Making of de 'Periodistas. El arte de molestar al poder'

Making of de 'Periodistas. El arte de molestar al poder'

Hace ya algunos años que mi amigo Fernando Valls, crítico literario y profesor universitario de Lengua y Literatura, me lo venía diciendo: la colección de experiencias acumuladas a lo largo de mis décadas de trabajo como periodista bien podían convertirse en un libro. La primera vez que me lo sugirió empezaba a ser común disponer de un blog en internet. Allá por 2008 mi compañera Salomé Machío llegó una mañana a la delegación de CNN+ en Andalucía dispuesta a que todos nos abriéramos una cuenta en Facebook y un blog. Con lo de Facebook tuvo suerte, pero en cuanto al blog el acuerdo al que llegamos fue abrir uno conjunto que podríamos actualizar de manera alterna cuatro compañeros de la redacción: ella, Ana García Benítez, Alberto Navarro y yo.

Al blog lo llamamos Las carga el diablo y nuestra intención inicial fue dejar constancia por escrito del funcionamiento de la delegación andaluza de CNN+ y Cuatro, de nuestros avatares durante las coberturas de actualidad recorriendo de punta a punta Andalucía, el norte de África y el sur de Portugal y Extremadura. Pero al cabo de varios meses, el único que actualizaba el blog era yo, así que cuando mis entradas en solitario cumplieron el primer año, mis compañeros me cedieron el blog en herencia y yo decidí añadirle un subtítulo: "Periodismo y otras hierbas".

¿Podría ser ese el libro, una selección de los artículos que yo había escrito sobre el oficio de contar historias?

De vez en cuando, mi amigo Fernando me preguntaba por el libro y yo no sabía qué contestarle porque no acababa de animarme. Pero tras el cierre de CNN+ y mi marcha de Cuatro, cuando Las carga el diablo pasó a publicarse en el diario Público y los pinchazos se dispararon, volví a darle vueltas a la sugerencia de mi amigo. De los centenares de entradas que acumulaba ya, un considerable porcentaje estaba dedicado al periodismo y a los periodistas. ¿Podría ser ese el libro, una selección de los artículos que yo había escrito sobre el oficio de contar historias?

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Decidí agruparlos por temas y elaborar un índice: la manipulación, la propiedad de los medios, la dificultad de los profesionales para escribir en libertad, la precariedad laboral, la pesadez de los políticos metiendo siempre las manos en las televisiones públicas, el futuro del periodismo digital, la decadencia de la prensa de papel... la siempre difícil relación, en definitiva, entre los periodistas que quieren hacer bien su trabajo y los poderosos que hacen todo lo posible por impedirlo.

Todo eso podía ser la columna vertebral del libro definitivo, pero en una primera selección llegué a reunir casi seiscientas páginas, así que me dispuse a cribar, mientras el tiempo continuaba transcurriendo y yo escribía y retocaba sin acabar de dar con el enfoque adecuado. Pensé en titularlo El oficio más canalla del mundo y, tras una concienzuda elaboración en la que más de tres cuartas parte del nuevo manuscrito nada tenían que ver con los textos del blog, imprimí para corregir sobre papel unas cuatrocientas páginas cuyo contenido no me desagradaba. Pero faltaba el gancho.

Al tiempo yo continuaba actualizando el blog, y muchos de los artículos nuevos que escribía también encajaban en el proyecto que me traía entre manos. Más páginas, pues, que venían a engordar el tocho sin que yo acabara de dar con la tecla. Aquello crecía pero había algo que me echaba para atrás a la hora de dar por bueno el trabajo acumulado. Para Fernando, lo interesante era que, durante los últimos cuarenta años, yo había trabajado en redacciones de muy distintos medios (periódicos, revistas, radio y televisión) y desde esa posición había sido testigo privilegiado de lo que había ocurrido en España desde que comenzó la Transición hasta que el fenómeno Podemos irrumpió en el escenario político.

¿Unas memorias, entonces? ¿Un manual de periodismo, quizás? Igual podía funcionar como ensayo, dado el volumen de citas bibliográficas que iba incluyendo. Entre citas y notas a pie de página volví a superar las doscientas mil palabras. Y con ellas, ya jubilado, me dispuse a viajar por Europa tomando como cuartel general en un primer momento la casa en Berlín de mi hija Patricia. Fue allí, durante un día de trabajo en la cercana biblioteca pública de Brunnenstrasse, donde recordé cómo en su libro La orgía perpetua, Vargas Llosa nos cuenta la crueldad de los amigos de Flaubert con algunos de sus escritos y cómo estos le decían que, tomadas una a una, las historias que contaba estaban muy bien, pero les faltaba un hilo que las uniera para poder componer el collar.

A mi presunto libro le faltaba un hilo para contar la historia. Y entonces fue cuando decidí que el hilo sería yo.

El hilo. Esa era la cuestión. A mi presunto libro le faltaba un hilo para contar la historia. Y entonces fue cuando decidí que el hilo sería yo. Por un lado reescribía a toda velocidad y por otro enhebraba, y tras ese proceso llegó el de adelgazamiento. En esas estaba cuando, en febrero del 2017, coincidí con Fernando Valls en Berlín y le enseñé el borrador.

Sin perder un minuto, al tiempo que lo leía, Valls inició una labor de edición con el manuscrito que pensé duraría dos o tres jornadas como mucho. No sabía lo equivocado que estaba. Su trabajo era tan minucioso y preciso que, cuando llegó el día en que yo tenía previsto iniciar un viaje por distintos países de Europa del Este, aún íbamos por la página cuarenta de un original cada vez menos voluminoso. Fernando me dijo que el viaje no suponía ningún problema: me iría enviando sus correcciones y sugerencias por correo electrónico y yo podría ir incorporándolas al texto allá donde estuviera.

Así que un viaje en el que tenía pensado dedicarme a tomar notas de mis experiencias para ir contándolas en el blog cambió por completo de enfoque. A mis caminatas por cada ciudad que visitaba se sumaba el trabajo de corrección de mi libro a medida que recibía los envíos de mi amigo Fernando. Y a la necesidad de encontrar dónde realizar este trabajo en condiciones óptimas tengo que agradecer gozosas experiencias en los institutos Cervantes de Praga y Belgrado, la biblioteca universitaria de Budapest o la Gazi Husrec-bey's Library de Sarajevo en el barrio turco, un lujoso edificio financiado por el emirato de Qatar donde daba gusto trabajar.

Llegaban las revisiones de Fernando y yo percibía cómo, gracias a sus sugerencias, sus análisis y sus criticas, el libro se enriquecía e iba tomando más cuerpo. Del borrador inicial al que ya por entonces nos ocupaba, habíamos dejado en el camino cerca de ochenta mil palabras. En octubre del año pasado quedamos citados en su despacho de la Universidad Autónoma de Barcelona para llevar a cabo el penúltimo repaso. Con unas ciento cuarenta mil palabras dimos el libro por terminado mientras me proporcionaba un último consejo: dejar reposar el texto unas seis semanas, leerlo entonces una vez más, y si el resultado no me desagradaba, habría llegado el momento de ponerme a buscar editorial.

Sobre que la empresa ideal para publicar el resultado de mi trabajo era Roca Editorial existía cierta unanimidad entre los compañeros y amigos, expertos en la materia, que consultamos Alicia Gómez Montano y yo. No se equivocaron. Blanca Rosa Roca, su directora, a quien conocía desde mis tiempos en el Grupo Zeta, mostró su interés desde el primer momento. Lo leyó y me comunicó su decisión de publicarlo. El texto final llegaría tras la edición realizada por Enrique Murillo. A pesar de las quince mil palabras más que me hizo quitar, conocer a Enrique ha sido otro regalo más para esta aventura en la que ahora debuto.

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'Periodistas. El arte de molestar al poder' (Roca Editorial) se presenta este lunes 8 de octubre en la librería Rafael Alberti de Madrid.

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