Goles son amores

Goles son amores

En palabras de Eduardo Galeano, «el gol es el orgasmo del fútbol». No hay duda. Es el momento más esperado del espectáculo.

En la historia del fútbol se han marcado todo tipo de goles y muchos de ellos se mantienen vivos en la memoria de los aficionados. Algunos goles pasaron a la historia por su ejecución; otros, por su importancia en un partido; otros, sencillamente, porque son auténticas obras de arte. En palabras de Eduardo Galeano, «el gol es el orgasmo del fútbol». No hay duda. Es el momento más esperado del espectáculo. El estallido de alegría que justifica la asistencia a un estadio. La turbina que mueve el motor del partido. Es, en definitiva, la salsa del fútbol. Una salsa que, en esta Eurocopa, ha alcanzado el grado de delicatessen en más de una ocasión: el tacón imposible de Welbeck, las acrobacias de Ibra y Balotelli, el misil de Kuba, los cabezazos de Cristiano Ronaldo y Xabi Alonso, el penalti a lo Panenka de Pirlo... Pero, ¿cuál ha sido el mejor gol de la historia del torneo? Ahí van mis tres propuestas.

Marco Van Basten (Holanda 2 - URSS 0, final Euro 88)

Ante la mirada del mundo, Van Basten anegó el Euro 88 de talento personal y demostró a qué nivel de excelencia había llegado. Un estado de gracia que alcanzó su máxima expresión en el partido final, el 25 de junio en Múnich, donde facilitó a Gullit el primero de los dos goles y anotó el segundo... ¡Y de qué manera! De volea, a centro de Tiggelen por la banda izquierda, desde un ángulo imposible. El gran Rinat Dassaev, el guardameta soviético, se vio impotente para detener el trallazo. Si esa increíble volea hubiera salido de las botas de cualquier otro futbolista, más de uno habría sugerido que el balón podía haber salido en cualquier dirección, que en parte había sido un gol de churro. Pero hasta los iconoclastas más duros saben que es inútil cuestionarse un tanto cercano a la perfección. Como el de Van Basten, por ejemplo. Tras la diana de su pupilo, el seleccionador holandés, Rinus Michels, pareció tambalearse y estar a punto de llorar de gratitud y alegría. Ni siquiera él sabía que se podía jugar tan bien al fútbol. Aquel gol olía a Balón de Oro.

Zlatan Ibrahimovic (Italia 1 - Suecia 1, Euro 2004, Grupo C)

Zlatan Ibrahimovic no es un jugador para todos los gustos. Dígale a un culé que Ibra es un genio y pondrá la cara de un bulldog en pleno análisis de una paradoja. Pero es que una de las cualidades esenciales de un genio es que haga algo que nadie haya visto antes. El gol con el que Zlatan igualó el marcador ante Italia en el Euro 2004 pertenece a esta categoría.

Ibrahimovic era cinturón negro de taekwondo a los diecisiete años, y en ocasiones ha puesto esa habilidad al servicio del fútbol, convirtiéndolo en un arte marcial. El ejemplo más puro de lo que decimos es el gol que le hizo a Italia, resultado de su extraordinaria flexibilidad. No se sabe qué admirar más: si la imaginación, la agilidad mental (tuvo medio segundo para planificar la jugada), la precisión --era el único sitio en el que podía marcar-- o el hecho de que no se lesionara todos los ligamentos del pie (siempre habíamos pensado que había sido un taconazo, pero en realidad Ibra cambia la posición del cuerpo para golpear con el exterior, observen lo ágiles que son sus piernas). Sumen todo esto y tendrán un gol inconcebible. De esos que sólo puede marcar un auténtico genio.

Antonin Panenka (Checoslovaquia 2 - RFA 2, final Euro 76)

La joya de la corona. La mayor frivolité perpetrada --con éxito-- en la historia de la Eurocopa. Estamos en 1976, la selección anfitriona ha llegado a la final del torneo por primera vez en su historia, y se ha adelantado por 2-0. Está a un paso de alcanzar el mayor éxito en la historia del fútbol de tu país. Pero el rival es Alemania, que además de la campeona vigente es... Alemania. La Mannschaft reduce diferencias y en el último minuto empata. Lo que sigue son treinta agotadores e intensos minutos de prórroga. Llega la tanda de penaltis. A Antonin Panenka le toca el último de los cinco lanzamientos de su equipo. Increíblemente, el jugador que le precede, Uli Hoeness, falla su intento. El suyo es el penalti decisivo. Puede convertirse en un héroe nacional. O puede errar el tiro y dar a los germanos otra oportunidad de remontar.

Bueno, puede que en realidad la presión no sea tanta, que si falla la gente lo entienda. Y más si tenemos en cuenta que su rival directo es Sepp Maier, uno de los mejores porteros de todos los tiempos, y reciente campeón de Europa, por tercera vez consecutiva, con el Bayern de Múnich. Pero es que si falla por ponerle al germano el balón en los brazos en un momento de enajenación sobradísima, no lo van a entender de ninguna manera. No, en ese caso el único resultado posible es que sea humillado en todo el mundo y condenado al sufrimiento eterno en tu tierra. Y entonces ¿qué hace? Pues se arriesga, porque, tal y como le definió más tarde un asombrado Pelé, es «un genio o un loco». Tras una carrerilla considerable, desconcierta al portero arrastrando los pies al tomar impulso y luego dispara suave y picadito, por el centro de la portería. Nadie ha visto nunca nada igual. Nadie podrá olvidarlo.