Dejemos de fingir que el amor es precioso

Dejemos de fingir que el amor es precioso

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Como apasionada de las novelas y películas románticas, desde muy joven me bombardearon con imágenes idealizadas y bellas del amor. Hombres encantadores y mujeres despampanantes bailando juntos bajo las estrellas o cenando en restaurantes sofisticados con velitas en la mesa y una orquesta de fondo. Danzas sexis y besos apasionados dignos de ser enmarcados. Esos eran los ingredientes del amor. Los hombres eran príncipes azules que cabalgaban sobre fascinantes caballos para alegrarte el día. El amor se resumía en besos cariñosos, momentos de ternura y grandes demostraciones de amor. El amor era, en una palabra, precioso.

Luego crecí, me casé y me di cuenta de que el amor no es precioso. No me malinterpretéis. Quiero a mi marido y creo que hemos recorrido un gran camino juntos. Estoy feliz con él y seguimos igual de enamorados que cuando nos conocimos en el pupitre en clase de Arte en el instituto. Hemos crecido y madurado juntos y nos hemos convertido en un equipo de verdad en esta locura que llamamos vida. Creo en el amor y creo que es una aventura que merece la pena vivir. Como escritora de novelas románticas, creo en el poder del amor y en la importancia de vivir una historia de amor. El amor es una emoción humana muy profunda que tenemos la suerte de poder experimentar. Pero sigo pensando que no es precioso. Al menos, el amor de verdad.

Luego crecí, me casé y me di cuenta de que el amor no es precioso.

Tras cinco años de matrimonio, me he dado cuenta de que el amor real rara vez es una imagen perfecta o algo que se pueda describir como precioso. Claro que hay momentos dignos de ser enmarcados en un cuadro. Ahí están nuestras fotos en Instagram de escapadas sorpresa a sitios exóticos o de cenas románticas. De vez en cuando, hay rosas y momentos de ternura bajo las estrellas. Pero en la vida real, suelen ser la excepción. Entre esos momentos de excepción, hay momentos que no son preciosos ni de lejos. El amor y los matrimonios reales a veces son bastante feos e imperfectos. Es un maremágnum de obstáculos, frustraciones y desafíos.

El amor es el esfuerzo de dos personas intentando remar en la misma dirección pese a tener diferentes puntos de vista y creencias. Es darse cuenta de que el pastel de boda no dura para siempre y que la emoción de la luna de miel se disipa pronto. Es la vida real ocupando el espacio de la plena felicidad y las rutinas de la vida moderna sustituyendo a la ilusión inicial. Es discutir sobre la familia de tu pareja, sobre dinero o sobre quién ha ensuciado de Coca-Cola el frigorífico.

El amor es hacer frente a un atasco o un desbordamiento del alcantarillado en el sótano de casa y vomitar sobre la moqueta. El amor es hacer como que no has visto sus calcetines llenos de porquería mientras pasa de largo de las cuatro tazas de café medio vacías que se ha dejado por cualquier rincón. Es moverte por la cocina ignorando la pila de platos, vasos y cubiertos que hay en el fregadero o la apestosa bolsa de basura que tendría que estar ya fuera de casa. Es llorar en sus brazos por la muerte de un ser querido, con los mocos colgando de la nariz y el maquillaje completamente corrido por las lágrimas. Es sostenerse mutuamente cuando la vida os pone a prueba y no podéis ni fingir una sonrisa.

El amor es discutir sobre la familia de tu pareja, sobre dinero o sobre quién ha ensuciado de Coca-Cola el frigorífico.

El amor está presente en todos esos momentos que ninguna película querría grabar. Está presente cuando se acuerda de coger tus caramelos favoritos en la tienda de comestibles o cuando se descarga tu canción favorita aunque no le guste Ed Sheeran. El amor es poder veros en vuestras peores condiciones y seguir diciendo: "Estoy aquí, a tu lado, y no me apetece irme a ninguna otra parte".

El amor no es precioso. No es un pelo perfecto, un maquillaje cuidado, un ramo de flores y cenas románticas todas las noches. El amor no es así, al menos en mi mundo. No todo son "momentos Instagram" y podéis meteros en la cabeza que no es un paseo por un caminito de rosas bajo una puesta de sol de ensueño.

El amor es duro, feo y terrorífico. A veces está lleno de momentos que no le desearías a nadie. Está lleno de indecisiones, elecciones, esfuerzos y dificultades. El amor no es precioso, pero precisamente eso es lo que lo convierte en una de las experiencias más complejas que puede vivir un ser humano.

No todo son "momentos Instagram" ni un caminito de rosas bajo una puesta de sol de ensueño.

La cuestión es que el amor no es precioso, pero aun así lo perseguimos. Nos la jugamos y tomamos los momentos feos junto con los bonitos porque nos sentimos profundamente vinculados con la otra persona. Estamos tan volcados en otro ser humano que somos capaces de asumir que en el amor no todo es precioso, que a veces tiene una versión lúgubre y difícil. Incluso en mitad de esta oscuridad y esta dificultad, seguimos encontrando motivos para sonreír e incluso encontrar belleza en los peores momentos. Así de poderoso es el amor.

El amor no siempre es precioso. Una vez que aceptamos la realidad, podemos empezar a buscar el verdadero significado y el alcance del amor. Gracias a esa aceptación de que el amor no es precioso podemos apreciar más la experiencia, el viaje y el vínculo emocional. Por lo tanto, es en los momentos feos cuando la verdad del amor y la profundidad del vínculo se hacen del todo realidad. Y pienso que es ahí donde radica el amor.

Lindsay Detwiler es escritora de novelas románticas y profesora de inglés en un instituto.

Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.