Jordan Horowitz: un héroe de Oscar

Jordan Horowitz: un héroe de Oscar

EFE/Phil Mccarten / Ampas

Hace tiempo vengo repitiendo lo difícil que resulta encontrar actitudes heroicas hoy en día. Pusilánime, individualista, temerosa, la sociedad en general se dirime entre los que están muy comprometidos y los que están demasiado asustados como para estarlo. Nadie defiende los derechos ajenos, en ocasiones, incluso cuesta hacer uso de los nuestros propios. En este maremágnum extraño, de postverdad y poder diluido, de repente se escucha una voz, se yergue una persona y se cambia una realidad.

La pasada noche de los Oscar, cuando ya todo estaba ganado y perdido, los espectadores de todo el mundo asistimos a un momento surrealista y, paradójicamente, no por ello menos real. Eran las seis y cuarto, todo estaba dirimido, la noche había sido larga y, cómo no, se alzaba como Mejor película La La Land. "No puedo creerlo, es maravilloso", "gracias al equipo", "esto es un sueño", decían en el escenario las decenas de personas allí congregadas. De repente, cuando el sueño nos vencía y las apuestas se saldaban, una voz contracorriente frenó la vorágine festiva: ha habido un error.

"Este premio es para el equipo de Moonlight", dijo Jordan Horowitz entre vítores de quienes creían, ilusos, que el productor del musical se lo dedicaba a sus competidores. "No es una broma, en serio, este premio es vuestro". Y entonces se hizo el caos. Warren Beatty aturdido, Jimmy Kimmel sin saber dónde meterse, Emma Stone entonando al cielo un "Oh Dios mío". La escasa cifra de doscientos cincuenta millones de almas miramos las pantallas como el aterrizaje a otro mundo; la Academia, la imagen de Hollywood, había fallado.

Aparece el verdadero sobre y, con él, los nombres de los ganadores: "Adele Romanski, Dede Gardner y Jeremy Kleiner". Horowitz lo enarbola como la bandera de la verdad y, de nuevo, crece el caos. Los ganadores deben subir, ellos deben bajar. Ryan Gosling ya no suspira porque su Oscar se haya disipado, su expresión indica que querría estar en el patio de butacas. Kimmel observa a Horowitz y lamenta no tener un Oscar que el productor de La La Land se pueda llevar. Pero es así, unos ganan, unos pierden. Y otros dan lecciones.

Si es un error habitual o no es algo que nunca sabremos; lo único cierto es que el humano es un ser falible y, como tal, no se le puede exigir precisión milimétrica ni perfección absoluta.

"¿Qué has hecho, Warren?" reconduce, jocoso, el presentador de la gala. Beatty se excusa, explica que se percató del error. No así Faye Dunaway, quien no lo sabía y, sin quererlo, hubo de revelar el falso nombre. Demasiadas estrellas mirando, demasiada confusión.

Me pregunto cuántas veces habrá sucedido algo así. Es cierto que la empresa auditora, PwC, se apresuró a disculparse por el espectáculo que se había presenciado (disculpas que a buen seguro no frenarán los millares de burlas y memes, ni los años en que este incidente quedará grabado en nuestra retina y en YouTube), pero aun así cabe pensar si esto ha sido o no algo puntual. Sobre las cabezas malpensantes de todos revolotea el recuerdo de Marisa Tomei, cuyo Oscar por Mi primo Vinny (1993, Jonathan Lynn) ha sido cuestionado y repensado injustamente hasta nuestros días. Y digo injustamente porque, a pesar de los años, es una carga difícil de llevar; cómo puede lavar su honor o saldar su deuda. Es un proyectil que, una vez disparado, nunca se aplacará.

Si es un error habitual o no es algo que nunca sabremos; lo único cierto es que el humano es un ser falible y, como tal, no se le puede exigir precisión milimétrica ni perfección absoluta. Nunca deberíamos esperarla. Yo, que me reconozco inexacta hasta la extenuación, seguramente la que más, no me sorprendo porque sucesos como este acontezcan con cierta frecuencia, es más, me maravilla que no sucedan con mucha más asiduidad.

Lo que me fascina, y siempre lo ha hecho, es la presencia de personas capaces de admitir la endeblez humana y sublimarla, consiguiendo alcanzar una categoría superior. Este es el caso incuestionable de Jordan Horowitz, un productor capaz de subvertir el orden establecido, desdeñar el qué dirán, para gritar ante millones de personas que el sistema se ha equivocado, que el emperador de Hans Christian Andersen está desnudo, y que las medallas exhibidas por quien no las merece, no son medallas.

Todavía después de actuar como organizador de un escenario conmocionado, ha tenido tiempo para escribir en su cuenta de Twitter: "enhorabuena a Moonlight, una película verdaderamente bella hecha por personas incluso más bellas". Hubo una cinta triunfadora la noche del domingo, pero no un único ganador. Enhorabuena por el Oscar, Moonlight. Enhorabuena por Jordan Horowitz, La La Land.