No quieren dejar su país

No quieren dejar su país

Necesitamos urgentemente la ayuda humanitaria imprescindible para atender a la población refugiada y desplazada por los conflictos. Necesitamos una actuación internacional más intensa, mejor dotada y, sobre todo, que tenga como prioridad a la población vulnerable a la hora de intervenir en un conflicto.

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Campo de refugiados sirios en Líbano. Foto: Pablo Tosco/Oxfam Intermón.

España es miembro del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas durante dos años, 2015 y 2016, en los que tiene una responsabilidad adicional importante en relación con los conflictos y la paz mundial. Dentro de nuestra labor de influencia política sobre las crisis humanitarias en las que estamos presentes, he dedicado varios días a trabajar con la misión española en Nueva York, así como con las delegaciones de otros miembros del Consejo. El objetivo de estas reuniones es facilitar información directa sobre la situación dentro de los países y exigir que se haga lo imposible para frenar los conflictos que matan y fuerzan a huir.

Y es que las ONG, o al menos algunas, sí vamos a las causas de la injusticia. Por supuesto que hay que acoger a los refugiados. Lo obliga el derecho internacional y los valores de humanidad que hemos visto florecer en la ciudadanía europea y marchitar en algunos de sus gobernantes, los nuestros a la cabeza.

La violencia es tan extrema que ¡cómo no van a escapar!. Los conflictos de los que estamos hablando son brutales.

Además, como organizaciones humanitarias, nuestro deber es asegurar la ayuda a quienes sufren las crisis. Oxfam asiste en Siria y en los países limítrofes, Jordania y Líbano, a cientos de miles de personas. Estamos allí para asegurar el acceso al agua potable y al alimento; y en crisis más olvidadas aún, como las de Yemen, República Centroafricana y Sudán del Sur.

Dicho todo lo anterior, somos conscientes que la única solución a las crisis humanitarias originadas por conflictos es el final de la violencia, del terror y de la fuerza sobre los más vulnerables, que no quieren dejar sus casas, que solo quieren vivir en paz en ellas. Por eso presionamos al Consejo de Seguridad.

La violencia es tan extrema que ¡cómo no van a escapar!. Los conflictos de los que estamos hablando son brutales. En Siria han muerto 220.000 personas y casi doce millones han tenido que abandonar sus hogares. El 84% de la población de Yemen, veintiún millones de personas, depende de la ayuda humanitaria, trece millones pasan hambre, a muchas no se puede acceder por el conflicto. En República Centroafricana la violencia aterrorizó a la población, y ahora a pesar de la frágil paz, el terror y la destrucción bloquean la vuelta a sus barrios de origen. Estos son solo algunos ejemplos, pero las violaciones de los derechos humanos de la población civil son continuas.

Las conversaciones con las misiones gubernamentales de países tan variados como España, Lituania, Malasia o Nueva Zelanda, todos miembros del Consejo de Seguridad, fueron desalentadoras. Los embajadores aguantan el tipo pero los asesores muestran sobrepasados su frustración. Diplomáticos eficientes, algunos muy comprometidos con la paz, son incapaces de hacer avanzar una resolución que condene el uso de bombas de racimo en Siria o que fije un embargo de armas a todas las partes en este conflicto, ya que Rusia siempre vetará cualquier cosa que signifique debilitar a Bashar al-Assad.

La brecha entre necesidad y disponibilidad de fondos para la ayuda humanitaria es abismal, y España, de nuevo, destaca por su insolidaridad.

Ni siquiera se ha logrado una condena desde el Consejo al bombardeo del puerto de Hodeidah en Yemen, por parte de la coalición liderada por Arabia Saudí y apoyada con armas por medio mundo desarrollado (España incluida). La destrucción del puerto está impidiendo que entren bienes básicos de consumo en Yemen, ni siquiera lo imprescindible para la ayuda humanitaria, con el consiguiente sufrimiento de la población. En una crisis olvidada como la de República Centroafricana, donde la violencia y el terror aún se sienten en la piel, hay que pelear en el Consejo por mantener el interés internacional antes de que la mayor parte de los esfuerzos políticos, pacificadores y de ayuda humanitaria, sean absorbidos por otras crisis más relevantes geoestratégicamente. La población centroafricana puede quedar de nuevo olvidada y abandonada a su suerte en medio de la pobreza y el miedo.

Hoy hay más crisis en el mundo que en las dos últimas décadas. Son más complejas y afectan a más personas. La brecha entre necesidad y disponibilidad de fondos para la ayuda humanitaria es abismal, y España, de nuevo, destaca por su insolidaridad. Una reducción del 90%, dejando la miserable cantidad de dieciséis millones en manos de la Oficina Humanitaria, comportan que solo se pueda cubrir el 10 % de la cuota que le corresponde a España en la respuesta humanitaria a la crisis de Siria. Y es que la mayor parte de las personas que sufren están dentro de Siria o en los países limítrofes, que no han puesto vallas ni barreras a pesar de incrementar su población hasta en un 30%.

Necesitamos urgentemente la ayuda humanitaria imprescindible para atender a la población refugiada y desplazada por los conflictos. Necesitamos una actuación internacional más intensa, mejor dotada y, sobre todo, que tenga como prioridad a la población vulnerable a la hora de intervenir en un conflicto. Que se asegure el acceso humanitario imparcial, que pare la venta de armas, que se sancione a quien vulnere el derecho internacional, que se actúe con contundencia ante las partes en conflicto y quienes las apoyan. Por encima de intereses políticos o estratégicos, que ahogan la paz, por encima del olvido cuando estos intereses no están presentes.

Hay que acoger a los refugiados con las puertas abiertas. Las organizaciones debemos asistir humanitariamente a los millones de seres humanos que sufren los conflictos donde éstos ocurren. Y, sobre todo, debemos exigir una acción internacional mucho más decidida para acabar con ellos. La frustración es intensa, pero no podemos dejarnos invadir por ella, hay que luchar. Por humanidad.