Schmitzomania

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Lo reconozco, Kim Schmitz es inasequible al desaliento: el sábado 19 de enero presentó su nuevo juguete Mega, lanzando sus arrobas de nuevo al ciberespacio con una presentación teatral, hortera y multimedia. Mega ofrece 50 GB de almacenamiento gratuito, correo electrónico, acceso móvil y mensajería instantánea. Bienvenidos.

Lo reconozco, Kim Schmitz es inasequible al desaliento: el sábado 19 de enero presentó su nuevo juguete Mega, lanzando sus arrobas de nuevo al ciberespacio con una presentación teatral, hortera y multimedia.

Mega ofrece 50 GB de almacenamiento gratuito, correo electrónico, acceso móvil y mensajería instantánea. Por supuesto, acompaña opciones de pago con almacenamiento desde 400 GB a 8 TB, a precios entre los 19,99 y los 29,99 euros mensuales. Bienvenidos.

El cambio fundamental en Mega es la política de encriptación: al subir un archivo, el servicio lo encripta de modo que -al menos en teoría- solo el usuario que lo cargó conoce su contenido, y lo gestiona advertido de que no debería estar empleando el servicio para violar derechos de Propiedad Intelectual de terceros... Todos sabemos que a Schmitz la Propiedad Intelectual ajena le merece un grandísimo respeto, y hacer dinero con ella le disgusta profundamente; los cerca de 140 millones de euros que se embolsó debieron parecerle una especie de propina celestial por buen chico.

Mega, de acuerdo con esta técnica, no conoce ni puede conocer qué suben sus usuarios, ni si están compartiendo con terceros contenidos ilegales. Sin embargo, y en pura teoría, tampoco Megaupload conocía el contenido exacto de lo que se alojaba en sus servidores ni animaba en modo alguno a transmitir contenidos protegidos por copyright, pese a lo cual la realidad era que se sostenía precisamente sobre eso, e incluso premiaba a los usuarios más activos. Probablemente, cada vez que un mismo archivo obtenía 5.000 descargas Schmitz daba por supuesto que se trataba de fotos de las vacaciones de un usuario, y no de una película de estreno o una novedad discográfica.

El hecho es que Mega no quiere funcionar como Megaupload. En su planteamiento, parece tan inocuo como pueda serlo Dropbox, un servicio que permite trasladar y compartir archivos y sobre el que no se asume ningún tipo de control del contenido. La defensa teórica es clara: no puede exigirse de un servicio de tráfico que estudie, analice y verifique el contenido de cada archivo que se sube, porque eso ralentizaría el servicio hasta hacerlo inviable y crearía abundantísimos problemas que lo harían indeseable a ojos de los posibles clientes. Dropbox no analiza lo que subo, y tampoco lo hacen otros servicios contemporáneos de Megaupload como Rapidshare, que se libró de una multimillonaria demanda presentada por la entidad GEMA (la SGAE alemana) tras localizar cerca de 5.000 archivos ilegales en su servidores. Schmitz razona: si además lo encripto todo, soy intocable.

¿Lo es realmente? Dependerá de cómo se desarrolle realmente Mega. Descargar la responsabilidad sobre los usuarios es algo sumamente fácil, pero no nos engañemos: para que Mega concentre un nivel de tráfico que lo haga tan rentable como Schmitz quiere, debe haber una posibilidad externa de acceder a los contenidos encriptados, es decir, yo debo poder tener la información que me dirija a un enlace conteniendo lo que quiero descargarme, de modo que según cómo se organice esa información y cómo pueda yo acceder a ella, cómo de accesible sea, se podrá abrir una nueva brecha de responsabilidad para Mega. Si no voy a lograrlo mediante un buscador interno (tal y como hacen los servicios P2P), lo tendré que lograr desde fuera. Y dependerá de la accesibilidad general de esa información, y del propio conocimiento que Mega no pueda rechazar tener sobre su existencia, que Schmitz tenga que volver a hacer equilibrios judiciales... o no.