Derecho a refugio: en recuerdo de Jo Cox

Derecho a refugio: en recuerdo de Jo Cox

Por un minuto hagamos lo que sugería Jo en uno de sus discursos. Pongámonos en la piel de una madre siria, de un hombre eritreo, de un niño de ese Yemen bombardeado por aviones saudíes, de las familias afectadas por sequías sucesivas en el Sahel. Tus hijos se enfrentan a la violencia extrema y el hambre. Tienes que decidir entre la muerte y la huída. El terror te inunda. Y si puedes huir, huyes, porque es la única alternativa. Cerca o lejos, cuanto más lejos, mejor.

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Foto: EFE

Hace dos días, un fanático, fanatizado por otros, de los que cada vez hay más, que insultan más, asesinó a Jo Cox gritando una barbaridad más, como cada fanático que asesina.

Empiezo este post en su recuerdo con unas palabras que Jo dijo en abril sobre la situación de la población civil en Siria, especialmente los niños:

"Todos sabemos que la gran mayoría de los niños refugiados que esta noche están desperdigados por Europa, profundamente vulnerables, aterrorizados, y sin nadie con quien contar, provienen de Siria. También sabemos que, conforme este conflicto entra en su sexto año, muchas familias sirias desesperadas se ven obligadas a tomar una decisión imposible: quedarse y enfrentarse al hambre, las violaciones, las persecuciones y la muerte, o emprender un peligroso viaje para encontrar refugio en otro lugar. ¿Quién puede culpar a unos padres desesperados por querer escapar del horror que sus familias están viviendo? Los niños están siendo asesinados en su camino a la escuela. Algunos, a partir de los 7 años, son reclutados de manera forzosa y enviados al frente, y uno de cada tres niños sirios no ha conocido nada más que el miedo y la guerra. Ningún niño debería ser testigo de las cosas a las que estos pequeños se han visto expuestos. Sé que si fuera alguno de mis dos queridos hijos, haría todo lo que pudiera, arriesgaría mi vida y mi integridad física, por sacarles de ese infierno".

Jo relataba así la realidad de millones de personas que conocía bien. En Siria, en Afganistán, en demasiados lugares. Yo también huiría de mi casa, de mi tierra, de mi país, si mis hijos tuvieran que enfrentarse al terror de esa manera. En otros lugares la violencia tal vez es menos aguda, aunque el hambre y la sed son otra forma de violencia. Yo también buscaría alternativas para dar de comer a mis hijos. Aunque tuviera que recorrer miles de kilómetros y arriesgar mi vida, y la de ellos. Esas familias se enfrentan al riesgo de la muerte para escapar de ella.

No recorro esta vez cifras ni las sucesivas vulneraciones del derecho internacional humanitario y de los refugiados. Nuestra última actualización está aquí.

Las cifras son devastadoras, pero hay que tener cuidado con ellas. A veces deshumanizan. Son tantos, qué podemos hacer, están lejos, las causas son imposibles de resolver, no podemos acoger a todos, son tan diferentes, nos cambiarían nuestro mundo. Argumentos que algunos machacan y que, de una u otra manera, se abren hueco en la sociedad. En el fondo, todo se limita a una combinación de egoísmo e indiferencia. Yo primero, por encima de todo.

Por un minuto hagamos lo que sugería Jo en su discurso. Pongámonos en la piel de una madre siria, de un hombre eritreo, de un niño de ese Yemen bombardeado por aviones saudíes, de las familias afectadas por sequías sucesivas en el Sahel. Tus hijos se enfrentan a la violencia extrema y el hambre. Tienes que decidir entre la muerte y la huída. El terror te inunda. Y si puedes huir, huyes, porque es la única alternativa. Cerca o lejos, cuanto más lejos, mejor.

Jo Cox peleó por la gente vulnerable, hizo campaña por sus derechos, exigió su protección, allanó fronteras y pidió a otros que lo hicieran. El odio la ha asesinado.

Tal vez no lo sabes, pero incluso en esa situación, especialmente en esa situación, tienes derechos, a la protección, a la ayuda humanitaria, a la información, a solicitar asilo. Los Estados deben hacerlos cumplir, las organizaciones internacionales velan por ellos. Te pones en camino, recorres desiertos, gastas lo poco o mucho que tienes ahorrado, abusan de ti en el camino, cada frontera es una incógnita repleta de miedo, enfrentas el mar que se traga vidas cada día.

Tal vez, solo tal vez, logras acercarte a países con una suficiente estabilidad y nivel de desarrollo. Aquéllos que en su momento impulsaron el derecho internacional por una mezcla de interés, humanismo y responsabilidad.

Y entonces, cuando deberías haber llegado, cuando deberías encontrar ayuda y protección, cuando tu derecho a pedir asilo debería estar por encima de todo..., entonces te encuentras con un muro. Con Gobiernos gendarmes pagados con ayuda y ventajas comerciales para mantenerte cuanto más lejos, mejor. Con todas las dificultades posibles para pedir asilo, incluyendo ser devuelto en caliente cuando has pisado la tierra de un país de promesa. Con la única alternativa de ponerte en manos de mafias inhumanas, debido a la inhumanidad de quienes no cumplen su obligación de proteger y garantizar rutas seguras. Arrojado al mar, subido a la valla, frente al muro.

Y, tal vez, te llegue el eco de un ministro de un país que fue y es de emisión y que fue de acogida. Un ministro sin humanidad que utilizará a los que lleguen con cuentagotas, un número ínfimo, para decir que ya están viniendo, y que es muy difícil. Que condecorará a quienes apalearon a otros como tú al caer de una valla. Que frenará con todo lo legal, y lo no legal, la concesión del estatuto de refugiados.

Si miramos lo anterior como un asunto más de la política, podemos debatir sobre él. Si lo miramos desde la cercanía con quien sufre, poniéndonos en el lugar de esas madres y padres, entonces el derecho internacional nos parecerá una obviedad. Y su vulneración una muestra del gélido interés que alienta el miedo y la xenofobia.

Jo Cox peleó por la gente vulnerable, hizo campaña por sus derechos, exigió su protección, allanó fronteras y pidió a otros que lo hicieran. El odio la ha asesinado.

Todo nuestro cariño para su familia, amigas y amigos cercanos, compañeras y compañeros de causa, incluyendo los de Oxfam donde trabajó ocho años. El mejor homenaje que podemos tener hacia ella es seguir luchando, sin parar. No callar, no tener miedo. Y, sobre todo, estar cerca de quienes lo tienen.