El gran Mónico

El gran Mónico

Quería estudiar ingeniería en Madrid y se rieron de él: cómo iba a ingresar en la universidad si no tenía ni el bachiller elemental. Por eso terminó en Nueva York. O empezó, porque a su regreso en 1913, construyó en Piedrabuena la mayor fábrica de ingeniería eléctrica de España.

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Tras impartir una charla en Ciudad Real durante la Semana de la Ciencia de 2009, deambulé por los expositores divulgativos que había distribuidos por unas salas amplias y luminosas. Jóvenes científicos explicaban los intríngulis de experimentos y demostraciones a chavales de secundaria que los atendían embelesados. Un aparato solitario de manufactura perfecta detuvo mi paseo. Lo identifiqué como un generador portátil de rayos X de las primeras décadas del siglo XX. ¿Sería de los que usaron los franceses y alemanes en la Primera Guerra Mundial? Mujeres tan grandes para la ciencia como Marie Curie en un bando y Lise Meitner en el otro habían salvado infinidad de vidas recorriendo los frentes con aparatos como aquel.

Alguien interrumpió mis ensoñaciones. Se presentó como ingeniero de telecomunicaciones, profesor de la Universidad de Castilla La Mancha y admirador de don Mónico Sánchez Moreno, ilustre hijo del vecino municipio de Piedrabuena. ¿Don Mónico? Sí señor, el fabricante de aquel aparato, inventor de otros muchos ingenios electromecánicos y accionista principal de las poderosas Electrical Sánchez Company de Nueva York y la Continental Wireless Telephone Company. No supe qué me causaba mayor pasmo, si el contagioso entusiasmo del ingeniero, que se llama Juan Pablo Rozas, o lo que me estaba contando: ¿Teléfonos móviles un siglo antes de su desarrollo? ¿Equipos portátiles de rayos X en 1900? ¿Un manchego tras ellos? Pletórico, el profesor me dijo: aquí lo tiene. Una fotografía antigua de tonos pardos mostraba varios stands de una feria de muestras. El de la empresa de don Mónico, en el que aparece él, estaba flanqueado por el de General Electric Company y se anteponía, nada menos, que al de Westinghouse.

Cuarto hijo de una familia muy humilde, Mónico trabajó como recadero primero y dependiente de comercio después. Le atraían los inventos, pero la única vía de estudio que se le ofreció fue un curso por correspondencia en inglés. Sabía leer y escribir en español con dificultad. Quería estudiar ingeniería en Madrid y se rieron de él: cómo iba a ingresar en la universidad si no tenía ni el bachiller elemental. Mónico supo que en Estados Unidos no tenían en cuenta más que la valía personal y por eso terminó en Nueva York. O empezó, porque a su regreso en 1913, nueve años después de que llegara a América con 60 dólares en el bolsillo, construyó en Piedrabuena la mayor fábrica de ingeniería eléctrica de España llevando con ella agua y electricidad a todo el pueblo. Pero la historia de este país pasó por encima de don Mónico y aquel ingenio de prosperidad y tecnología creativa sucumbió. Me impresionó tanto el personaje que traté de darlo a conocer en un artículo parecido a este en el fenecido diario Público.

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Mónico Sánchez con su aparato portátil de rayos X. Foto: Electro Therapy Museum.

Una de las tragedias de la crisis actual es que tiene descorazonada a la juventud haciendo que muchos, entre ellos prometedores científicos e ingenieros, estén emigrando. Pensando amargamente en ellos, recordé la insólita aventura del ingeniero manchego, porque la llevó a cabo en medio de crisis infinitamente más profundas que la de ahora: España acababa de perder una guerra contra Estados Unidos, la de África tenía al país agobiado y se sucedieron etapas tan peliagudas como la dictadura de Primo de Rivera, la República y finalmente la Guerra civil y la autarquía fascistoide de Franco. Decidí escribir la historia de Mónico Sánchez Moreno y se acaba de publicar en la editorial Debate con el mismo título que este post.

Lo que pretendo con ese relato no es acercarme al alma de Mónico Sánchez ni al detalle academicista de su historia, sino algo mucho más sencillo a la vez que ambicioso: animar a nuestros jóvenes desesperanzados para que vean que en condiciones enormemente más adversas que las actuales, es posible no sólo salir adelante sino llevar a cabo proezas admirables y a priori imposibles para el bienestar propio y del país. O sea, que el (supuesto) destino es siempre evitable.