¡Arriba España!: genealogía de un grito falangista
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¡Arriba España!: genealogía de un grito falangista

Tanto canto matutino, tanto saludo franquista, tanto eslogan coreado, debió inocularme algún germen patógeno que, con el paso del tiempo se convirtió en una vivificante vacuna contra salvadores de patrias y patriotas de salón.

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Foto de José Antonio Primo de Rivera/EFE.

El 20N y el 20D son dos de ese tipo de fechas emblemáticas en las que uno se pregunta: ¿Qué pasó?

El 20D, hasta hace poco, no era más que el aniversario del asesinato del almirante Carrero Blanco. La explosión que elevó el Dodge Dart del entonces vicepresidente del Gobierno con Franco hasta la azotea del edificio de los jesuitas en la calle Claudio Coello de Madrid, sacudió en 1973 los cimientos del régimen franquista. De pronto, Franco se quedaba sin sucesor, sin aquel estratega preparado para hacer continuar el régimen a la muerte del dictador. Carrero había asistido a misa, comulgado y poco después dejó de existir.

Hoy Mariano Rajoy le da otro aire al 20D. Convocó para este día unas elecciones que van a ser históricas, porque cambiarán sustancialmente la composición de las Cortes y, consecuentemente, la manera de hacer política. Seguro que Rajoy simplemente se basó en elementos de estrategia electoral para convocar las elecciones, pero "manda huevos", como decía su compañero de partido Federico Trillo, vaya fecha la elegida.

El 20N, por su parte, supone la conmemoración de la muerte del dictador Franco, dos años después de Carrero, en aquella tétrica camilla, ensartado con tubos, goteros y máquinas de reanimación, que pretendían hacerle durar al máximo para evitar el previsto desmoronamiento del régimen.

EL 20D y el 20N han sido fechas paradigmáticas para los nostálgicos del franquismo, hasta que Rajoy le dio otro aire a la primera de ellas con la convocatoria electoral.

El final de Franco tuvo un poso de indignidad que contrastaba de forma clara con la triunfante imagen de sus días de vencedor de una contienda civil en la que, junto a otros militares sediciosos, decidió levantarse contra el poder legal de la República Española e instalar una dictadura que abolió la libertad durante decenios.

La coincidencia del día electoral con una de esas fechas de infausto recuerdo franquista, sirve para reflexionar sobre uno de los aspectos más llamativos de aquellos primeros días de victoria del bando nacionalista de Franco, como fue el de sus símbolos.

De pronto, el yugo y las flechas de los Reyes Católicos adquirieron un nuevo significado, el saludo fascista se impuso, y el habitual ¡Viva España! parecía poca cosa a los sublevados, por lo que decidieron cambiarlo por su grito de guerra: "¡Arriba España!

Ese lema estaba indisolublemente unido al Cara al sol, el himno de Falange Española. Aquel partido ultraderechista que tras la Guerra Civil, Franco metió en el turmix ideológico con otros elementos y creo el "frankestein" político denominado FET y de las JONS que tantos alcaldes, presidentes de la diputación y ministros produjo durante la dictadura.

Durante esa dictadura el Cara al sol fue para los niños de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo un himno habitual, de uso diario. Y lo fue porque el sistema educativo franquista obligaba a cantarlo cada mañana al inicio de las clases, puestos en pie y en fila de a uno, con el brazo extendido en saludo fascista.

Al frente, en la pared de la escuela y por encima de la mesa del maestro, se situaban los símbolos de la victoria de los sublevados contra la República, los retratos de Franco y de José Antonio Primo de Rivera y tres banderas, la rojigualda española, la rojiblanca con la cruz de San Andrés carlista, y la rojinegra de Falange.

El canto del Cara al sol de aquel coro infantil finalizaba con un sonoro "¡Arriba España!". El maestro, que en mi caso era además mutilado de guerra, se encargaba de poner el correspondiente tono de milicia infantil a aquellas jornadas matutinas. Como yo había nacido en una familia de perdedores de la guerra, aquello del cántico facha me resultaba repelente, pero no había forma de escaparse, salvo el viejo truco de simular que cantabas simplemente moviendo los labios y estando atento a que cuando el mutilado de guerra apareciera a tu lado te oyera cantar la estrofa correspondiente con especial fervor.

Tiempo después, cuando del Cara al sol pasé a lo contrario, como corresponde a la influencia inversa de una educación dirigida, me topé con un hecho curioso que, todavía hoy no deja de sorprenderme.

Llegada la época universitaria, en ese periodo de la Complutense en el que te entran ganas de investigar sobre todas y cada una de las grandes cuestiones de nuestro tiempo, di de bruces con la gran sorpresa: el Cara al sol y el "¡Arriba España!" tenían cierta ascendencia vasca.

La verdad es que lo del "arriba", era algo que siempre me sorprendió, se parecía mucho al "gora" del grito nacionalista vasco "¡Gora Euskadi!", tan prohibido durante la dictadura. Y mi sorpresa fue enorme cuando supe que ese grito se lo propuso Rafael Sánchez Mazas a José Antonio Primero de Rivera. Sánchez Mazas conocía de primera mano por su experiencia vital en Bilbao el grito de los nacionalistas vascos, y como los falangistas querían cambiarlo todo, crear una nueva sociedad, les venía bien esa sonora expresión.

Pero hay más, el "¡Arriba España" los falangistas lo incluyeron en el Cara al sol, como remate final, y ese himno de Falange con el que me hicieron tragar a diario en aquella escuela franquista había tenido un nacimiento de lo más inesperado para mí.

Descubrí que había sido el propio José Antonio Primo de Rivera quien reunió en un restaurante de cocina vasca en Madrid, el Or Konpon, a siete destacados miembros del partido y les conminó a crear en aquella reunión un himno oficial. Y de esa reunión salió el Cara al sol. La música era de Juanito Tellería, un músico guipuzcoano de Zegama, y de los pocos letristas convocados por Primo de Rivera, tres eran vascos, Rafael Sánchez Mazas, Jacinto Miquelarena y Pedro Mourlane Michelena.

El descubrimiento me dejó pasmado, en un restaurante vasco de Madrid un músico del Goierri guipuzcoano, dos bilbaínos y otro de Irún habían formado casi la mitad de aquella fanfarria creadora del himno que azotó a diario mis delicados oídos de infante.

Aunque, ahora que lo pienso quizá les deba estar agradecido. Tanto canto matutino, tanto saludo franquista, tanto eslogan coreado, debió inocularme algún germen patógeno que, con el paso del tiempo se convirtió en una vivificante vacuna contra salvadores de patrias y patriotas de salón.