Incluir para retomar el crecimiento: una reflexión tras la reunión FMI-Banco Mundial de Lima

Incluir para retomar el crecimiento: una reflexión tras la reunión FMI-Banco Mundial de Lima

Más allá de los avances de la década pasada, con ochenta millones de latinoamericanos que dejaron la pobreza, la preocupación es que muchos puedan volver a una situación límite en el contexto actual de desaceleración de la economía en América Latina. Y es que el 40% de la población regional se encuentra en una situación vulnerable. Son aquellos que tienen ingresos de entre 4-10 dólares por día, muy a menudo ligados al mercado de trabajo informal.

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Imagen: REUTERS

Participé en días pasados en las primeras reuniones anuales del FMI y del Grupo Banco Mundial realizadas en América Latina en los últimos casi cincuenta años. No puedo negar que la sensación térmica con la que me fui no fue la de un optimismo contagioso sobre la marcha de la economía mundial; por el contrario, me embargó una carga de incertidumbre con algunas luces al final del túnel.

En el fútbol, cuando se habla de tridentes, aparecen casi naturalmente Messi, Neymar y Suárez. En Lima, el tridente era la transición en el modelo chino, la caída en el precio de los commodities y la amenaza inminente del ajuste monetario estadounidense.

Es cierto: los emergentes y los países en desarrollo presentan un crecimiento menguado, y ello se siente a nivel global, porque --no lo olvidemos-- contribuyen casi el 40% del PIB mundial, cuando en 1967 su aporte era de alrededor de un cuarto de esta cifra. América Latina y el Caribe, por ejemplo, experimentarán un pálido crecimiento de 0,5% en promedio.

Y tampoco es que los industrializados tengan un comportamiento estelar: EEUU es quien lidera con un 2,5%.

Pero más allá del magro crecimiento, lo cierto es que hay coincidencias en que la región está mejor preparada que en el pasado para afrontar los choques externos. En efecto, el economista jefe del Banco Mundial para América Latina sostuvo en su informe presentado en Lima que "si esto hubiese pasado en los noventa, estaríamos en el medio de una crisis financiera de enormes proporciones".

Lo que ocurre es que Sudamérica, en especial, se ha transformado financieramente en algo más de una década, pasando de ser un deudor neto a ser un prestador neto, con una posición más favorable en este terreno para afrontar situaciones de riesgo. Es más, la composición de flujos de capital que llegan hacia la región es, en su mayor parte, para inversión directa, en vez de flujos especulativos de corto plazo.

Estos factores podrían contrarrestar los efectos negativos de una eventual subida en la tasa de interés de la Reserva Federal estadounidense, en caso de que ésta se registre, lo cual está por ver.

Además, y para aquellos países con tipo de cambio flexible, el aumento del precio del dólar, si bien puede conllevar niveles más altos de inflación, proporciona también una ventaja competitiva para la canasta de los productos exportables en momentos de caída de los precios de las materias primas.

El nuevo escenario no es catastrófico, pero plantea importantes desafíos, porque el viento de popa está dejando de soplar. Pero la buena noticia es que la posición de los países de la región para enfrentar esos desafíos es mucho más robusta que antaño.

En los países de FONPLATA, salvo las dos grandes economías, Brasil y Argentina, los pequeños, Bolivia, Paraguay y Uruguay crecerán entre más del 4% y el 2%, algo impensable en el pasado cercano, cuando los motores regionales se desaceleraban.

En ese contexto, el debate instalado, si bien tiene características regionales y por país, se alimenta de experiencias internacionales, tanto exitosas como fallidas.

¿Qué hacer, entonces? ¿Volver a los ajustes clásicos, con reducción del gasto público, incluyendo el gasto social, para asegurar los equilibrios macroeconómicos? ¿O, tal vez, mantener el curso de acción de los últimos años, generando más oportunidades de progreso para los que no las tienen, a pesar del cambio en la coyuntura internacional?

Me inclino por una combinación de ambos caminos. Por un lado, utilizar el gasto público de una manera más focalizada en aquellos programas de mayor impacto social a efectos de fortalecer la posición de la población más vulnerable con un gasto más eficiente y eficaz, cuidando de ese modo el frente fiscal y la estabilidad, fortaleciendo el clima de inversiones. Por otro, mantener la perspectiva de inclusión social en el modelo de crecimiento económico.

Más allá de los avances de la década pasada, con ochenta millones de latinoamericanos que dejaron la pobreza, la preocupación es que muchos puedan volver a una situación límite. Y es que el 40% de la población regional se encuentra en una situación vulnerable. Son aquellos que tienen ingresos de entre 4-10 dólares por día, muy a menudo ligados al mercado de trabajo informal. Se trata, entonces, de fortalecer sus capacidades para desarrollar su vida en forma autónoma.

Como se advierte, el nuevo escenario no es catastrófico, pero plantea importantes desafíos, porque el viento de popa está dejando de soplar. Pero la buena noticia, como ya he dicho, es que la posición de los países de la región para enfrentar esos desafíos es mucho más robusta que antaño. Por ese mismo motivo entonces, el cuidado de los equilibrios macroeconómicos pero con una firme perspectiva de inclusión, constituye un objetivo realizable. Esas son las luces que destellan al final del túnel.