De Chernóbil al amor

De Chernóbil al amor

PIXABAY

La primera vez que me aproximé a Voces de Chernóbil, de Svetlana Alexievich, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. La desnudez de sus palabras y su relato escalofriante no solo la hacían digna del Premio Nobel que obtuvo, sino que iban un paso más allá, insertándose en mi piel y en mi memoria. Historias de hombres sanos que se desplomaban sin vida a causa de la radiación; quemaduras de terribles consecuencias; abortos, malformaciones y muertes; largas enfermedades que derivaban en mayor sufrimiento. Aquel ensayo del horror era difícilmente digerible, ni tan siquiera en formato de bolsillo, y un dolor seco en el estómago parecía atenazarme a cada párrafo. Sin embargo, a tanto espanto subyacía también el rastro de la abnegación sin tregua. Aquellas entrevistas eran el conmovedor testimonio de un sinfín de proezas, de amores transfronterizos, de sacrificios sin parangón. Jóvenes irradiados que luchaban por un jornal; embarazadas que se arriesgaban a perderse a ellas y a sus vástagos por atender a sus maridos; hombres, mujeres, madres y padres con un amor incuestionable.

Por eso, por ese amor a la realidad, por elaborar aquel "monumento al valor y al sufrimiento de nuestro tiempo", en palabras de la Academia de Suecia, no cabe extrañarse de que el documentalista Staffan Julén haya centrado su nueva película en Alexievich y en la elaboración de su próximo trabajo.

'Amor'. Qué significa este término y por qué nos enamoramos son dos de las realidades que la autora bielorrusa intenta averiguar a través de una docena de entrevistas

Lyubov, amor en ruso (2018) es un documental lacónico y a la vez poético, que demuestra paso a paso que no es un relato meramente funcional. Su planteamiento es tan sencillo como contundente, resumible en una palabra de cuatro letras llamada 'amor'. Qué significa este término y por qué nos enamoramos son dos de las realidades que la autora bielorrusa intenta averiguar a través de una docena de entrevistas. "Todos mis temas salen de la vida", revela Alexievich al comienzo de la cinta, como un punto de partida tan fascinante como inasible. Tras escribir sobre la guerra o sobre el desastre nuclear, la autora se percató de que en la literatura rusa jamás se había abordado uno de los temas más importantes para la vida humana, la felicidad. Por ello se decidió a elaborar un estudio personal, más impresionista que sociológico, acerca de las venturas y desventuras del corazón y de la dicha. Con todo, la narración no se confecciona de un modo banal o romántico, sino infundiéndose de la esencia misma que reside en el acto de amar. Para acometer semejante abordaje, Alexievich utiliza un vocabulario diferente, es de hecho una persona diferente, realizando una exploración a territorios que le son rematadamente lejanos.

A lo largo de los noventa minutos de metraje, Alexievich nos presenta a dieciséis personas que han amado, han sufrido y han sobrevivido al amor, o al menos parcialmente. Artistas que se enamoran de una mujer embarazada y cuyo amor por la niña sobrevive a su matrimonio; sociólogas enamoradas de alcohólicos que entran en éxtasis en la Capilla Sixtina; enfermeras enamoradas de enfermos mentales que arrastran el luto en compañía de la exmujer del fallecido. Diseñadores crédulos, traductoras escépticas; matrimonios de jóvenes que encuentran la paz soñando despiertos.

Entender la vida como un constante deambular entre el ensayo y el error; entre la guerra y la paz; entre la indiferencia y el amor

El amor a lo ruso, dicen en el documental, es sentir lástima; aunque en realidad los distintos entrevistados que conforman Lyubov atestiguan todo lo contrario, saben (que no creen) que el amor es "la unión de dos almas", es "superar el odio", es "dar sentido a la vida" y "no temer al dolor". El amor no es sinónimo de compasión, dicen ante el recelo de la propia periodista, que no cree que exista, acaso fugazmente, lo que se entiende por amor. Lo físico, insisten, deriva en psicológico y cristaliza en espiritual, argumento que a la bielorrusa le convence aún menos que "el amor y la muerte son dos pruebas que se parecen entre sí".

Con una excelente fotografía a cargo de Majaq Julén Brännström, una suerte de miscelánea entre Air Doll (2009, Hirokazu Koreeda) y Estados Unidos del amor (2016, Tomasz Wasilewski), esta película sueca, presentada en el Atlántida Film Fest, es una magnífica ocasión para plantearnos las relaciones personales desde una perspectiva diferente, en absoluto radical.

En esencia, lo que Staffan Julén propone es entender la vida como un constante deambular entre el ensayo y el error; entre la guerra y la paz; entre la indiferencia y el amor. Y lo hace a través de Alexievich, quien ya ha superado todos los estadios humanos e inhumanos, adentrándose ahora en uno cercano a lo divino para diseccionar nuestra propia conducta. "Escribir sobre el envejecimiento y la muerte es infinitamente más fácil que sobre el amor", sostiene la periodista bielorrusa, quizá porque ha descubierto que es casi imposible capturar algo tan invisible como fugaz.

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