Que levante la mano quien tenga el corazón roto por los Brangelina

Que levante la mano quien tenga el corazón roto por los Brangelina

'El Hormiguero' y Jimmy Kimmel han matado la mitomanía: hemos visto a los actores hacer el bobo de tantas maneras distintas que ya han perdido esa pizca de oscuridad, de candidez y lejanía que les convertía en eso, en estrellas. Pero ellos seguían teniendo esa chispa

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Resulta que ese visionario llamado Enrique Iglesias llevaba anunciándolo todo el verano, pero ha tenido que llegar el penúltimo día del estío para que el estribillo se haga realidad: duele el corazón. Y duele mucho.

¿Quién no se ha sentido tocado por el divorcio más famoso de los últimos años, de las últimas décadas? Ya no dolido, vale, que eso a lo mejor es solo para los más corazoneros, pero sí por lo menos impactado. Extrañado. Sorprendido. Flipando, venga, que hemos flipado todos, no vengáis ahora de puristas. Lo que quizá no nos hemos parado a pensar es ¿por qué? ¿Por qué nos impacta, incluso nos importa?

Esas dos personas que se llaman William Bradley Pitt y Angelina Voight Jolie son dos extraños. No les conocemos de nada. Probablemente vivan a miles de kilómetros de nosotros, jamás hayan paseado por nuestras calles (si eres canario, enhorabuena), no tengan ningún tipo de conversación en un bar (al menos con nosotros) y no les interese si las croquetas de tu abuela son mejores que las de la mía (que ya te digo yo que no). Pero es precisamente lo que nos gusta de ellos: nos fascinan. Son estrellas. Rutilantes, brillantes, divinas, perfectas. De ahí que sus imperfecciones logren que nos gusten más todavía: si no los humanizan (son suprahumanos, lo sabemos), nos los acercan un poco. Lo justo y necesario.

Dicen que el cine clásico se acabó cuando murió INSERTE NOMBRE AQUÍ. Puede ser Ava Gardner, Marlon Brando, Elizabeth Taylor, Paul Newman. Pero Hollywood no es lo que era desde entonces. Parte de razón no les falta: cuánto daño nos han hecho los publicistas y la televisión. El Hormiguero y Jimmy Kimmel han matado la mitomanía: hemos visto a los actores hacer el bobo de tantas maneras distintas que ya han perdido esa pizca de oscuridad, de candidez y lejanía que les convertía en eso, en estrellas.

Pero ellos seguían teniendo esa chispa. La que todos los demás han perdido. Encandilaban. Encendían los focos y las expectativas allá por dónde pasaban. Su unión (que les convirtió en Brangelina: un aplauso para el inventor de ese híbrido sin parangón) no hizo más que reforzarlos. Los pulió y les sacó un brillo que su prole, sus actividades políticas, sus causas humanitarias, reforzaron.

Ahora rompen y se rompen. Se hacen mundanos. Bajan al día a día de los juzgados, los abogados, los líos de faldas. Esperamos que, al menos, los motivos de verdad (terceras personas, alcohol, marihuana: se oye de todo) se los guarden para ellos. Porque el brillo está a punto de convertirse en barro.