Capítulo XLVII: La abeja

Capítulo XLVII: La abeja

Tuvo un sueño de lo más extraño. Un sueño en el que era un empresario de éxito, dueño de un enorme holding y miembro de una conocida institución perteneciente a la Iglesia Católica. Todo le iba de maravilla, sus negocios crecían y su familia también.

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Tras propinarle una tremenda paliza y escapar de la finca antes de que lleguase la policía, los sicarios han llevado a Mister Proper a un misterioso barco y le han encerrado en un camarote.

Nada, no conseguía dormirse. ¿Qué hora sería? Imposible adivinarlo. Había perdido por completo la noción del tiempo, y como en el camarote no había ningún sitio por el que pudiera entrar la luz, ya ni siquiera sabía si era de noche o de día. Seguían en el puerto, de eso sí que no tenía duda, porque no había indicios de que el barco se hubiera movido. De vez en cuando llegaban sonidos confusos que parecían proceder de un conducto de ventilación que había en una de las paredes. Mister Proper se puso de pie encima de la cama para acercarse más a esa salida de aire a ver si conseguía oír algo más definido. Tocó la rejilla y se dio cuenta de que se movía. Con los dedos, desatornilló dos de los tornillos, pensando que si la quitaba, podría escuchar mejor, pero al levantarla, un insecto enorme se coló en el camarote. Era una abeja. A Mister Proper le entró un ataque de pánico. Tenía un miedo enfermizo a las abejas. Aunque sabía que era lo ultimo que debía hacer, presa del terror, empezó a correr por el angosto habitáculo, a la vez que daba continuos manotazos en el aire. Con lo cual, lo único que consiguió, fue asustar él a su vez a la abeja, que sin pensárselo dos veces, le picó en una mano. Mister Proper dejó escapar un aullido de dolor. Trató de buscar algo para aliviarse, pero fue en vano. Allí no había absolutamente nada. Lo único que se le ocurrió fue echarse sobre la hinchazón un chorro de su propio orín que había vertido en la botella. Había leído en algún sitio que eso era bueno, aunque básicamente, lo único que consiguió es que la mano le oliera a pis. Dolorido y asqueado, se derrumbó sobre la cama y empezó a lloriquear. Él nunca había sido un héroe. ¿Quién le mandaba meterse en semejante lío? Aquello claramente, le estaba sobrepasando. No podía más. Siguió así, durante un rato, lamentándose del acceso de locura que le había llevado hasta esta situación. Y poco a poco, entre sollozo y sollozo, se acabó quedando dormido.

Tuvo un sueño de lo más extraño. Un sueño en el que era un empresario de éxito, dueño de un enorme holding y miembro de una conocida institución perteneciente a la Iglesia Católica. Todo le iba de maravilla, sus negocios crecían y su familia también, hasta que un día, de repente, cambiaba el Gobierno del país y el nuevo ministro de economía la tomaba con él y decidía expropiarle todas sus empresas. Entonces, le daba un pronto, se compraba un disfraz de Supermán en los Chinos, le esperaba a la salida del ministerio y le propinaba un puñetazo como venganza. Después de aquello, le condenaban por haber cometido irregularidades en su gestión y tenía que ir a la cárcel. Eso sí, cuando salía, volvía a reconstruir su imperio, lanzando una emisión de pagarés que aunque era evidente que no pensaba pagar nunca, conseguía que la gente de la calle le quitara de las manos, gracias a su verbo fácil y a lo bien que le quedaba el traje en la tele. Después se despertó bañado en sudor y maldijo una y mil veces a las abejas.

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