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No sé si será consigna, o si responde a alguna estrategia de las grandes empresas (a la vista o en la sombra), para prepararnos para esa nueva crisis que parece que sí o sí (ellas lo sabrán bien) va a llegar más pronto que tarde. El caso es que en muy pocas semanas he leído media docena de reportajes más o menos fundamentados, en los que se habla de la inteligencia artificial, del avance imparable de los robots y de cómo van a influir en el mundo del trabajo. En el de las ganancias, supongo que también, y de ahí el interés en que nos vayamos haciendo a la idea.

De mera divulgación, pretenciosos, con tintes científicos y citando sesudos estudios de prestigiosas universidades; con dibujos de muñecos tipo ET o de androides parecidísimos a cualquiera de nosotros, pero todos con el mismo mensaje: de aquí a nada, no existirán muchos oficios que se resistan a las máquinas, y sobraremos casi todos. Sin ERE ni nada, que ya encontrarán justificación. Por mucho que diga el siempre brillante Bill Gates que si un robot reemplaza el trabajo de un humano, debe ser gravado a un nivel similar al que era el trabajador para permitir el financiamiento de otros tipos de empleo en el que las personas son irreemplazables. Buen intento.

Todos con el mismo mensaje: de aquí a nada, no existirán muchos oficios que se resistan a las máquinas, y sobraremos casi todos.

El caso es que pone los pelos de punta que nos cuenten, así sin anestesia, que no habrá labor agrícola que se le resista a los robots. Ordeñar vacas, cosechar, sembrar, y hasta ordeñar con androides, que igual las vacas dan más leche si ven a un tipo semihumano que a un artilugio agarrado a sus pezones. También habrá albañiles robóticos, que trabajarán más y mejor, y sin sufrir accidente. Sin hora del bocadillo, también.

Y transportistas, camareros que no se equivocarán en los pedidos (porque serán robots, y errar es de humanos), cocineros que nunca pasarán de más los filetes, empleados bancarios, que el dinero es una cosa muy delicada y tiene que estar en las mejores manos, aunque sean mecánicas. Hasta se habla de periodistas robóticos, y aquí lo dejo, que se me llenan los ojos de agua y se me hiela el alma.

Hasta se habla de periodistas robóticos, y aquí lo dejo, que se me llenan los ojos de agua y se me hiela el alma.

Para compensar, leo que el Henn-na Hotel, una experiencia japonesa de hace un par de años, con un amplio staff de robots, desde el personal que realiza el registro de entrada hasta los botones, conserjes etc, se está planteando volver al personal de carne y hueso, ante los malos resultados obtenidos, y a pesar de que ha dado apariencia de dinosaurios a sus empleados mecánicos para atraer a familias con niños.

En ese hotel seguro que no habrá clientes que, a la hora de marcharse, dejen todo su equipaje a la camarera que lucha por sacar adelante a sus hijos, o que se sigan felicitando las fiestas, muchos años y un océano por medio, con el chico de la recepción, o que hayan ayudado a un conserje con su curso de español, a la vuelta de un fatigoso día de excursiones.

Eso, y muchas más cosas, nunca las podrá hacer un robot.

Este post se publicó originalmente en el blog de la autora