Un debate muy alejado de la calle

Un debate muy alejado de la calle

Lo que el debate ha dejado en evidencia es que con una huida hacia adelante no se puede romper esa sensación de lejanía entre la política y la gente. Y Mariano Rajoy está en esa huida: escondiéndose tras las reformas económicas que presenta como "inevitables" y zafándose así de todo el malestar de la calle.

El debate sobre el estado de la nación se ha producido este año con los mayores niveles históricos de desconfianza hacia las instituciones del Estado. Según una encuesta publicada en El País, tres de cada cuatro ciudadanos españoles no se sienten representados por el Congreso. Creo que no es exagerado calificar de gravísimo el distanciamiento entre la calle y la máxima representación del pueblo. Por eso este debate se ha producido en un momento para romper esa brecha, y para acercar la política a la gente. Pero ha sido una oportunidad perdida.

El presidente del Gobierno ha obviado los problemas que más nos agobian: el paro, la crisis política, la corrupción, los desahucios o la crisis ecológica. En su discurso ha puesto de manifiesto que su política económica se limita a hacer efectivas las recetas de austeridad dictadas desde la troika, y que los seis millones de parados son para él un dato económico más. Al parecer el desempleo es para él de una importancia secundaria. Rajoy no ha puesto sobre la mesa planes, propuestas, ideas, programas, ni iniciativas para hacer frente al paro, sin duda el problema número uno para los españoles.

Tampoco la corrupción le debe ocupar mucho, porque más allá de una invitación genérica a un pacto contra ella, no le hemos oído ni siquiera entonar un mea culpa por el asunto Bárcenas. Sólo los sobres de Baldoví han agitado ante los ojos de Rajoy una cuestión que preocupa a todos menos, al parecer, al Gobierno del PP.

Tampoco en una cuestión que tiene a la opinión pública en pie -los desahucios- hemos visto que Rajoy tomara la inciativa, y diera algún paso adelante. Nuevamente invitaciones genéricas a pactos, que es lo que al parecer ofrece Rajoy cuando no tiene nada que decir. Una vez más, por cierto, el medio ambiente ha estado ausente en su discurso, probablemente para evitar que le manchara algo de chapapote.

Así que con un presidente del Gobierno con más pinta de contable del FMI, que de líder político, las cosas estaban fáciles para el PSOE. Pero un Rubalcaba pidiendo en voz baja la dimisión de Rajoy para no molestar a Felipe González tampoco ha resultado convincente.

Así que la crítica más certera ha quedado para los partidos más pequeños. Por ahí sí que parece emerger un consenso sobre la necesidad de terminar esta legislatura cuanto antes e ir a un nuevo proceso constituyente, una idea que se origina en la calle y que va calando entre los partidos políticos, de abajo hacia arriba. Pero no deben olvidar de la necesidad de modificar la ley electoral.

Lo que el debate ha dejado en evidencia es que con una huida hacia adelante no se puede romper esa sensación de lejanía entre la política y la gente. Y Mariano Rajoy está en esa huida: escondiéndose tras las reformas económicas que presenta como "inevitables" y zafándose así de todo el malestar de la calle. El espacio sigue esanchándose para convertirse en abismo, y los grandes partidos han perdido una oportunidad única.