Partidismo: sectarios que aplauden y ciudadanos que cocinan

Partidismo: sectarios que aplauden y ciudadanos que cocinan

Lo que se nos ha venido vendiendo como nueva política, es de facto una añadidura de siglas al tablero político que, si bien han traído nuevas estrategias comunicativas y políticas que se adaptan (no mejor, sino más) a la gente, de ningún modo han virado el timón de la base fundamental para hacer política en un Estado: los valores.

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Foto: EFE

En un artículo publicado en el diario que dirige, el periodista David Jiménez escribía: «De las muchas indignidades que viene padeciendo el contribuyente español, quizá ninguna sea más irritante que la de ver cómo sus impuestos sostienen una gigantesca agencia de colocación que permite a miles de políticos mamar del sistema». Con ello se refería Jiménez a la cantidad de mamoneo infame al que da cobijo la política española y, más concretamente, añado yo, el partidismo.

Nada ha cambiado. Lo que se nos ha venido vendiendo como nueva política, es de facto una añadidura de siglas al tablero político que, si bien han traído nuevas estrategias comunicativas y -si me apuran- políticas que se adaptan (no mejor, sino más) a la gente, de ningún modo han virado el timón de la base fundamental para hacer política en un Estado ya resignado moralmente a la putrefacción: los valores.

Estos días en que el Congreso se mueve, uno no puede dejar de mirar al Hemiciclo, donde los sectarios se amorran pavorosos ante la verborrea vacía, nimia y vergonzante de un líder que todavía, como lacra asumida inconscientemente por todos nosotros, posee la potestad exorbitante de arrogarse prácticamente cualquier función, como por ejemplo, el sinsentido democrático de poder regañar, sin comillas, a uno de los suyos por haberse expresado en términos contrarios a alguna directriz del partido. De todas las penas que ofrecen los partidos políticos actuales, la que más cabizbajo deja es la que siente uno al ver aplaudir o festejar a un diputado la idiotez de turno de un compañero de partido. Porque uno puede creerse que, como en todo, puede haber gente en el partido a la que tal idiotez hace gracia; pero, también como en todo, uno está seguro de que también hay gente en esa misma formación que se reiría más con un chiste de Gabriel Rufián. Y lo grave del asunto es que esa otra gente también aplaude y ríe.

Yo me supongo que, una vez más, debe ser cosa de billetes. Debe ser que el sentimiento puede todavía a la razón, y que hoy por ti y mañana por mí; que cómo no voy a meter en mi lista a aquél que aquella vez habló bien de mí, o cómo no voy a dar un cargo a este otro que puso dinero en mi campaña. Lo decía David Jiménez en su artículo: «Siempre hay trabajo para el afín a las siglas, el escudero del partido, el que apoyó tu candidatura en un congreso, el que te hizo un favor político o te ayudó a traicionar al rival político cuando más lo necesitabas». Por ese motivo, los que gobiernan el país sólo se librarán de la presunción de culpabilidad cuando aprendan a separar el grano de la paja; la relación personal del mérito político con la responsabilidad que el sentido común exige para gobernar un país desde la decencia. Lo que está por ver es si esa responsabilidad es posible en el sistema actual, donde la estructura de partidos es cada vez más decadente. Sobre esto se pronunciaba, más que con una visión anti, contra sistema, Manuela Carmena en una entrevista que publicaba recientemente Eldiario.es «Soy muy crítica con los partidos políticos. No creo que en el mundo actual sean necesarios. Impiden el desarrollo de la personalidad, cercenan la creatividad y obligan a una estructura de disciplinas absurdas».

En la facultad de Derecho, recuerdo cómo el profesor nos explicó la reforma del artículo 31 bis del Código Penal, relativo a la responsabilidad penal de las personas jurídicas (y de los partidos políticos): «La razón de ser de la actual reforma para poder imputar penalmente a una persona jurídica -o a un partido político- es que en tales sociedades hay un caldo de cultivo determinado; un defecto en la propia estructura, en la propia organización del entramado asociativo, que permite facilidades a los dirigentes para delinquir». Lo que nadie nos dijo nunca es que los que hemos estado cocinando durante todo este tiempo ese caldo de cultivo hemos sido nosotros.