Narcisos

Narcisos

Manifestantes en la concentración por la unida de España en la madrileña plaza de Colón.Getty Images

No voy a hablar de flores. ¡Más quisiera yo que dejarme llevar por las bellezas de la naturaleza ignorando todo lo que las enfanga! Estoy en ello, pero aún no le llegado al nivel de abstraerme y dedicarme a la vida contemplativa, que sin duda dará menos disgustos que la que vivimos para contarla, que diría mi admirado Gabo.

Pero a caballo entre una cosa y otra (lo del caballo seguro que os sugiere algo), me he encontrado, por esos caprichos de la mente sobrecalentada y sobreexplotada, recordando el mito clásico de Narciso, mientras contemplaba la "foto" de la plaza de Colón, que nos han repetido hasta la saciedad, y lo que te rondaré morena. Todos jóvenes, altos, guapetes, monísimas las chicas, todos vestidos a la última (según sus cánones, que no son los míos), y todos, encantados de haberse conocido, conscientes de su juventud, su altura, su elección del atuendo...

Y mirando desafiantes, para que ningún otro "guapo" les pise el terreno. Abajo, en la calle, los convencidos de que no hay otros más bellos. Y fuera, mirando la foto, los del montón, los que no creemos que la belleza sea el pasaporte a la fama y los que pensamos que también los feos, los bajitos, los calvos, los gordos y los flacos, los pobres, las mujeres, los que no llevan el último grito en moda, y los que no pueden gritar, también tienen derechos. Cuanto más miro la foto, más me espanta. Nada que ver con el Síndrome de Sthendal. ¿Habré perdido la cualidad de apreciar la belleza?

Me asustan tantos narcisos juntos, tantos guapos enamorados de ellos mismos y de sus discursos, que nos dejan fuera a casi todos, a los que somos del montón.

El Narciso clásico era un joven guapo, guapérrimo, y tan convencido de que no había otro como él en la faz de la tierra ni en el Olimpo de los dioses, no encontraba a nadie digno de compartir tal regalo. Una tras otra fue rechazando pretendientas (algún pretendiente también), hasta que un día dio con la horma de su zapato, la diosa Némesis, que puso fin a una vida de vanidad y despechos, haciéndolo beber su propia medicina. Narciso se enamora de su propia imagen reflejada en un estanque e intenta seducir al hermoso joven sin darse cuenta de que se trata de él mismo hasta que intenta besarlo y muere ahogado en las aguas.

Esto es la primera parte del mito, que la que viene a caso es la de la moraleja. Al parecer, preocupada por la actitud de su hijo, Liríope, su madre, decidió consultar al vidente Tiresias sobre su futuro. Y Tiresias le dijo a la ninfa que Narciso viviría hasta una edad avanzada mientras nunca se conociera a sí mismo.

Podía haber dicho mientras no lo conociera nadie, y nadie tuviera que soportar su prepotencia, su chulería, su desprecio y su convicción de tener la verdad absoluta. Por guapo que fuera, o que sean los que nos ocupan y preocupan de la foto.

Me asustan tantos narcisos juntos, tantos guapos enamorados de ellos mismos y de sus discursos, que nos dejan fuera a casi todos, a los que somos del montón, a los que el reflejo del agua nos devuelve la imagen de gente de a pie que quiere seguir avanzando y envejecer dignamente. Sin que importen las arrugas, que también son bellas.

Este post se publicó originalmente en el blog de la autora.