El cementerio de Lampedusa: anatomía de un naufragio

El cementerio de Lampedusa: anatomía de un naufragio

Las muertes en el Mediterráneo y los refugiados agolpados en improvisados campos en Grecia trasmiten una imagen bien distinta a las estadísticas o los números de acogida: la de una Europa superada o desbordada ante la llegada de los refugiados que realmente esconde una crisis del régimen europeo sobre el control de las fronteras que ha saltado por los aires.

En el Día Mundial del Refugiado es importante recordar que, según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), estamos viviendo la peor crisis de asilo desde la Segunda Guerra Mundial. A principios de este año, el numero de personas forzosamente desplazadas superaba ya los 60 millones por primera vez desde que existen registros.

En este contexto, más de 10.000 migrantes han perdido la vida en el Mediterráneo intentando llegar a Europa desde 2014, según la propia ACNUR. En los últimos 15 días, con el inicio del buen tiempo y el consiguiente incremento de los trayectos, más de 1.083 muertos, el equivalente a las personas que mueren de media durante siete días en la guerra civil siria.

Todos estos datos nos podrían hacer pensar que en Europa sufrimos un desborde ante la llegada de miles de refugiados, pero la verdad es que apenas hemos recibido una ínfima parte de los desplazados forzosos en el mundo, nada comparable con Turquía, Líbano o Jordania, con muchos menos recursos y población.

Apenas hemos recibido una ínfima parte de los desplazados forzosos en el mundo, nada comparable con Turquía, Líbano o Jordania, con muchos menos recursos y población.

Aun así, las muertes en el Mediterráneo y los refugiados agolpados en improvisados campos en Grecia trasmiten una imagen bien distinta a las estadísticas o los números de acogida. Esta imagen de una Europa superada o desbordada ante la llegada de los refugiados realmente esconde una crisis del régimen europeo sobre el control de las fronteras que ha saltado por los aires.

La alcaldesa de la pequeña isla italiana de Lampedusa (conocida como la Puerta de Europa), Guiseppina Nicolini, afirmaba hace poco en Barcelona que la Unión Europea ha declarado la guerra a las personas refugiadas que llegan desde países en guerra por su política de cierre de fronteras. "El destino de estas personas que desafían a la muerte y el destino de Lampedusa están estrechamente ligados. Como el de todas las lampedusas del Mediterráneo. Las políticas de cierre de fronteras son una condena a muerte. Y condenan a todas las lampedusas a un destino de frontera o de periferia".

Quien ha estado en esta bella isla mediterránea comprende lo que supone ser frontera o periferia; para una población de algo menos de 6.000 personas hay unos 400 militares y policías, un hotpost de internamiento temporal de migrantes en el que conviven algo mas de 500 personas y en cuyo cementerio ya no hay espacio para mas lápidas sin nombre.

La imagen de la crisis de los refugiados es una consecuencia directa del orden que imponen las políticas de austeridad que, mas allá de los recortes y privatizaciones, son, como afirma el economista Isidro López, la "imposición" para un 80% de la población europea de un férreo imaginario de la escasez. Un "no hay suficiente para todos" generalizado.

La imagen de la crisis de los refugiados es una consecuencia directa del orden que imponen las políticas de austeridad la "imposición" para un 80% de la población europea de un férreo imaginario de la escasez. Un "no hay suficiente para todos" generalizado.

Solo así se explica que un millón de refugiados, cifra que en otras épocas habría sido insignificante, esté generando un terremoto político continental. Construyendo muros y concertinas basados en el miedo al otro, a lo desconocido, que agrandan la brecha entre ellos y nosotros. Muros tras los que se refuerzan los repliegues identitarios y los nacionalismos excluyentes. Muros que reavivan antiguos fantasmas que hoy, de nuevo, recorren Europa.

Las instituciones y gobiernos europeos están respondiendo a uno de los mayores retos a los que se enfrenta la UE en los últimos tiempos con una combinación inédita de neoliberalismo y xenofobia, un fortalecimiento de todas las políticas securitarias y de externalización de fronteras, del que el acuerdo EU-Turquía es uno de sus mayores exponentes. Este acuerdo desmonta una vez mas el mito de una EU garante de los derechos humanos y las libertades, devaluando aun mas el premio Nobel de la Paz con el que fue galardonada en 2012 por defender unos derechos que ahora pisotea, deportando personas que tienen derecho al asilo sin permitirles solicitarlo, regularizando las devoluciones en caliente.

Todo ello no es solo injusto e inmoral, sino que vulnera el derecho internacional y comunitario, como denunció el alto comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados en el propio Parlamento Europeo, aplaudido por los mismos diputados que horas después votaban a favor de considerar a Turquía un país seguro.

En vez de asegurar un pasaje seguro para miles de víctimas que huyen de la guerra, la Unión Europea ha renegado de sí misma, externalizando la gestión de nuestras fronteras y de los deberes de acogida al contratar a la gendarmería turca a cambio de algo mas de 6.000 millones  y de avanzar en su integración, en un momento en el que el gobierno otomano ha retrocedido en sus estándares democráticos. La UE ha entregado al Gobierno turco el papel de interlocutor preferente, salvavidas de Schengen y vía de escape de las actuales tensiones europeas internas, acompañándolo de un barniz de legitimidad internacional y mirando para otro lado ante las continuas violaciones de derechos humanos que se cometen en territorio turco.

En vez de asegurar un pasaje seguro para miles de víctimas que huyen de la guerra, la Unión Europea ha renegado de sí misma, externalizando la gestión de nuestras fronteras y de los deberes de acogida al contratar a la gendarmería turca.

Además estamos comprobando estas semanas, con el incremento de los trayectos entre Libia y las costas de Lampedusa y Sicilia, que el acuerdo UE-Turquía no evita la incansable llegada de aquellos que huyen de las bombas, solo dificultara las rutas de acceso y provoca más víctimas. Los cadáveres de los náufragos de las pateras y las vallas fronterizas manchan cada día más las manos de sangre de los dirigentes europeos, cuestionando directamente la legitimidad de un proyecto que se asienta sobre el racismo institucional de la Europa-fortaleza.

La gestión de la llegada de miles de refugiados a Europa es un síntoma de la propia crisis europea, una crisis política que está destapando los límites de la UE, siendo la mutación neoliberal y los rebrotes de xenofobia institucional los motores del sabotaje del propio proyecto europeo, como estamos comprobando también en el propio debate sobre el 'Brexit'. El vacío que genera una alternativa política creíble europea lo ocupan el miedo, la xenofobia, el repliegue identitario, el egoísmo estrecho y la búsqueda de cabezas de turco.

Hace unas semanas pude visitar el cementerio de la isla de Lampedusa guiado por la inestimable compañía de Paola, una activista de la isla que lleva años dedicada a intentar rellenar con nombres las lápidas de los náufragos ahogados en las costas de su isla. Muchas veces no puede y, tal y como comprobé en el cementerio, solo aparecen números. Otras, consigue edades estimadas y descripciones vagas de los muertos.

La actividad de Paola no tiene una motivación caritativa, es una denuncia política: con cada dato, cada nombre, se rebela contra aquellos gobiernos e instituciones que tratan a los muertos en el Mediterráneo como simples números y les devuelve el estatus de personas, recobrando partes de sus historias de vida en las lápidas del cementerio. Un cementerio que es hoy, mas que nunca, el ejemplo gráfico del naufragio político y moral del proyecto europeo.