Te han arrancado el corazón, zorra insensible de mierda
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Te han arrancado el corazón, zorra insensible de mierda

HP

Es 1 de enero de 2018. Este año va a la ser la hostia. Noto que con relativa facilidad todo se va encarrilando. Vale que son las 17.32 horas del primer día. Pero lo noto. Mis padres me han dejado en la estación con tiempo y paseo feliz. He podido ver unos libros en la FNAC. Los dependientes de la tienda ya saben que no voy a comprar, pero no sólo no me afean la conducta sino que me sonríen. Todo va de diez.

El tren, puntual. Subo al coche 7 del Intercity 05871. Igual hasta me vengo arriba y no trabajo este rato. Me lo he ganado.

Y sucede.

De repente ocurre lo peor que me puede pasar en cualquier espacio cerrado. Sube una pareja con lo que parece un perro dentro de una pequeña caja metálica perfectamente homologada para su cometido. Ellos lo están haciendo todo bien. Se sientan sin hacer ruido. La gente exclama bajito "¡ohhhh!" porque al parecer el cachorrillo es monísimo. No ladra. Aquella pareja perfecta tiene un perrito perfecto. Nadie lo conoce de nada pero todos están fascinados con aquella criatura. Todos, menos yo.

De repente ocurre lo peor que me puede pasar en cualquier espacio cerrado

Noto que me entra calor en la cara. Sé que va a desencadenarse todo el proceso. Se me ponen los ojos vidriosos, me agobio, me empieza a picar la garganta. No quiero que se me note porque me aflige, me disgusta. Cuando digo que tengo alergia la gente me mira mal. "Alergia" y "te han arrancado el corazón, zorra insensible de mierda" son dos sinónimos que seguro desconocías.

Soy alérgica a los perros y esa jaulita infernal (con perdón) está depositada justo a mi puto lado y eso claramente me agobia, me aflige y me disgusta por un pequeño detalle: desde el primer sofoco hasta urgencias nunca sé exactamente el tiempo que va a pasar. Suele depender de detalles como la raza del perro (sí, las alergias son racistas), las paradas que haga el tren (y por tanto las veces que se abra la puerta y se regenere el aire) y del rato que yo esté expuesta. Tal vez la pareja perfecta baje en un destino anterior a Madrid. Joder, eso sería maravilloso.

De pronto recuerdo que este tren no tiene bar. No tiene bar. Los bares, señoras y señores, salvan vidas. Desde ese momento, decía, no sé con certeza el tiempo que tengo para respirar con normalidad hasta que empiece el asma. No sé el tiempo que tardará en salir la primera mancha de urticaria y parece bastante inminente que voy a empezar a estornudar (con lo que molesta). A pesar de ello, no me preocupa porque tengo la excusa de que estoy un poco resfriada y puede colar. Pienso en pedirles que me cambien el sitio porque ellos tienen los asientos más lejos a donde han dejado el perrito. Claro, como no son alérgicos se han comprado un perro y lo llevan en los trenes levantando "ooooes" a su paso sin reparar en que hay personas que somos alérgicas a los perros, sin plantearse que hasta la fecha no se ha encontrado a ningún perro alérgico a un humano.

Desde el primer sofoco hasta urgencias nunca sé exactamente el tiempo que va a pasar

Estoy en clara desventaja. Me empiezo a poner muy nerviosa. De nuevo pienso en cambiarme de sitio. Ni de coña, rectifico. ¿Qué va a pensar toda aquella gente? ¿Que soy un monstruo que no le gustan los animales? Tengo la batalla perdida.

- "Señora, soy alérgica".

- "Ah ya, que no te gustan los perritos".

- "No señora, soy alérgica".

- "Ah, que te dan miedo. Pero si no hace nada...".

Y entonces digo que sí, que es justo eso y acabo con la conversación. El caso es que no puedo cambiarme de sitio. Una vez le pedí al revisor que me cambiara. Todo el tren entendió como algo normal que, entre el perro y yo, tenía que ser yo la que debía cambiarse. Claramente acababa de perder la batalla y guerra en el primer minuto: el perro gusta más que mis estornudos. Cosa que me parece lógica.

¿Qué va a pensar toda aquella gente? ¿Que soy un monstruo que no le gustan los animales? Tengo la batalla perdida

Adicionalmente me encuentro con otro escollo: la gente suele tener manía a los youtubers porque nos ve exóticos y siente relajo al pensar que un youtuber muere. Yo no me considero youtuber, sólo le hablo a una cámara, pero la gente me llama la youtuber y yo me dejo llamar así porque me debo a mi público. Y otras veces me han llamado Aurora o María y respondo igual.

Así que aquí estoy yo. En el Intercity 05871. No hay desenlace. De momento me quedo aquí. No soporto que la gente piense que soy superficial o inhumana. Prefiero que digan: "Madre mía, esa chica qué raro respira".

De todas formas esta no es mi peor vez. Cuando hice callo con el tema fue hace unos tres años. Fui a comer a una marisquería. Me invitaba un colega. Yo soy alérgica a los crustáceos, pero los moluscos me encantan, así que no me supone un problema porque puedo elegir. De pronto entraron 15 invidentes con sus perritos y se pusieron a comer. Le iba a decir a mi colega que tenía cagalera. Temía que, al decir la verdad, lo de la alergia (el hablar de mierda de verdad) me miraría como si fuera una caprichosa o una elitista. No obstante, decidí decirle la verdad.

"Ay pobres, ¿no te dan pena?", me dijo. "¿Los invidentes?", le contesté pensando que se refería a la dependencia que, de forma inevitable, se genera entre el fiel animal y las personas ciegas."No, los perritos".

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Licenciada en Economía por la Universidad De Valencia y máster de Comercio Internacional en la Universidad de Delaware, en colaboración con la Cámara de Comercio de Castellón. En sus inicios, dirigió un departamento de Comercio Internacional para luego trasladarse al mundo de la banca en Madrid. Con formación artística desde la infancia, pasó por el Conservatorio de Música, donde se formó en piano y canto. Estudia interpretación y trabaja en cine, teatro, televisión y radio en la actualidad. Experta en pedagogía eficiente, ha dado clases de liderazgo y gestión de emociones en grupos empresariales.