Portugal: ¿efecto demostración?

Portugal: ¿efecto demostración?

La brecha norte/sur ha profundizado el sentimiento de agravio en los países del sur de Europa. Portugal es un ejemplo especialmente sangrante, tanto por el sadismo del recetario de la troika, como por la escasa visibilidad del sufrimiento del pueblo portugués. A pesar de ello, el Partido Socialista, que estaba en el gobierno al inicio de la crisis, no se ha hundido en ningún momento.

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Desde el arranque de la Gran Recesión en 2008, la desastrosa estrategia de la austeridad recesiva se ha venido saldando con una exasperación de las desigualdades, no sólo en el interior de los Estados de la Unión Europea, sino entre ellos: la brecha norte/sur ha profundizado el sentimiento de agravio en países como Grecia, Chipre, España y Portugal, por una terapia infligida sin miramientos y sin reparar en los daños.

Portugal es un ejemplo especialmente sangrante. Tanto por el sadismo del recetario de la troika, con la diligente complicidad del Gobierno de derechas, que durante los últimos cuatro años ha liderado Pedro Passos Coelho (de la familia del PP), como por la escasa visibilidad del sufrimiento del pueblo portugués en la gran pantalla de las revueltas europeas, en la que la tragedia griega ha resonado mucho más.

La especificidad portuguesa se acentúa especialmente al comprobar que, a pesar de los sufrimientos y turbulencias padecidas en la gestión de la crisis, con grave empobrecimiento de las clases medias y trabajadoras, el Partido Socialista, que estaba en el gobierno al inicio de la crisis (con José Sócrates al frente), no se ha hundido dramáticamente en ningún momento. Por contra, ha mantenido una sólida y fundada expectativa de recuperación del gobierno en cuanto hablaran las urnas.

Además, a diferencia de otras experiencias en los países del Sur, no ha emergido en Portugal (como sí ha sucedido en España) un pujante populismo de izquierdas cuyo argumento central sea la culpabilización general de la clase política y la UE o "el sistema", por lo acaecido en Portugal.

Por eso mismo resulta tan ilustrativa la secuencia de las últimas elecciones legislativas en Portugal, el pasado 4 de octubre.

De un lado, la reedición de una victoria (relativa) de la coalición conservadora ha sido reverberada propagandísticamente por toda la derecha europea y por su prensa adicta: "¡Gran lección portuguesa: la ciudadanía premia a los ejecutorios de la austeridad a martillo! ¡Passos Coelho, revalidado en las urnas...!". Solo que sin mayoría absoluta que le permita asegurar la continuidad de su Gobierno.

¡Pero ahí es nada, esa diferencia! La derecha ganó, sí, pero sin mayoría absoluta. Lo que la deja en minoría frente a una eventual alianza de tres formaciones diferentes que se reivindican de izquierda: el Partido Socialista, el Partido Comunista Portugués, y el ahora llamado Bloco de Esquerdas, una formación de nuevo cuño de configuración aluvional (radicales de izquierda y personalidades mediáticas).

Lo ocurrido en Portugal está enviando a toda Europa el mensaje claro de que la izquierda necesita igualmente situarse como primera fuerza para romper las inercias y asegurar su derecho a pactar un cambio de política con verdadera alternativa.

Así las cosas, la prognosis inmediata fue una continuidad de la austeridad premiada de los conservadores, con Passos Coelho al frente. Dando por imposible que la socialdemocracia de centro-izquierda europeísta del PS de Antonio Costa (antiguo ministro del Interior de Sócrates y luego alcalde de Lisboa) pudiese pactar con los intransigentes PC y Bloco, cuyas plataformas cuestionan, no sólo la austeridad, sino el euro y las condiciones financieras impuestas en el nuevo marco europeo regulatorio (six-pack, two-pack, el Semestre Europeo, y el determinante papel de los llamados Mandatos de Estabilidad y Control de Precios e Inflación del BCE).

La impresión dominante fue, por tanto, anticipar que las opciones estratégicas del PS replicarían las del SPD alemán al coaligarse con Merkel: sostener a un jefe de Gobierno de derechas, antes que pactar nada con las intratables exigencias de la izquierda radical.

Pero no: el comportamiento de Antonio Costa y el PS no ha sido ése. No en esta tesitura. Tras rondas de conversaciones, Antonio Costa ofreció al presidente de la República -Aníbal Cavaco Silva, primer ministro durante 10 años, en buena parte coincidente con la España de González, apodado "la Esfinge" por su hieratismo, y presidente, no se olvide, legitimado directamente por las urnas y el sufragio universal- una coalición de izquierdas con mayoría parlamentaria.

Tamaña sorpresa ha producido dos impactos interesantes:

Primero, romper la imagen de complicidad de las formaciones socialdemócratas con la derecha moderada para sacar adelante "prioridades europeas" como si no hubiera alternativa.

Segundo, ha desatado en la propaganda de la derecha una retórica orientada a alertar de un hipotético "efecto demostración" en su proyección sobre España y sobre las inminentes elecciones del 20-D.

El argumento es como sigue: si no hay mayoría absoluta o suficiente de la derecha, el riesgo al que se enfrenta el electorado conservador sería el de verse gobernado por una mayoría de izquierdas en la que los socialistas "serían capaces de pactar con todos"... aunque perdieran las elecciones y fueran segunda fuerza.

¡Ha de tenerse en cuenta que, como sucede en España, nunca antes el Gobierno se confió en Portugal, durante sus 40 años de democracia después de una dictadura, a quien no se hubiera alzado como primera fuerza en votos y en escaños con las elecciones!

Pues bien: ese efecto demostración puede invertirse también.

Y ello por dos razones. Una, porque Cavaco ha desoído la aritmética parlamentaria y, utilizando su margen presidencial de discreción y opción política para dilucidar el interés nacional, ha confiado a Passos Coelho un Gobierno de minoría, antes que confiárselo a una mayoría de izquierdas con garantías parlamentarias de investidura y estabilidad.

Lo que, en otras palabras, también está enviando a toda Europa el mensaje claro de que la izquierda necesita igualmente situarse como primera fuerza para romper las inercias y asegurar su derecho a pactar un cambio de política con verdadera alternativa.

Y segundo, porque habrá que ver qué impacto movilizador puede tener en España, el 20-D, ese ejemplo portugués: o la movilización del potencial (y ahora oculto) voto del PP, o la movilización de los que apuestan por un liderazgo claro en la alternativa de izquierda para el PSOE y Pedro Sánchez.

Así las cosas, yo tengo muy claro qué lección conviene deducir aquí y ahora del ejemplo portugués y su efecto demostración.