¡Ay, siempre me matan!

¡Ay, siempre me matan!

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Me matan si no trabajo,

y si trabajo, me matan.

Siempre me matan, me matan,

ay, siempre me matan.

Nicolás Guillén

Claro que no estaba pensando en Siria cuando escribió el poema; ni el escenario, ni el momento que Nicolás Guillén quiso plasmar en su texto podrían, a priori, compararse con lo que se está viviendo hoy en la antigua cuna de la civilización. Pero digo a priori, porque el trasfondo es el mismo. Siempre los matan. El gobierno, las milicias, el Daesh, los terroristas, los grupos incontrolados... Y ahora, Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Rusia, la OTAN entera, que ha dado su conformidad, y la ONU, que ni la da ni la quita. Y que, visto lo visto, más le valdría disolverse antes de perpetuar la ignominia y la vergüenza. Ganas da de, emulando a Gila, decir algo así como "¿Está la ONU? Pues que se disuelva."

En Siria se ha confirmado que Naciones Unidas (es un eufemismo), ha perdido su razón de ser y toda su legitimidad

Por si nos quedaba alguna duda, en Siria se ha confirmado que Naciones Unidas (es un eufemismo), ha perdido su razón de ser y toda su legitimidad, cuando ni tan siquiera puede ofrecer garantías para proteger a la población civil en un conflicto que va ya por el séptimo año.

Siete años de guerra que han dejado casi medio millón de muertos, decenas de miles de desaparecidos, la mayor parte civiles, cinco millones de refugiados y muchos niños, muchísimos, han dejado unos 400.000 muertos, 100.000 desaparecidos, de ellos un tercio civiles y 25.000 niños víctimas del fuego cruzado entre unos y otros. Eso, que sepamos, que tampoco interesa mucho echar cuentas.

Y ahora pretenden zanjarlo con el "Misión cumplida" que ha twiteado Trump, tras lanzar unos cuantos misiles (con previo aviso), sobre unos supuestos arsenales de armas químicas que, a buen seguro, no habrán destruido nada y sí habrán engrosado la lista de víctimas civiles.

¿Qué cambia este ataque para los sirios? Nada de nada. Cavar unas cuantas tumbas más.

Siempre los matan. De un lado y de otro. Para que unos se mantengan y otros dejen claro quién manda, y que no son convidados de piedra en el conflicto que, hasta ahora, les ha importado un pimiento, más allá de sus particulares estrategias de control de territorios. ¿Qué cambia este ataque para los sirios? Nada de nada. Cavar unas cuantas tumbas más. Acumular más escombros donde antes se alzaban viviendas, colegios, hospitales, ciudades...

Han demostrado su poderío y se han marchado. Con el aplauso de la OTAN-el de España incluido-, y la amenaza de que pueden volver. Que para eso tienen bases en todo el mundo. Aquí también. A matar a los de siempre, a los que siempre matan. Más huérfanos, más desprotegidos, más desamparados. Porque la guerra sigue.

Estuve en Siria hace unos años. En un país amable y acogedor con una increíble riqueza patrimonial. Recorrí el país de Norte a sur y de Este a Oeste, pasando por pequeños pueblos como Maalula, en las montañas, donde aún se habla arameo, la lengua de Cristo, y donde una amable niña nos recitó de corrido el Padrenuestro en su texto original.

No creo que vuelva allí. Y no sé si quedará alguien que haga los honores. Hubiera preferido que nos enseñaran algo más grueso. Porque ahora lo que me apetece de verdad, es jurar en arameo.

Este artículo se publicó originalmente en el blog de la autora.

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