Carta a Rajoy de un aficionado al fútbol

Carta a Rajoy de un aficionado al fútbol

¿Somos tontos, señor Rajoy? De verdad se lo pregunto. ¿Es que el Gobierno tiene datos objetivos para dudar de la salud mental de los españoles? Aunque se declare oficialmente que avanza la verdad, aquí nos golea la mentira.

Le escribo, señor Rajoy, como un simple aficionado al fútbol. He vivido desde niño pegado a la radio y, un poco después, al televisor. En julio de 1966 escribí mi primera carta. Veraneaba en el Puerto de Motril y me recuerdo anotándole a mi padre en una cuartilla el nombre de algunos peces, algunos barcos y algunos jugadores de fútbol.

Se celebraba entonces el Mundial de Inglaterra y la voz del locutor, mientras yo escribía, narraba un partido de la selección contra Suiza. Digamos que contra Suiza. Prefiero imponerme a mi memoria y recordar que jugábamos contra Suiza, la única selección a la que ganamos en aquel campeonato, ya que no tuvimos la misma suerte con Argentina y Alemania.

Desde entonces la voz de los locutores deportivos, con recursos peculiares, sus anécdotas y exageraciones, forma parte de mi vida. Son la banda sonora del ganar y, sobre todo, el perder. Si algo sabemos los aficionados al fútbol es el significado de la palabra derrota, aunque a veces nos quieran engañar. El novelista Alfredo Bryce Echenique cuenta que aprendió a fabular escuchando por radio los partidos de fútbol de la selección peruana: avanza Perú, avanza Perú, gol de Brasil.

Me he acordado de las glorias deportivas del Perú al ver el modo en el que nuestro Gobierno y la prensa cortesana, con una tonta épica futbolera en sus portadas, ha explicado el rescate y el préstamo al Estado de 100.000 millones de euros para sanear los bancos. Avanza España, avanza España, gol de Alemania. Nunca se ha vendido un desastre con tanto triunfalismo.

El mal humor se percibe entre la gente. Según las últimas encuestas un 78% de los españoles desconfíe su presidente del Gobierno. Es lógico. Para justificar los recortes, la pérdida de derechos sociales y de poder adquisitivo, se nos acusó de ser unos manirrotos, de que vivíamos por encima de nuestras posibilidades. Ahora podemos comprobar, y ya dan igual las excusas y los enmascaramientos, que el problema económico no está en la gente de a pie, sino en los bancos.

La operación que usted nos vende como un éxito significa que una deuda privada de las entidades financieras pasa a ser ahora una sobrecarga pública, una deuda del Estado, de todos nosotros. Se acumulará a los cálculos del déficit de los próximos años y supondrá más recortes, más pobreza.

Aunque se declare oficialmente que avanza la verdad, aquí nos golea la mentira. Se ha generalizado la idea de que la crisis de las cajas de ahorro se debe a las interferencias económicas de los políticos. Las torpezas reales de algunos políticos de su partido y del PSOE son claras. Pero defendamos la dignidad de la política denunciando el problema fundamental: el haber llevado a las cajas de ahorros las prácticas bancarias, el modo de operar de los profesionales de la especulación que provocaron con hipotecas basura la crisis en EEUU y en Europa. El problema real es que algunos políticos se han comportado como banqueros.

La mentira nos cuela otro gol cuando se afirma que esta operación pretende que vuelva el crédito a la pequeña y mediana empresa. Para que esto fuese posible, el único camino lógico sería la creación de un buen centro del campo, es decir, una banca pública poderosa. Pero no hace falta ser Messi para intuir que no va a correr por ahí el balón. El dinero acabará en otra red. Algunas entidades financieras privadas conseguirán sanear sus beneficios y los de sus generaciones futuras.

Pero lo que más me ha molestado es que con el sí y el no, con su digo y su diego, con rumores y desmentidos, con tretas y prórrogas, haya esperado a anunciar esta desgracia para hacerla coincidir con el inicio de la Eurocopa. ¿Somos tontos, señor Rajoy? De verdad se lo pregunto. ¿Es que el Gobierno tiene datos objetivos para dudar de la salud mental de los españoles?

Desde los años 60, a través del franquismo, de la transición y de esta democracia bipartidista y alicaída, he defendido mi derecho a disfrutar del fútbol frente a todas las acusaciones de manipulación, demagogia, pan y toros, opio del pueblo y populismo estafador. He aguantado muchas monsergas de todo tipo de sacerdotes. Yo creo que se puede disfrutar de este espectáculo apasionante sin renunciar a la conciencia crítica. Por eso me molestaron mucho la desaparición de usted, señor Rajoy, el día de la intervención y su viaje inmediato a Polonia.

Cuando el Reino de España, como le gusta decir, está por los suelos, con un poder judicial de vergüenza y un sistema financiero podrido, corre a hacerse una foto con los príncipes, levantando las manitas, cerrando los puños y abriendo la boca, para cantar el gol de la selección. Como si eso arreglara algo. ¿A quién pretende engañar?

No le hablo en esta ocasión, señor Rajoy, como ciudadano, ni como padre de una niña afectada por los recortes en la educación pública, ni como trabajador asaltado por sus rebajas de sueldo y sus leyes laborales, ni como hijo de unos pensionistas cada vez más agobiados por la falta de poder adquisitivo. Le hablo como un simple aficionado al fútbol. Quite sus manos de este deporte y déjeme disfrutar en paz de la Eurocopa, un acontecimiento que sólo se da cada cuatro años.

A diferencia de lo que ocurre con las elecciones, no hay Eurocopas adelantadas. Si no nos deja disfrutar tranquilos de los próximos encuentros de España, tendremos que esperar muchos meses en el dique seco.

A diferencia, digo, de lo que ocurre con las elecciones.