Nokia 3310: ¿una señal de muerte para el 'smartphone'?

Nokia 3310: ¿una señal de muerte para el 'smartphone'?

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Curiosamente, una de las estrellas del pasado Mobile World Congress, la feria mundial de los móviles de Barcelona, fue el Nokia 3310, una reedición del aparato pequeñito y de apretado teclado que fue lanzado hace 17 años por la compañía finlandesa. Es una paradoja que en una feria donde han aparecido sofisticadísimos smartphones, como el P10 de Huawei, o el G6 de LG, brille tanto un aparato de 49 euros y que sólo sirve para hablar y mandar SMS, y donde no hay ni rastro del omnipresente WhatsApp, del GPS, del correo electrónico, de las apps para el running o controlar el ejercicio físico durante el día, por no hablar de las redes sociales o de las supercámaras de alta resolución, sin las que, según parece, no somos nada en el mundo hiperconectado de hoy en día.

Hay quien dice que quizá nos hayamos cansado de los smartphones, y de ahí el gusto por la extravagancia vintage del Nokia 3310 o por la desconexión casi total que propone. Y es que hoy recibir una llamada de teléfono empieza a ser una rareza y quizá una impertinencia para muchos, mientras que soportamos con gusto o con amable estoicismo esos continuos pitiditos de las notificaciones que nos dejan las mil y una aplicaciones que cargamos en el smartphone y que, por supuesto, atendemos sin rechistar.

Sinceramente, no creo que vayamos a renunciar al smartphone, porque a pesar de la tabarra que pueden suponer, dan mucho más de lo que quitan y, sobre todo, a estas alturas nos cuesta concebir la vida sin ellos. Sin el smartphone acabaríamos perdiéndonos en la carretera de circunvalación, nos aburriríamos como ostras mientras esperamos al tren o quedaríamos descolgados de la conversación con el grupo de amigos o con el de los padres del cole. Y eso, la exclusión digital, es lo último que uno querría para sí y para los suyos.

Las ventas de 'smartphones' en los países avanzados prácticamente se han estancado, y el formato sólo crece en los mercados emergentes.

Se seguirán vendiendo smartphones a porrillo y seguirá habiendo muchos "wows" en las presentaciones que los Apple, Samsung, Huawei o Xiaomi de turno hagan de sus últimos modelos en California, Barcelona o Londres. Sin embargo, creo que el negocio del smartphone no es lo que era y puede que estemos -a falta de un Steve Jobs redentor- ante el inicio de su decadencia. En la feria de Barcelona, un analista reconocía que cada vez les es más difícil a las marcas innovar, puesto que se está llegando a los límites físicos en cuanto a reducción de tamaño de los componentes e incremento de potencia y autonomía de las baterías. Por eso, a pesar de todo el boato de su puesta en escena, los nuevos aparatos que se presentan últimamente se parecen tanto a los anteriores.

Las ventas de smartphones en los países avanzados prácticamente se han estancado, y el formato sólo crece en los mercados emergentes, donde los usuarios cambian sus dumbphones (móviles tontos) por otros con acceso a datos, Internet y aplicaciones. A los usuarios en Europa o Estados Unidos cada vez les cuesta más soltar los 600 o 700 euros que les piden por un aparato de gama alta, y por eso los periodos de renovación se han alargado y triunfan los dispositivos de gama media (entre 200 y 300 euros).

Aunque no se llevó tantos focos en Barcelona, quizá porque todavía está por materializarse, la gran apuesta de la industria de las telecomunicaciones en los próximos años será el 5G, la próxima generación de redes móviles, que multiplica las capacidades de las actuales y las hace mucho más consistentes. De hecho, en el Mobile World Congress no hubo fabricante de redes y equipamiento que no se presentara con una tecnología capaz de facilitar a las operadoras la transición al 5G, que podría ser una realidad comercial en 2020. Con el 5G el centro de interés se va a desplazar del móvil a los dispositivos del Internet de las cosas, a esos sensores y microchips que aparecerán por millones en cualquier lugar y aparato y que harán posible las ciudades inteligentes, el coche conectado, la telemedicina o el smart home. Aunque, eso sí, habrá que esperar todavía unos años para verlo.