¡Dejemos en paz a Clío!

¡Dejemos en paz a Clío!

Deberíamos dejar de molestara la musa de la historia. Unos organizan un simposio titulado Espanya contra Catalunya: una mirada histórica , cuyo mero enunciado pone de manifiesto que el objeto de estudio se ha convertido en presupuesto del mismo, a la par que otros se esfuerzan en demostrar que la unidad española es, por antigua, prácticamente natural.

La actual discusión sobre el denominado derecho a decidir navega entre las procelosas aguas de la historia. Aun cuando no sea el único argumento esgrimido en este debate de sordos al que estamos asistiendo, lo cierto es que tanto unos como otros suelen convocar a Clío para que la musa de la historia les ayude a justificar diagnósticos y soluciones respecto del conflicto territorial/nacional que está cuestionando el marco constitucional creado en 1978. No es, pues, ni casual ni extraño que el Consell Assessor per a la Transició Nacional se haya visto obligado a reconocer en su primer informe que, en materia de legitimidad, la historia importa, con independencia de que éste no sea el primero de los puntos en los que se apoya para avalar la legalidad de la consulta sobre el futuro de Cataluña.

La aceptación generalizada del recurso a la historia contrasta sobremanera con su discutible y discutida naturaleza. Pocos son los que recuerdan que la historia no existe más allá de la historiografía, pues como quiera que aunque este previsto todavía no disponemos de un túnel del tiempo, la historia no puede ser otra cosa que lo que han dicho o decimos que ocurrió en el ese extraño territorio que es el pasado; en consecuencia, se me ocurre que sería muy útil convenir de una vez por todas que la narrativa histórica no es otra cosa que un género literario. Claro está que hay historia buena y mala, pero algo similar podría decirse respecto del teatro o de la poesía; sin embargo, hasta donde alcanzo nadie se posiciona hoy sobre la independencia de la nación (catalana) o la unidad de la nación (española) basándose en dramaturgos o en poetas por excelentes que sean.

Ciegos y sordos respecto de este problemático punto de partida, unos organizan un simposio titulado Espanya contra Catalunya: una mirada histórica (1714-2014), cuyo mero enunciado pone de manifiesto que el objeto de estudio se ha convertido en presupuesto del mismo, a la par que otros se esfuerzan en demostrar que la unidad española es, por antigua, prácticamente natural. Así, por ejemplo, en el curso de los múltiples actos que celebraron el Bicentenario de la Constitución de 1812, se insistió en innumerables ocasiones en la consolidación que de la "Nación española" hiciera la primera norma gaditana en combativos términos de presente, sin recordar, eso no, que los constituyentes gaditanos definieron la nación española como "la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios", por lo que nunca se refirieron a una nación exclusivamente peninsular, sino por el contrario a otra que quiso aunque no pudo ser europea, americana, asiática e, incluso, un poco africana.

Este tipo de combates por hacerse con retazos de la historia para construir o consolidar naciones son tan antiguos como conocidos; es más, su análisis ha permitido a los estudiosos construir un campo temático identificado con la invención de las tradiciones. Algo similar, aunque menos conocido incluso entre los especialistas, puede afirmarse respecto de la invención del Estado, cuya fecha de nacimiento no constituye un dato por más que se empeñen algunos, sino por el contrario un objeto de discusión entre la historiografía jurídica europea desde hace más de cuatro décadas. No parece, sin embargo, que esta conocida polémica sobre los orígenes y naturaleza de la estatalidad importe mucho en nuestro país, habida cuenta que si bien unos hablan de quinientos años de convivencia para referirse a los trescientos de la Monarquía compuesta, que no Estado, otros, cual es el caso del propio Consell Assesor per a la Transició Nacional, hacen una apuesta similar dado que afirman que durante siglos Cataluña desarrolló lo que podría considerarse un marco estatal propio, que sin embargo desapareció en 1714 una vez que se integró por la fuerza en un supuesto Estado español. Habría que preguntar a unos y a otros qué quieren decir cuando utilizan términos tan resbaladizos como son los situados en el campo semántico correspondiente a la historia del Estado, pero mucho me temo que las respuestas sólo añadirían confusión a la otra que proviene de la historia, por orden, de los nacionalismos y de las naciones, que tanto viene dando de sí en nuestro país en las últimas décadas.

Vistas así las cosas, sólo cabe concluir que deberíamos dejar de molestar a Clío con nuestros problemas. Sin duda, la musa de la historia sabe hacer muchas cosas, puesto que hasta toca la guitarra, pero resolver un conflicto más político que constitucional no se encuentra entre ellas. Sus más solícitos adoradores, los historiadores, también saben hacer muchas cosas, pero entre ellas tampoco se incluye la de aclarar el debate sino más bien todo lo contrario. Y es que si a los posicionamientos nacionalistas de cualquier signo les añadimos los que provienen de los diferentes campos disciplinares en los que se divide la historiografía, el resultado es realmente catastrófico; en definitiva, no se puede solucionar un presente y un futuro conflictivos remitiendo a un pasado que también lo es. Olvidarnos, pues, de la historia y de los historiadores en la discusión que enfrenta la indisoluble unidad de España, o de la nación española, con el derecho a decidir de Cataluña, o de la nación catalana, constituiría una medida prudente y, sobre todo, razonablemente higiénica.