Perroflautismo y democracia

Perroflautismo y democracia

El perroflautismo no es ni la expresión de la pobreza ni la consagración del nihilismo. Se me antoja a estas alturas que es el Pepito Grillo, el radical libre de una crisis que cada vez más claramente se manifiesta como mucho más allá de las finanzas o la economía. Ahí está su influencia para quien quiera enterarse a tiempo.

Aquel término "perroflauta" con que los críticos con las movilizaciones del 15M bautizaron despectivamente a quienes en ellas participaban, ha terminado asentándose entre no pocos ciudadanos como sinónimo de gente marginal y pobre económica y culturalmente. "Ese es un perroflauta", he oído hace poco a un conocido mío refiriéndose a un viejo amigo con dificultades. El "perroflautismo" ha derivado hacia la marginalidad de sus orígenes, y "perroflauta" es el pobre.

Pero ese desprecio encierra en sí mismo la ignorancia y, acaso, el miedo de quien lo muestra.

De entrada, me parece admirable y hasta didáctica la relación entre el hombre y el animal en lo que tiene de desinteresada y cálida en cualquier circunstancia. Despreciarlo o no verlo es también revelador de cómo es quien lo hace. Pero esto es lo formal, la epidermis. Lo sustancial es identificar al "perroflauta" con el nihilista o el marginal antisistema y, sobre todo, con el perdedor en el juego de los contrapesos sociales. Ese es el error, la expresión de ignorancia.

Porque el "perroflautismo" no es una suerte de derrota o inacción ante la cosa pública, aunque algunos gusten de así presentarlo y otros de así presentarse, que también hay; el "perroflauta" que deja su esquina y se moviliza no sólo participa en un acto colectivo, sino que está influyendo en los comportamientos de muchas otras personas. Como cualquier ciudadano activo.

O incluso más, como acaba de demostrarse en el País Vasco y Galicia. Los resultados electorales en las dos comunidades han recogido el descontento que el "perroflautismo" refleja en una sucesión de movilizaciones desordenadas pero capaces de sembrar en gran parte de la población la conciencia de estar sufriendo políticas injustas. Muchos de los "buenos" españoles que "se quedan en casa", contemplan con simpatía el movimiento callejero y eso se ve con bastante claridad en lo que ayer dijeron las urnas.

El aumento de opciones nacionalistas radicales, que recogen la inquietud ciudadana en forma de queja por la identidad supuestamente pisoteada y herida; la caída de los partidos convencionales, con el estrepitoso fracaso socialista pagando su política en el Gobierno y su política en la oposición y el descenso de votos del PP más notable en el País Vasco, además de la considerable abstención en las dos elecciones, son, creo, reflejo de ese descontento que el "perroflautismo" contribuye a airear dificultando que se convierta en resignación, impidiendo que haga callo y termine por aceptarse como algo inevitable.

En la misma línea creo que puede interpretarse lo que está sucediendo en Cataluña, ese descontento hábilmente manejado por el señor Mas al frente de la Generalitat.

Sin duda, los vencedores en Galicia y en el País Vasco, Feijó y Urkullu, han hecho méritos suficientes para obtener esas victorias, en el primer caso desde una difícil posición de Gobierno en tiempos de crisis. Pero tanto ellos como el resto de partidos políticos habrán de tomar buena nota de lo sucedido ayer porque recoge claramente una poderosa corriente popular de descontento con la crisis en general y con quienes la administran en particular.

El perroflautismo no es, a la vista de todo esto, ni la expresión de la pobreza ni la consagración del nihilismo. Se me antoja a estas alturas que es el Pepito Grillo, el radical libre de una crisis que cada vez más claramente se manifiesta como mucho más allá de las finanzas o la economía.

Ahí está su influencia para quien quiera enterarse a tiempo.