Capítulo XXXI: El guerrero

Capítulo XXXI: El guerrero

Desde su escondite, Mister Proper vio abrirse las puertas principales del salón. Tres hombres de aspecto poco recomendable irrumpieron en la pieza: una especie de guerrero vikingo, seguido por dos impresionantes gorilas.

5c8b667b230000d50424a3fe

En capítulos anteriores...

Mister proper regresa a la casa del cocodrilo de Lacoste y se encuentra con un espectáculo dantesco: el novio del lagarto, el polista de Ralph Lauren, yace muerto, empalado con su propio palo de polo. Tendido junto a él, el reptil llora amargamente.

Desde su escondite, Mister Proper vio abrirse las puertas principales del salón. Tres hombres de aspecto poco recomendable irrumpieron en la pieza: una especie de guerrero vikingo, que parecía salido de una historieta del capitán Trueno, uniformado con faldita, coraza y un casco con cuernos, seguido por dos impresionantes gorilas. El guerrero estaba completamente envuelto en el humo de un cigarrillo que fumaba con verdadera fruición.

- Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? Una lagartija llorona... Me daría lástima, si no supiera que son solo lágrimas de cocodrilo -exclamó en tono burlón.

Los sicarios celebraron el chiste con todas las carcajadas que exige la dependencia jerárquica. Lacoste se les quedó mirando con incredulidad.

- ¿Celta, eres tú? pero... o sea... ¿qué os hace tanta gracia? ¿es que no lo veis? Está muerto... un momento, o sea... no es posible... ¿no habréis sido vosotros? No puede ser... ¿o sí? esto es... o sea... súper... no sé... pero... ¿por qué? - preguntó entre sollozos.

- Verás, resulta que tu amiguito no se mostró demasiado colaborador cuando le pedimos que nos dejara entrar a esperarte -explicó el Celta, así era como llamaban al guerrero- y no sólo eso, además de negarse a abrirnos, se empeñó en telefonear a la policía. Tratamos de explicarle que esa no era una buena idea, pero él insistió en no hacer caso. Así que no tuvimos más remedio que meternos aquí por nuestros propios medios y hacerle ver que eso de no escuchar a la gente es una costumbre muy, muy fea. La verdad es que sólo pensábamos pegarle un poquito, pero ya sabes como son estas cosas, te calientas, te calientas y a veces se te va la mano...

- ¿Se te va la mano? Pero, o sea, ¡si le habéis matado! Y además, le habéis metido el mazo por... o sea, sois súper, pero súper hijos de puta...

- Oye, Lacoste, no te conviene ponerte tan chulito con nosotros -le advirtió el Celta.

- Pero, es que yo pensaba que, o sea, pensé que éramos amigos. Se supone que soy un supercliente vuestro.

- Mira, ahí te tengo que dar la razón. Sólo con lo que sacamos de la mierda que os metéis tú y tus amigos se podría alimentar a toda una provincia en Colombia. Estoy convencido de que algún día pondrán una estatua tuya en Cali, en Medellín o donde quiera que sea que se fabrica la marketinina.

- Entonces...

- Verás, resulta que nos han contado cierta historia sobre ti...

- ¿Historia?, o sea, ¿qué historia?

- Algo sobre ese asunto tan desagradable de los billetes falsos.

- ¿Los billetes falsos? pero... o sea, pero si os dije quiénes eran los culpables -estalló el cocodrilo.

- Sí, sí, es cierto, nos diste el chivatazo. Y les dimos su merecido a los responsables. Lo que sucede es que algunos en la organización no acabábamos de estar convencidos de que fueran ellos. Aunque sea porque no hay nadie tan idiota para intentar colárnosla por segunda vez después de lo que les pasó la primera. Y hombre, todos sabemos que el mono no tiene demasiadas luces, pero ese osito de peluche parecía bastante más listo. No sé, algo no termina de cuadrar en esa historia que nos contaste.

- ¡Pues claro, o sea, claro que fueron ellos! Os lo juro, ¿una insensatez intentar engañaros por segunda vez? Pues claro que lo era, pero esos tipos son así, les puede su afición a la droga. Además, ¿quién iba a ser si no?

El Celta abandonó por completo el tono distendido y sarcástico que había empleado hasta entonces. Clavó su gélida mirada en los ojos de Lacoste y se quedó así, escrutándole en silencio durante unos segundos. Finalmente, lanzó su hipótesis.

- ¿Por ejemplo... tú?

Al oír esto, el cocodrilo palideció.

- ¿Qué?... No... o sea, no puedes hablar en serio... Yo si que os conozco, se lo que seríais capaces de hacerme si se me ocurriera... pues claro que no... ¿es una broma, verdad?

- Lo cierto es que al principio era una simple sospecha, no teníamos pruebas, pero resulta que ha aparecido un informador y todo lo que nos contó parece bastante verosímil.

- ¿Informador?... ¿quién, o sea, quién? -el lagarto estaba cada vez más nervioso.

- Ay, Lacoste, Lacoste, ¿es que no ves los programas del corazón? Cada dos por tres aparece la exchacha de algún famoso aireando sus trapos sucios. Vosotros, los ricos, nunca entenderéis. Hay que tener mucho cuidado con el servicio doméstico, y sobre todo pagar a fin de mes, porque esa gente sabe mucho sobre ti y si se cabrea demasiado y decide contarlo...

- ¡Conguito! ¿Es él, verdad? o sea, ¿pero de qué se queja ese negro de mierda? ¡Tiene un techo, y no un techo cualquiera, uno de tejas de pizarra húngara, las más caras del mercado, o sea! Ese imbécil lleva una vida superguay gracias a mí, ¿y cómo me lo agradece? soltando una sarta de embustes a la primera de cambio. ¿Dónde está ese supermentiroso? -El cocodrilo empezó a caminar hacia la cocina buscando a Conguito, pero el Celta le cerró el paso.

- No le encontrarás aquí, Lacoste. Digamos que está bajo nuestro programa de protección de testigos. Pero bueno, creo que ya hemos perdido demasiado tiempo. Es mejor que nos digas la verdad de una vez y rápido, ¿o prefieres tener una muerte lenta y dolorosa? -preguntó mientras colocaba la punta de su espada en el cuello del reptil.

- No, no, espera, os lo juro, o sea, vosotros no lo entendéis, soy superinocente, lo de Conguito tiene explicación. Él me odia. Y no sólo por lo de no pagarle el sueldo. No, o sea, es algo más profundo, que viene de muy atrás. Antes de que ninguno de los que estamos aquí hubiéramos nacido. Deja que te lo cuente y lo entenderás todo.

El Celta, sin dejar de presionar la garganta del cocodrilo con su arma, se volvió hacia sus esbirros.

- ¿Qué decís chicos? ¿Os apetece que la lagartija nos cuente una historia?... Sí, ¿por qué no?, adelante, no nos viene mal un poco de entretenimiento -dijo mientras tomaba asiento en uno de los sofás de cuero blanco- pero espero que sea una muy buena historia, mucho mejor que las habituales, mi querido amigo escamado. Es tarde y estos señores y yo tenemos una agenda apretada.

El cocodrilo respiró con cierto alivio y se dispuso a empezar la narración. Desde su escondite, Mister Proper, lograba a duras penas contenerse para no salir y arrojarse sobre aquel miserable reptil. Se preguntaba por qué le habría enviado Conguito a ver al Mono en lugar de haberle contado directamente toda la historia como había hecho con el Celta. ¿Quién sabe? Tal vez no pretendía contárselo tampoco a ellos, pero le habían presionado un poco. Sí, seguramente sería por eso, se dijo, poniendo fin a sus cavilaciones, y se concentró en escuchar al cocodrilo.

Era tan suave se publica por entregas: cada día un capítulo. Puedes consultar los anteriores aquí.