Más plumas que nadie: la última 'supervedette'

Más plumas que nadie: la última 'supervedette'

La revista fue un género cuyos mayores triunfos estaban en burlarse de una censura feroz que no permitía, ni grandes exhibiciones carnales, ni frases o comentarios tanto de índole sexual como política. Con la llegada de la democracia y la apertura cultural, empezó a verse como populachera, banal y algo casposa. Pero hay unas cuantas mujeres que defienden su firme candidatura a ocupar el trono, ya algo polvoriento y deslucido, de la última supervedette.

Yo soy la vedette, la vedette

De un teatro de revistas, ah, ah, ah.

Empecé siendo corista,

Y como fui chica lista,

aquí me ven de vedette,

de vedette de revista.

Llevo más plumas que nadie.

Lentejuelas, que es lo bueno.

Y un montón de joyas falsas

Que de lejos dan el pego...

(Fernando Moraleda / Jesús María Arozamena)

Desde el otro lado del telón, llegan ya las primeras notas de la apoteosis, ese gran número final que cierra el espectáculo. A este lado del telón, en el escenario, la actividad es febril y caótica. Los tramoyistas cambian el decorado a toda velocidad y forman las inmensas escaleras uniendo pesados módulos. Las chicas del conjunto, las que fueron llamadas vicetiples y luego, con más categoría, el ballet, llegan corriendo desde el camerino que comparten dos pisos por encima del escenario con los tocados en la mano, ayudándose unas a otras a cerrar corchetes, enderezar medias, recogerse el pelo. Los boys, los chicos del ballet, se gastan bromas en voz baja por miedo a que la estrella, que también es la empresaria, les eche la bronca.

La estrella, la productora, la supervedette, en este momento está para pocas bromas. Su camerino, al lado mismo del escenario, es un batiburrillo de acólitos que la ayudan a prepararse para salir a escena en el momento crucial, el de la despedida, que debe dejar en el público la ilusión de que ha visto un gran espectáculo. Su peluquero de confianza, secador y cepillo en ristre, recompone el pelo que las últimas dos horas en el escenario han empapado de sudor.

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Su representante le da noticias de última hora sobre quién ha venido al estreno y cómo están reaccionando. No le dirá quiénes no han venido porque sabe que no es el momento. El plumista ha querido estar presente porque necesitará ayuda para ponerse la desmesurada mochila de plumas de faisán que lleva en el final, y esta noche especial se ha ofrecido él mismo a hacerlo. Luchando contra los obstáculos que todos ellos le ponen y al borde de las lágrimas, la sastra que va a ayudar en los cambios de las funciones de todos los días cuando pase la locura del estreno, intenta colocarle los guantes y los recargados brazaletes de pedrería.

Hoy también está la modista que se ha encargado de la realización del vestuario, cómplice y confidente de la estrella, ya que todavía está dando los retoques finales a la ropa. Como suele ser habitual, parte del vestuario ha llegado en el último momento y no ha habido tiempo de ensayar con él. El maillot transparente y estratégicamente bordado que lleva en el final se ha descosido con las prisas del cambio, y cuando la estrella sale disparada a ocupar su puesto en lo más alto de las escaleras, la modista la sigue, unida a ella por el hilo con el que está arreglando el desaguisado.

Todo está listo para que se levante el telón y la luz del cañón ilumine su figura. Pero la modista sigue a su lado, en cuclillas, dando las últimas puntadas. Y la última coincide con las notas que anuncian su aparición. La modista se esconde en un elemento del decorado que representa una copa de champán gigante, y allí se queda, agachada e inmóvil, hasta que acaben los saludos interminables de la primera noche.

Hablo con María José Cantudo de los tópicos heredados de los años oscuros en los que la revista se consideraba un mundo cutre, frívolo y lleno insinuaciones sexuales sórdidas. "¡Frívolo!", me responde escandalizada. "¡Qué tontería más grande! No tiene nada de frívolo".

Así podría haber sido cualquier estreno de una revista, el género que daba su cara amable al público pero suponía un enorme esfuerzo para todos los que trabajaban en ella. Un género que funcionó como por arte de magia durante mucho tiempo. Pero los años 80 trajeron un aire de cambio que le afectó especialmente. La apertura y la Constitución derribaron algunos de los pilares de la represión sexual y política, dando lugar a una nueva libertad que fue en contra de la revista, cuyo mayores triunfos estaban en burlarse de una censura feroz que no permitía, ni grandes exhibiciones carnales, ni frases o comentarios tanto de índole sexual como política.

Por un lado, la insinuación de la carne dejó de tener sentido en una sociedad saturada de publicaciones con desnudos y en la que cualquiera se quita la ropa alegremente en playas y piscinas. Por otro lado, la cartelera teatral se llenó de espectáculos que habían estado prohibidos durante muchos años, y el público vivió un período de avidez de textos que denunciaran abiertamente injusticias sociales y políticas. En ese ambiente, la revista se vio como un género anticuado al que se acusó de populachero, banal y algo casposo. Y en esa situación, unas cuantas mujeres defendieron su firme candidatura a ocupar el trono, ya algo polvoriento y deslucido, de la última supervedette.

Una vedette "rara"

A pesar de que el declive de la revista se adivinaba ya, el género, peleón por naturaleza, no iba a morir sin dar guerra. En 1983, cuando el ecosistema del teatro parece poco propicio para el desarrollo de la revista, un grupo de osados profesionales estrenan Por la Calle de Alcalá. Como si anticipara el homenaje que se hace a los ya desaparecidos, el espectáculo es una antología de los números más populares de toda la historia de la revista, dirigido por Ángel Fernández Montesinos y con una producción despampanante. Casi tanto como su primera estrella, Esperanza Roy.

La llamé por teléfono y apenas tenía tiempo para atenderme un rato, en medio de una apretadísima agenda de feliz jubilada. Su tono de voz era alegre y pasaba de los recuerdos sin nostalgia a la indignación con coherencia. Y, en su estilo habitual, salpicaba la conversación de expresiones gamberras ("Me quedé muerta en la bañera con los pendientes puestos..."). En 1983 ya tenía una larga carrera cinematográfica que incluía algunas películas difíciles en colaboración con su marido, Javier Aguirre. Pero nunca le hizo ascos a la pluma y la lentejuela, adonde había llegado tras una carrera como bailarina y el despertar de su vocación de actriz.

"Estando de gira por Europa como bailarina, conocí muchas cosas, entre ellas la democracia, que aquí ni se sabía lo que era. En París empecé a ir a la Cinémathèque Française, y viendo a las grandes estrellas, me di cuenta de que aquello era lo que quería hacer". Pero no iba a ser fácil en un país y unos tiempos llenos de prejuicios. "La gente no entendía que una chica que bailaba y estaba buena quisiera ser actriz dramática. Me decían: 'Si quieres hacer algo, tienes que ser vedette". Tanto debieron insistir, que así lo hizo. Y empezó en el Teatro Martín (la Capilla Sixtina de la revista, me dice). "Desde abajo, claro. Porque entonces la primera vedette era siempre la amante o la mujer del empresario".

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Allí empezó la trayectoria de una de las vedettes más personales de esos últimos años. Con un cuerpo espectacular, una peculiar forma de moverse y una voz muy personal, su fuerte ha sido el sentido del humor. "Para ser vedette hay que estar bien de cuerpo, cantar y bailar, pero lo importante es algo que no se aprende: la conexión con el público".

La Roy (todas las grandes vedettes, lleva el artículo delante del apellido, como las divas de la ópera) nunca se ha arrepentido de su decisión. "Me abrió las puertas del teatro. La revista es una escuela magnífica del oficio. Aprendes a hacer de todo. En cuestión de minutos, tienes que ser actriz y modelo... y soldado, niña y puta. Aprendes a moverte por el escenario con soltura. El actor que había pasado por la revista era el más rápido. Y en los tiempos de mayor esplendor, los actores más reconocidos hicieron revista".

Su imagen de marca era la forma que tenía de bajar las escaleras. Mientras otras las bajaban despacio, recreándose y dejándose admirar, la Roy las bajaba a la carrera, dejando al público con el corazón encogido por lo que tenía de deporte de riesgo. Bajaba como un vendaval de plumas, brillos y tacones, y se plantaba feliz y sonriente en el centro del escenario, con aire de triunfo. Todo esto la convirtió en lo que ella misma define como "la descolocada". "A esa mujer tan rara la quiero para Coronada", dice que dijo Francisco Nieva. No le ha ido mal ser la rara.

La vedette que nunca existió

Si en este país se pregunta a la gente de la calle qué es para ellos una vedette, un elevadísimo porcentaje contestará con un nombre: Norma Duval. Lo más curioso es que la persona cuyo nombre se pronuncia con el orgullo patrio de ser considerada la vedette española más internacional, triunfadora en los templos parisinos del Music hall, niega tal calificación.

Hablo con ella también por teléfono, entre un avión y otro, y me pide, con esa voz tan identificable y un tono contundente, que no la incluya en esa categoría, que no entiende por qué le han colgado ese sambenito cuando ella es muchas otras cosas antes que vedette. Es cierto: es una empresaria arriesgada, como demostró en cada uno de los espectáculos que produjo; es actriz y presentadora de televisión, como ha demostrado en muchas ocasiones. Pero siento que rechace un apelativo que, para mí y para muchos, es sinónimo de estrella y puede defenderse con orgullo.

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Foto: GTRESONLINE.

Los que hemos colaborado con ella la hemos visto trabajar hasta el agotamiento para que sus espectáculos fueran lo mejor posible. He viajado con ella a ver lo que hacían otros, a buscar materiales que no encontraba aquí, a empaparse de lo que se estaba haciendo de nuevo en todo el mundo. Y la he acompañado durante interminables madrugadas de ensayo en las noches previas a sus estrenos.

Pero quede claro que la etiqueta de vedette no se la hemos puesto alegremente y sin motivo la gente de la calle. Como vedette debutó en 1975 junto a Fernando Esteso. Y bajo esta misma denominación hizo dos espectáculos más hasta que se fue a triunfar en el Folies Bergères, dejándonos a todos boquiabiertos de admiración, orgullo y, en algunos casos, envidia. ¡Primera vedette en el Folies Bergères! Como tal aparece en un libro que repasa la actividad de más de un siglo del teatro parisino, en una foto del espectáculo Folies de Paris, voluptuosamente envuelta en plumas, y con el pie: La très belle Norma Duval. Junto a la foto, unas declaraciones suyas en las que afirma que sólo vive para su trabajo. "Ayer Madrid, hoy París, tal vez mañana Las Vegas".

Al volver de París (a Madrid, finalmente, no a Las Vegas), empieza una actividad como productora y estrella de sus propios espectáculos (Por Norma, ¡Excitante! y otros), en los que busca nuevos caminos en el terreno del Music hall, donde los tópicos de las variedades arrevistadas, como las plumas y las escaleras, van desapareciendo poco a poco para dar paso a conceptos más modernos del espectáculo. Coreografías más fuertes, un vestuario inspirado en las tendencias de la moda... En la década de los 90, su actividad profesional, probablemente víctima también de la decadencia y el desinterés general por este tipo de espectáculo, se ve eclipsada por una imagen personal que parece interesar más a los medios.

Personalmente, creo que no tiene nada de malo compartir el calificativo de vedette con estrellas como Mistinguett, Josephine Baker o la Bella Otero. Pero respeto su decisión, y creo que uno tiene todo el derecho a seleccionar de su biografía lo que más le interesa destacar. Lo demás es silencio.

La guardiana de la tradición

María José Cantudo puede presumir de haber mantenido vivo el fuego de la revista durante más tiempo que nadie. Y con un clásico del género, Las Leandras. Esta revista, o pasatiempo cómico-lírico, como se le llamó en su día, es uno de los hitos de la revista musical española. Considerada "una de las bestias negras de la censura franquista, junto a La corte del Faraón y La Blanca Doble", como apunta el experto Juan José Montijano, supone la primera incursión de María José Cantudo en el teatro después de una inicial carrera en el cine.

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Sí, la entrevista, mejor por teléfono; las vedettes son mujeres muy ocupadas. Me pide que la vuelva llamar al cabo de un rato, que en ese momento está ocupada con unos muebles. El arte, los muebles, las antigüedades, son su pasión, y ahora les dedica todo el tiempo. Me habla con esa voz de niña un poco perdida y su reconocible acento andaluz, que tan bien ha venido a los parodistas: "Yo entré por la puerta grande. Con un espectáculo de lujo. Había visto otras revistas y pensaba que a aquel género había que hacerle justicia dándole todo lo que se merecía, a todo lujo. Darle la categoría que yo creía que debía tener. Me gasté todo mi dinero. Yo es que soy una kamikaze".

El espectáculo, estrenado originalmente en 1931, fue repuesto por Cantudo a finales de la década de los 70, cuando todavía el panorama de la revista no se veía tan oscuro. Después de muchas otras incursiones en el teatro musical, volvió a montarlo casi 20 años después, cuando ya la revista daba sus últimas boqueadas. Sin miedo a equivocarse mucho, se puede decir que fue la última gran revista que se ha montado. "Yo he sido la última empresaria de una revista lujosa. Lo que no iba a hacer es ir a menos...", me dice.

Hablo con ella de los tópicos heredados de los años oscuros, en los que la revista se consideraba un mundo cutre, frívolo y lleno insinuaciones sexuales sórdidas. "¡Frívolo!", me responde escandalizada. "¡Qué tontería más grande! No tiene nada de frívolo. Hay que ser muy puntual, ensayar mucho, es un trabajo muy duro. Como empresaria, yo tenía que estar haciendo las funciones y supervisando todo lo que pasaba entre cajas. Pero no me importaba porque era lo que me gustaba hacer. Y mis espectáculos nunca han sido cutres. Yo he hecho espectáculos de alta costura. No se veía una media rota ni ese tipo de cosas. Y yo iba vestida por grandes modistos".

La imagen glamurosa de la supervedette era una moneda de doble cara. Para aparecer en el escenario como la personificación de lo sofisticado tenían que hacer muchos sacrificios. Aunque la mayoría de ellas insisten en que no necesitaban hacer dieta, esto se debía a que su vida era un maratón de ensayos, viajes y funciones, un ritmo matador que les permitía comer con tranquilidad. Siempre horas antes de las funciones, porque las exigencias de un espectáculo de estas características no era compatible con digestiones pesadas. Pero eran conscientes de que su imagen era una herramienta de trabajo, y mantenerse en forma exige sacrificios.

María José Cantudo cree que es una pena lo mal que se ha tratado al género "que es el musical español. A los estudiantes de este oficio habría que enseñarles de todo. Enseñarles cómo era la revista. Aquí no hay 'cinco y acción', ni se pueden repetir las escenas. Tienes que salir del embrollo como puedas. A base de tablas y agilidad mental".

La vedette fiel

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Sin subterfugios, sin excusas, sin rubores, Tania Doris es vedette por sus cuatro esculturales costados. También ha probado suerte en el cine y en la comedia, pero su carrera ha estado indisolublemente unida a la revista a lo largo de muchos años de triunfo, y hasta su decadencia. Vivió años de gran éxito como la máxima estrella del empresario Matías Colsada, su descubridor y principal promotor de Lina Morgan y Concha Velasco, dos figuras que no entran en esta selección porque sus trayectorias son muy peculiares y se apartan del prototipo.

Colsada, de quién además fue pareja durante muchos años, era el empresario más conocido de revista del país. Tanto, que en el imaginario colectivo su nombre ya va unido para siempre a un estribillo que define el género: "Somos las alegres chicas que trajo Colsada para quitarles el mal humor...". Las alegres chicas de Colsada fueron durante años una institución cuyo objetivo social era hacer olvidar al público las preocupaciones de todos los días. Y Tania era su máxima representante. Desde hace unos años está apartada del teatro por voluntad propia, acompañada de su inseparable hermana Angustias, hasta que encuentre un proyecto que le interese lo suficiente y se ajuste a sus condiciones actuales.

"Yo soy muy tímida", es lo primero que me dice, para mi sorpresa. "Estaba trabajando en el oasis de Zaragoza como bailarina cuando me dijeron que Tony Leblanc me quería como vedette. ¡Qué vergüenza! Me costó mucho ponerme en bañador y salir al escenario. Ser vedette ha sido circunstancial en mi vida, pero luego he sido muy feliz. He estado en casa". Indudablemente, superada esa primera vergüenza, sonreír radiante desde lo más alto de las escaleras con exiguos atavíos de pedrería se convirtió en una sana costumbre que tuvo muchas compensaciones.

También ella considera que, aparte de las condiciones que se suponen a toda vedette, una de sus principales armas es el sentido del humor y, sobre, todo "saber enganchar al público". Pero, por extraño que parezca, con la complicidad de las mujeres. A finales del siglo XX ya no funcionaba la idea de una vedette que encandilaba y perdía a los hombres. Como decía la Roy en Por la Calle de Alcalá, "el admirador que regala joyas es una especie extinguida".

Hoy el teatro funciona de otra manera. Los grandes musicales no se apoyan en una figura, sino en el propio montaje. Y a veces, un solo monologuista con el escenario pelado llena las salas. "Dime de alguien que cante, baile, sea actriz y encima ponga el dinero...", me desafía María José Cantudo.

"Nunca he sido una comehombres", sigue contándome Tania. "Antes la revista se dirigía sólo a los hombres, pero ya no. Había que caer bien a las mujeres. La mujer se reía de la imagen que daba en el escenario en cómico como Luis Cuenca, del que se enamoraban todas las mujeres espectaculares. Se creaba complicidad con ella".

Y entonces, ¿esa idea mítica de la vedette coqueta y frivolona? "Eso era en otros tiempos. A lo mejor se creó esa imagen para dar un poco de morbo. Y habrá de todo, como en todas las profesiones".

Apoteosis final y telón

Éstas fueron las últimas valientes que defendieron desde el escenario los últimos momentos de vida de un género que languidecía con el final del siglo XX. A todas ellas, como expertas que son, tenía que preguntarles a qué atribuyen la desaparición de este tipo de espectáculos. "Ojalá tuviera yo la respuesta", me dice Tania Doris. "Mucha gente joven no lo conoce. Y es un gran despliegue de dinero que tienen que afrontar empresas privadas sin subvenciones".

El desconocimiento y las dificultades de producción parecen ser los motivos más repetidos. Esperanza Roy me cuenta que, cuando quiso estudiar algo sobre la revista mientras preparaba Por la Calle de Alcalá, no pudo encontrar nada publicado. Hoy, cuando ya la revista es casi material arqueológico, hay más publicaciones que nunca. Pero añade: "Es un espectáculo muy caro. Cada tres minutos hay cambio de decorado y de vestuario".

Además me señalan que la revista era un espectáculo de figuras, con una estrella que encabezaba el cartel y que era la que arrastraba al público. Que muchas veces era la empresaria y productora. Hoy el teatro funciona de otra manera. Los grandes musicales no se apoyan en una figura, sino en el propio montaje. Y a veces, un solo monologuista con el escenario pelado llena las salas. "Dime de alguien que cante, baile, sea actriz y encima ponga el dinero...", me desafía María José Cantudo.

Y no se puede olvidar el cambio del público. "El público de la revista era muy ingenuo, muy inocente, sólo venía a pasarlo bien", apunta Esperanza Roy. Posiblemente hoy ya no queda público ingenuo e inocente.

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