Notable alto

Notable alto

Como seguidor de España, he valorado más la capacidad de reacción y la solidez del empate con Italia que la goleada ante Irlanda.

Esta Eurocopa nos está ofreciendo buen juego y muy buenos goles. Hemos disfrutado de equipos hechos, conjuntos capaces de ordenar el campo como una mesa de trabajo para escribir la historia de sus partidos. Además de la selección española, la seriedad de Alemania, Francia e Italia ha marcado una calidad muy de agradecer en la competición. Selecciones que tienen, según creo, menos poder en el juego a largo plazo, como Inglaterra, Ucrania y Portugal, han ofrecido también momentos y situaciones de emoción muy estimables. Incluso un equipo rubio como el de Suecia, finalmente eliminado, protagonizó una remontada que los partidarios de la incertidumbre -cuando no están en juego nuestras cabelleras- le agradecimos de corazón. Desde el punto de vista deportivo, la Eurocopa puede calificarse con un notable alto.

Hay motivos para sentarse ante el televisor, abrir una cerveza, dejar por un momento las prisas, los compromisos, las obsesiones, y buscar un hueco en las tardes y las noches para ver cómo se juega al fútbol. La casa ha adquirido poco a poco color de Eurocopa, como los relojes, las butacas, las ventanas interiores y las llamadas de teléfono. No hay mayor propaganda que la ilusión del buen juego.

Y no han faltado goles excelentes. Disparos desde fuera del área, faltas ejecutadas de manera magistral, buenos remates de cabeza, paredes ágiles para sorprender a la defensa, cambios de ritmo para quebrar una persecución, soluciones vibrantes... y también la lentitud inesperada que suspende el juego en un hilo de genialidad. Me refiero a la quietud de Silva. Su gol frente a Irlanda, como dicen los cronistas deportivos, fue capaz de parar los relojes.

Los aficionados al fútbol tenemos nuestras rarezas y, además, estamos orgullosos de ellas. Yo, por ejemplo, como seguidor de España, he valorado más la capacidad de reacción y la solidez del empate con Italia que la goleada ante Irlanda. Pese a reconocer el valor de los dos goles vertiginosos de Torres, confieso que me levanté a encenderle una vela a los dioses del fútbol cuando Silva durmió de forma trepidante el balón, entretuvo la espera, dejó que el viento sur encontrase un hueco silencioso en el bosque de piernas aceleradas y ajustó el punto de mira al poste izquierdo. El balón entró de forma caballerosa, saludando, cediendo el paso, como pidiéndole perdón a la estirada inútil del portero.

Cada cuál tiene sus gustos. Valoro la lentitud en medio de los mundos acelerados, la soledad entre las multitudes, la silenciosa melancolía en el estruendo de la euforia. Se trata de reconocer la gota triste y sosegada que rodea siempre el sentido de la independencia. Incluso en los juegos de equipo, es el talento de esa quietud el que impide que los jugadores se homologuen en la norma y se diluyan en el Todo.

Aunque la disolución del yo suele quedar mejor ejemplificada fuera del terreno de juego. Es todo un espectáculo ver al espectador, el aliño indumentario de muchos seguidores. Cuernos de vikingos, caras pintadas, pelucas, disfraces. Cuando el solitario sale a la calle, se reconoce a sí mismo en cualquier esquina apartada. De ahí su nobleza. ¿Y cuando el hooligan llega a su casa y se mira al espejo? ¿No se sentirá avergonzado al ver su rostro en la monótona repetición de los televisores? ¡Qué pintas tienen y qué cosas dicen! Supongo que les debe pasar lo mismo a algunos políticos al ver en sus despachos o en sus casas las imágenes de una declaración, el bullicio vano de sus ruedas de prensa. Les vendría bien un poco de lentitud y soledad en medio de la prisa eufórica de las coyunturas.

Volviendo al fútbol, celebremos la calidad que están ofreciendo los equipos en cuanto al juego se refiere, ya conozcan por dentro la lentitud o el vértigo. Hay motivos para levantarse temprano, trabajar por las mañanas, comprar cervezas, embutidos, y perdonar la siesta. Conviene darse una caminata después de comer. Un buen aficionado sólo utiliza la palabra perder para aludir a esos kilos de más que regalan las tardes largas y las noches festivas. La nevera tiene también color de Eurocopa.