Sólo una opinión: lo que pienso sobre los deberes

Sólo una opinión: lo que pienso sobre los deberes

Los que han pasado por mis clases saben que no suelo poner deberes, que es algo esporádico, justificado por alguna causa inesperada. Y no por eso me he sentido poco respetada por mis alumnos, ni he pensado que estaba influyendo en su desorganización. Más importante que la obligación fuera de las aulas, me gustaría conseguir, como una quimera lejana, que les gustara leer

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Nunca se me han dado bien las matemáticas, pero el siguiente cálculo es sencillo: 5 horas de clase en primaria al día, más cerca de 2 para estudiar y hacer deberes dejan poco espacio al juego o a las actividades extraescolares (pero extraescolares de verdad, como deporte o música, no me refiero para nada a las academias de idiomas o de repaso).

El debate acerca de los deberes está sobre la mesa y levanta mucha polvareda. Mi opinión al respecto es clara: no me gustan. Considero que la clase debe ser suficiente para trabajar el temario que tenemos que dar, y no siempre sirve dejar para casa lo que a ti, como profesional, no te ha dado tiempo a hacer en el aula. Siempre puede pasar algo que te retrase, claro, pero no veo normal que, de media, los niños salgan del colegio con una hora o más de deberes. No siempre ocurre, es verdad, pero hay cursos en los que parece que ese trabajo extra viene asociado con el transcurrir del año lectivo, y no siempre se obtiene un beneficio. Más bien, podríamos hablar de un claro rechazo por la mayor parte de estudiantes una vez han llegado a secundaria.

He leído algunas de las opiniones que se están lanzando sobre el tema y, como siempre, hay de todo: desde profesores que los defienden a ultranza y los relacionan directamente con el respeto, a padres que los asocian con la capacidad de organización. Otros, directamente, los ven casi como un castigo.

No sé cuál es la solución correcta al debate abierto, pero no sería mala opción, como ya se está haciendo en algunos centros, dejar libertad al profesorado. Ahora, yo añadiría alguna pauta de observación que pudiera reflejar con certeza hasta qué punto el trabajo fuera del aula supone una mejora en el entendimiento de lo trabajado, si realmente motiva a los niños de cara al estudio y los hace más organizados o si, por el contrario, les supone una carga añadida cuando llegan a casa después de estar en baile, solfeo, tenis, fútbol, natación o, dependiendo de la edad, catequesis, por ejemplo.

¿Por qué no fomentar el placer de leer, de razonar? ¿Por qué no motivar a la investigación? ¿Por qué no viajar con ellos?

¿Realmente es efectivo el trabajo cuando se tiene que hacer a partir de las siete de la tarde tras todo un día en clase y atendiendo también a otras actividades? ¿Está comprobado que esa planificación extra ayuda a que de adultos seamos organizados? Porque si fuera así, no tendría mucho sentido que nosotros mismos, como profesores, nos organizáramos mal y diéramos en una clase gran parte de un tema para poder preguntarlo dos días después en un examen; o no haríamos una prueba parcial la misma semana del trimestral sin que nuestros alumnos hubieran tenido ocasión de ver la corrección y la nota, ¿no?

Igual soy demasiado exigente. Pero no me gustaría para mí. ¿Por qué, entonces, iba a hacerlo a otros?

Los que han pasado por mis clases saben que no suelo poner deberes, que es algo esporádico, justificado por alguna causa inesperada. Y no por eso me he sentido poco respetada por mis alumnos, ni he pensado que estaba influyendo en su desorganización. Más importante que la obligación fuera de las aulas, me gustaría conseguir, como una quimera lejana, que les gustara leer, que se evadieran de este mundo gris y amargo a través de las páginas de tantos libros que nos invitan a soñar, a volar, a aprender casi sin darnos cuenta, a pensar.

Juan Luis Cano decía hace apenas unos días en su programa, ¡Arriba España! (Cadena Ser), que no sólo la Filosofía enseña a pensar, pero que es la única que nos incita a hacerlo de manera crítica. Bien, ahora que atentan contra ella, ¿por qué no lanzar pequeñas cápsulas de palabras, de lecturas, para luego desgranarlas en las aulas y llevarlos hacia ese pensamiento crítico y creativo desde otros ámbitos también?

¿Por qué no fomentar el placer de leer, de razonar? ¿Por qué no motivar a la investigación? ¿Por qué no viajar con ellos?

En fin, ésta será sólo una opinión más, otra propuesta a almacenar en el cajón desastre del conflicto de los deberes. Desgraciadamente hay mucho más que rascar. No nos quedemos debatiendo en la punta del iceberg. Estamos acabando noviembre y nuestros políticos siguen sin ponerse de acuerdo con las pruebas de acceso a la universidad. Me quedaré con la frase de Michael Ende en La historia interminable: "Sin embargo, ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión".

Tal vez si los que nos desgobiernan conocieran esta novela pondrían más imaginación, ilusión y amor a la educación. Entonces, los deberes serían una mota de polvo perdida dentro de la Torre de Marfil y no le daríamos tanta vuelta al tema.