Que el odio no atraiga al odio

Que el odio no atraiga al odio

Soy franco-siria y, tras una larga noche sin dormir, esta mañana me ha dado miedo salir de casa por primera vez en mi vida. Miedo de que lo que llevo en la cabeza sea objeto de los títeres de un fanatismo injustificable que busca justificarse en cualquier ocasión.

AFP

Tras una larga noche sin dormir y varias horas que me permiten asimilar la barbarie, comienzo la jornada con un nudo en la garganta, sin saber muy bien qué debería sentir. Desde hace varios años, la muerte no es un territorio desconocido para mí; la frecuento cada día, vivo con ella.

Soy franco-siria y me deja estupefacta ver que la sangre también corre en Francia. Pienso profundamente en las familias de las víctimas y, por analogía evidente y natural, siento su pena al igual que siento la de tantas y tantas personas que pierden a sus hijos en Siria cada día, cada hora, cada minuto. He podido leer como todo el mundo que uno de los terroristas reclutaba a combatientes para Siria. Mi cólera está llegando a su límite. A su límite porque los que no conocen nada de aquí y de allí me destruyen dos veces: la primera allí, la segunda aquí.

Mañana no será un día fácil

Me enteré de la noticia en la universidad y durante unos instantes deseé con ansias que no se tratase de musulmanes. Pero justo en el momento en el que salió la noticia, adiviné que mañana no sería un día fácil, ni para mí, ni para nosotros. Todos sentimos llegar ese odio, que fluye por todas partes. Unos condenan el golpe, otros se mortifican. Me enfrento a una reminiscencia de recuerdos que proceden de 2001. El minuto de silencio en clase. Y todas las tensiones que se produjeron. Ya puedo percibir las expectativas de los que celebran este acontecimiento como una ocasión perfecta para verter su odio contra el otro, pues, a partir de ahora, lo políticamente correcto quedará a un lado. Pero yo no soy de los que sucumben a esos juegos. No me indignaré ni como ciudadana francesa ni como musulmana, sino como ser humano, ni más ni menos. Nunca me han gustado las caricaturas de Charlie Hebdo, no me siento Charlie Hebdo, pero ¿acaso hay que estar de acuerdo con sus caricaturas para ser humano? Tampoco me desentiendo de este atentado, pues me resulta humillante pensar un solo segundo que me puedan vincular por naturaleza, de cerca o de lejos, con ese acto de un salvajismo inaudito.

Por primera vez en mi vida, esta mañana me ha dado miedo salir de casa. Miedo de que lo que llevo en la cabeza sea objeto de los títeres de un fanatismo injustificable que busca justificarse en cualquier ocasión. Esta mañana, varios lugares de culto han sido objeto de ataques islamófobos. A una niña de ocho años le han tirado piedras sus compañeros por ser "de origen extranjero" y se ha producido de nuevo un tiroteo en Montrouge.

Nos falta pudor en mitad del duelo, nos falta pudor en las palabras. Que las familias que están de luto encuentren alivio y ánimo. Y que lo que ha pasado no justifique jamás otras injusticias.

Odio la sangre que corre,

odio la sangre que pretende ser pura,

odio la sangre que se malvende.

Durante estos días que vienen,

habrá familias de luto,

otras se asustarán después.

Decencia del silencio a la agonía,

callad, en todas partes.

Callad, la política no es un alma,

ni un estado de ánimo.

Callad,

si las palabras son armas,

el silencio es el armisticio.

Este post fue publicado originalmente en la edición francesa de 'Le Huffington Post' y ha sido traducido del francés por Marina Velasco Serrano