen que el pollo es algo así como el equivalente al pescado en tierra firme. Pero usted y yo sabemos que eso no es cierto. Puede que al sacarlos de la freidora no resulten tan diferentes, sin embargo, están en polos opuestos. El pollo es un animal muy básico, no se complica la vida. Sabe que su destino es acabar ensartado en un palo, dando vueltas en la parrilla. Y no se hace ilusiones ni aspira a una existencia más elevada. Puede que tenga alas, pero es perfectamente consciente de que jamás podrá volar. En cambio, los peces son mucho más inconformistas. Desconocen sus limitaciones. El mar es tan grande, que piensan que pueden ir a cualquier sitio, como si el océano entero fuera suyo. Pero su peor defecto es su mala memoria. Tener memoria de pez es muy, muy peligroso. Porque por más que uno le explique las cosas a uno de estos estúpidos bichos acuáticos, él nunca aprenderá lección alguna. No importa las veces que le adviertas a una de esas criaturas marinas sobre los riesgos de determinadas conductas. Siempre se acaban olvidando. No, el pescado y el pollo no se parecen en absoluto. Por el contrario, ¿sabe qué animal sí que se parece mucho al pollo?

- No tengo ni idea, pero usted me lo va a decir ¿verdad? -contestó Pescanova.

- El conejo -replicó el Coronel, y esta vez sin sonreír en absoluto-. El conejo sí se parece al pollo.

El conejo, pensó el Capitán. Desde luego, a ese miserable le había faltado tiempo para hacer uso de sus influencias. Debía haberlo supuesto. Al fin y al cabo, si inviertes una pasta en sobornos, y aquel miserable roedor tenía pinta de gastarse un dineral, lo suyo es sacarles partido.

- El conejo -continuó Sanders-, al igual que el pollo, sabe exactamente cuáles son sus límites. Y procura no traspasarlos nunca. Pero además, tiene buena memoria. Jamás olvida dónde está la línea imaginaria que marca los confines de su territorio. Y claro, sabe que igual que él no puede cruzar esa línea para salir, los demás tampoco deben cruzarla para entrar en su terreno.

- No entiendo muy bien adonde quiere llegar, Coronel.

Ese último comentario hizo que el Coronel Sanders abandonara su actitud relajada. Bajó las piernas de la mesa, se incorporó en la silla y amenazó a Pescanova tocándole en el pecho con la alita de pollo que sostenía en la mano.

- Lo entiendes perfectamente, gilipollas. Has ido demasiado lejos. El Conejito de Playboy es un contribuyente honrado. Un contribuyente con mucho dinero, todo sea dicho. Y a la ciudad le interesa ese dinero. Los ciudadanos viven mejor gracias a sus generosas aportaciones al Ayuntamiento. Con ellas se construyen parques con columpios para los niños y residencias con enfermeras calentorras para los ancianos. Por eso, no nos conviene en absoluto que se enfade. Y tú le has cabreado. Le has cabreado mucho con esa sarta de insinuaciones infundadas que le soltaste ayer.

- No son tan infundadas...

- Lo suficientemente infundadas para que se haya sentido con el derecho a llamarme a mi casa ayer por la noche y amenazarme con demandar al departamento.

- Anda, ¿consiguió el número de su casa? Pensaba que los teléfonos privados de los miembros de las fuerzas de seguridad del Estado eran secretos.

El Coronel Sanders le miró con infinito desprecio.

- Escucha, payaso marino de mierda, tocar los cojones al Conejito ha sido una gilipollez. Tocármelos a mi es un suicidio. Sé que ese idiota de Tapioca te tiene cierto aprecio, pero te garantizo que no va a poder protegerte eternamente. Da un solo paso más en falso y te juro que volverás a tu asquerosa vida de cargador de cajas de sardinas -dijo, y sin más, salió del despacho.

El Capitán Pescanova se quedó parado, mirando la puerta durante unos segundos. De repente, su teléfono empezó a sonar.

- Pescanova -Al Capitán le encantaba contestar así. Era un poco absurdo eso de levantar el auricular y decir simplemente tu apellido como quien pasa lista en el colegio, pero qué coño, los polis de Hollywood siempre lo hacían y él no iba a ser el único madero del mundo que cogiera el teléfono con un vulgar "si dígame".

- ¿Ca... an Pesc...? Soy Don... mpio -El sonido llegaba completamente entrecortado.

- ¿Quién es? No le entiendo bien...

- Don Lim...

- Don Lim... ¡Mister Proper! ¿es usted? -la verdad es que fue una inspiración divina, porque no se oía prácticamente nada.

- Sí... es... secuestrado.

- ¿Qué dice? ¿Secuestrado? ¿Quién?

- En... sa... mpo...

- Joder, no entiendo nada, grumete.

- Estoy secuest...

- ¿Usted?, ¿secuestrado?, ¿pero quién?, ¿dónde está?

- ...

- ¿Oiga?, ¿Mister Proper?, ¿oiga? - Aquello era desesperante.

- ... ayuda!

- Escuche, Mister Proper, no sé dónde está, pero me temo que hay poca cobertura. Trate de activar la geolocalización y envíeme un sms. Así sabremos dónde está.

- ... deprisa!

- ¿Me ha oído?

- ...

- Mierda...

En ese momento, la línea se cortó. Pescanova llamó al número desde el que habían llamado, pero apareció como desconectado. ¿Habría entendido Mister Proper sus instrucciones? Imposible saberlo. De momento, sólo cabía esperar.

Era tan suave se publica por entregas: cada día un capítulo. Puedes consultar los anteriores aquí.