El triunfo del fascismo

El triunfo del fascismo

¿A qué hemos llegado para que en pleno siglo XXI a muchos les moleste cualquier expresión del amor, tenga el sexo que tenga, tenga la edad que tenga o sea del color que sea? ¿A dónde hemos llegado para que un hombre se imponga a una mujer, un adulto a un niño, un rico a un pobre, un blanco a un negro, si somos todos de la única raza que existe, que es la humana.

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Foto: EFE

Justamente ayer, leía "el discurso del dictador"; aquella brillante ponencia en la que un 24 de junio de 1940 Charles Chaplin sintió la necesidad de hablar contra el fascismo en sus famosos Estudios.

Mientras leía, era incapaz de pensar en el pasado, pues pareciera que podría transcribirse cada palabra en el presente. Que España hace tiempo que perdió el rumbo es un hecho, pero los acontecimientos que últimamente rodean el mundo en el que vivimos sobrepasan la delicada línea que separa el control del caos.

El triunfo del mangante Donald Trump en las elecciones a la Casa Blanca es el último claro ejemplo del fracaso en el que cada día nos vemos abocados desde el norte hacia el sur y desde este hasta el oeste de cada uno de los cinco continentes que componen el planeta tierra.

Llevo un tiempo intentando escribir un artículo sobre ello, escuchando afirmaciones de famosos, políticos o artistas que cada día muestran su rechazo al inminente Gobierno que ha emergido de la primera potencia mundial. Múltiples sensatos discursos avalan mi idea de lo que se nos viene encima, una idea que es, a mi juicio, bastante compartida. Pero aun así, resulta curioso que me costara tanto escribir sobre ello. Supongo que cuando la realidad puede llegar a superar a la ficción, uno suele quedarse sin palabras, a pesar de la cantidad de información publicada en los medios de comunicación.

Para muchos y muchas de nosotros y nosotras que defendemos cada día la igualdad, el respeto, la libertad y los derechos fundamentales de las personas resulta, cuanto menos frustrante, que hayamos llegado a esta situación tan amarga, tan inhumana, tan me atrevo a llamar denigrante. Denigrante porque, con ésta elección y otras muchas que tenemos a nuestras espaldas en cada uno de los países del mundo, reconocemos la xenofpbia, la desigualdad, la discriminación y la intolerancia. Reconocemos que todo por lo que un día nuestros antecesores lucharon, por lo que algunos incluso llegaron a perder la vida, no nos ha servido para nada, ni si quiera para crecer como personas. Para crecer y reconocer que creemos en los avances, en el progreso, en definitiva, en la evolución del ser humano.

Estamos dejando triunfar el fascismo y el conservadurismo de volver a ver nuestros países enfrentarse por poder, por conseguir ser "el primero, el mejor", por la competencia en vez de la solidaridad.

La abundancia en la que vivimos nos convierte en máquinas, nos crea necesidades innecesarias y, desde ese mismo momento, todo comienza a ser tan contradictorio, como esa misma frase indica. Esa codicia nos hace creer en la errónea percepción de que, al final, acabamos encarcelándonos a nosotros mismos por vivir en una sociedad que cree progresar demasiado rápido, sin ni siquiera plantearse importantes cuestiones de fondo. Cuestiones como que la vida puede ser maravillosa si somos personas libres, humanas y respetuosas con los demás. Continuar juntos por la senda del progreso puede ser una aventura fantástica si no descuidamos todas aquellas cuestiones que nos definen. La fraternidad, la bondad y el amor son los adjetivos que más nos acercan a la democracia, a la unidad, a la construcción de un mundo nuevo, digno y noble en el que podamos cumplir todas nuestras promesas. Un mundo en el que hay sitio para todos, en el que la ciencia y el progreso no nos atormenten sino que nos lleven por el camino de la felicidad plena.

Necesito argumentos que me hagan creer que los acontecimientos que diariamente suceden en nuestros países, sociedades y gobiernos no avalan mi cada vez más certera sospecha de que la historia es cíclica y que, en consecuencia, sus épocas se repiten. Que algún día, más pronto que tarde, nos volveremos a ver inmersos en crisis, revoluciones y guerras que sólo me queda desear que no sean tan crueles como las que nos preceden. Porque no puedo asegurar que no estén sucediendo en este momento, a pesar de que eso sería lo que me gustaría. Estamos dejando triunfar el fascismo y el conservadurismo de volver a ver nuestros países enfrentarse por poder, por conseguir ser "el primero, el mejor", por la competencia en vez de la solidaridad, la fuerza en vez de la ayuda, y la división en vez de la unidad.

Me da igual republicanos que demócratas, me da igual liberales que comunistas, lo que no me da igual es dejar este mundo a la deriva de manos avariciosas y de cabezas enfermas por conseguir la supremacía de unos pocos, de una oligarquía, o me da igual como queráis llamarlo, que lucha por conseguir que unos estén por encima de otros, como en aquellas horribles épocas de nuestra historia de las que los que somos realmente humanos nos avergonzamos.

¿A qué hemos llegado para que en pleno siglo XXI a muchos les moleste cualquier expresión del amor, tenga el sexo que tenga, tenga la edad que tenga o sea del color que sea? ¿A dónde hemos llegado para que un hombre se imponga a una mujer, un adulto a un niño, un rico a un pobre, un blanco a un negro, si somos todos de la única raza que existe, que es la humana. Le pese a quien le pese. ¿A qué punto hemos llegado para que se alaben insultos a gente discapacitada a la que se le ponen más límites de los que tienen por su condición, que no es más que distinta y que tiene unos valores mucho más admirables que los de la propia persona que insulta y, por supuesto, que los del que aplaude esos insultos. Porque mal está delirar, pero peor es aquel que se deja convencer y embaucar con ideas que carecen de dignidad, sensatez y honestidad. Porque si perdemos nuestros valores humanos, perdemos la credibilidad, y eso sí que es la peor peste que puede azotar a la humanidad.

Hemos llegado a un punto en el que una cúpula de conservadores, radicales y ultraderechistas está viendo su auge cada día, en cada campaña, en cada elección. Porque lo que hoy es Trump ayer fue Rajoy y mañana será Le Pen. Y así continuará sin cesar la cadena. El fascismo está conquistando el mundo hasta que llegue a hacerse con el control, captará más y más adeptos y finalmente lo dominará. Y así es como, con sus más y con sus menos, está triunfando el conservadurismo. Y así es como los principios de la libertad y los derechos humanos pierden la batalla. Batalla que ganan aquellos poderosos que son más grandes económicamente pero cuyo valor humano es bastante mejorable.

Ya lo decía Charles Chaplin: "No luchéis por la esclavitud sino por la libertad, porque mientras el hombre exista, la libertad no perecerá". La esclavitud creo que es algo a lo que, hace ya tiempo, nos hemos acostumbrado, pero observad a vuestro alrededor, eso es lo que nos queda de la humanidad.