El día en que me habló Scorsese

El día en que me habló Scorsese

El director, guionista, actor y productor estadounidense Martin Scorsese.EFE

Dice tener setenta y cinco años, pero es radicalmente falso. Scorsese, el joven Martin, no es sino un adolescente, un niño fascinado por la capacidad de seducción del cine. Por invitación de ALMA, el sindicato de guionistas de España, tuve el inmenso privilegio de asistir al encuentro de Scorsese con jóvenes cineastas y profesionales del cine, una pequeña reunión de unos pocos afortunados que tuvimos la dicha inmensa de oír y disfrutar, junto con la Reina Doña Letizia, de Scorsese en persona.

El cineasta neoyorkino se adentra en el evocador espacio de la Fábrica de Armas de Oviedo, reinterpretada y resignificada como Fábrica Scorsese en homenaje al director. Entra con paso firme, electrizante, como todo aquel que apura el espacio porque tiene mucho que compartir. No pierde el tiempo, se acomoda frente a Rodrigo Cortés, maestro de ceremonias, dibujando una tímida reverencia ante el centenar de profesionales que le dedicamos una ovación. Se acomoda pausado pero enérgico, todo él en un espasmo. Pareciera que de un momento a otro va a saltar. Mira a sus interlocutores, esboza una sonrisa. Su humor es sincero, su acento profundamente neoyorkino y su obra universal. Viéndolo nadie diría que suyo es el cine más rompedor de los setenta, que su pasión por el séptimo arte es contagiosa, que lo que hizo con el ritmo y con la violencia, no lo hizo nadie. Pero él se encoge, asiente y argumenta, y de pronto subyuga hablando de John Ford, su amor primigenio, y es capaz de transportarse a un rodaje en el Monument Valley de los años cincuenta. Sus palabras discurren entre secuencias y planos, y así abandona Centauros del desierto para viajar a la redacción de The Enquirer de Ciudadano Kane. De pronto reflexiona, no puede olvidar a Samuel Fuller, sus cortes crudos, su estilo sobrio, su buen hacer cinematográfico: "Fuller era redactor de tabloides -indica admirado- y esa pasión periodística la traslada a la gran pantalla". Periodismo y cine, me ha ganado.

  La reina Letizia conversa con el cineasta Martin Scorsese.EFE

Tiene Scorsese esa difícil cualidad de grabar en el corazón lo que tarde o temprano olvida la memoria, y así son tan suyos autores y planos, como experiencias vividas en su propia infancia: "La banda sonora -señala con cierta pesadumbre- no se añade para buscar un efecto. La banda sonora es la realidad, es la música que oía en los pisos de mi vecindario, aquellos que ocultaban sonidos que presagiaban algo malo. Era ópera, era jazz, era la vida". Aquellos días de infancia no se olvidan, pero tampoco le pesan: "Crecí odiando el deporte, no entendía por qué tenía que interesarme el boxeo, por qué tenía que ver aquellas peleas por televisión los viernes. No me gustaba, lo aborrecía". No obstante, esto no fue óbice para que filmase dos brillantes títulos deportivos, entre ellos Toro salvaje. "A pesar de que no me gusta, antes del rodaje fui con mi amigo Brian de Palma a un par de combates de boxeo. Allí, en segunda o tercera fila, no pude evitar que me llamara la atención el modo en que los entrenadores refrescaban con esponjas a los boxeadores. Llega un momento en que la sangre se mezcla con el agua, y lo que les esparcen por el rostro es una combinación de ambas, dejando las cuerdas, el suelo, todo lleno de sangre. Y así, sin hacer el ademán ni siquiera de limpiarlo, se termina el combate. Anuncian el siguiente sin que medie palabra. Además, cuando se está lo suficientemente cerca, solo se oye el sonido de los golpes, cómo retumba, cómo se acerca. Esos detalles eran los que quería subrayar en la película. Por eso, rodé desde dentro del ring, no me alejé, no quería la imagen del televisor en el que dos personas indistinguibles luchan, quería acercarme, quería lo humano y visceral".

Scorsese me mira profundo, el tiempo se detiene. Tras una larga disquisición, resume su punto de vista: "Es la pasión la que nos llevó al cine, y será esa misma pasión la que nos vuelva a traer a él"

En su charla, convertida en masterclass, Scorsese también viaja hacia su técnica: "En mis rodajes necesito silencio. Sé que hay gente a la que le gusta saludar por la mañana, pero en mi set necesito concentración. Sé que Fellini, mientras rodaba Ocho y medio podía tener una auténtica fiesta en el plató, cientos de personas entusiasmadas gritando y aporreando instrumentos; yo no, yo necesito calma. Aunque El lobo de Wall Street es ruidosa, en realidad solo bebe de la energía de sus protagonistas, los cuales hicieron que nos lo pasáramos realmente bien". Porque sí, Scorsese también tiene tiempo de contar anécdotas curiosas, como lo difícil del carácter de Jerry Lewis, un maestro del humor que le enseñó lo que significa ser un profesional: "Una noche, después de tres rodajes nocturnos, de seis de la tarde a seis de la mañana, Lewis pidió hablar conmigo. Cuando llegué, me dijo 'yo soy un profesional, si me quieres, me pagas. Y si hoy no avanzamos, me marcho a las 12'. Así que rodamos y se acabó, no insistimos con esa escena. Desde entonces intento ser rápido, pero sigo haciéndolo, he llegado a rodar incluso cientos de veces la misma escena".

Su montadora de cabecera, Thelma Schoonmaker, autores como David Lynch, Luis Buñuel o Bernardo Bertolucci desfilan por su mirada y también por la nuestra. Quizá por esa pasión creó la Film Foundation, cuya labor se encomienda a la restauración de obras clásicas del cine, como las de Charles Chaplin, Alice Guy o George Méliès. Es precisamente de este tema por el que le pregunto, por el futuro del cine y cómo atraer a las nuevas generaciones. Scorsese me mira profundo, el tiempo se detiene. Tras una larga disquisición, resume su punto de vista: "Es la pasión la que nos llevó al cine, y será esa misma pasión la que nos vuelva a traer a él. Aunque quede una sola mujer o un solo hombre, siempre habrá alguien que disfrute de la experiencia colectiva del cine". Nada que añadir. Palabra de Scorsese.

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