Artur Mas y el ardor guerrero

Artur Mas y el ardor guerrero

Hay otras vías, otras posibles salidas. ¿Fáciles? Ninguna lo es. Pero antes de que Artur Mas acabe por intoxicarse del todo con su propio ardor guerrero, antes de que la frustración entre los catalanes estalle, antes de que la corrupción negra, la blanca y la gris arrastre lo mejor de la Transición por el desagüe, ¿no podría el presidente del Gobierno tomar la iniciativa? No espere al 10N, Sr. Rajoy. Eso sí sería una excelente noticia, para quienes creemos que la convivencia aún es posible.

Si algo ha hecho bien Mariano Rajoy en el pulso que mantiene con Artur Mas durante este tiempo es la contención en las formas. A pesar de cómo le jaleaban desde el sector más duro y catalonofóbico de su partido, nunca ha respondido a preguntas trampa tipo: ¿Recurrirá al Ejército si el desafío nacionalista llega a su extremo? (la idea de tanques avanzando por la Diagonal camino al Palau excita extraños sueños imperiales en algunos).

Curiosamente, ha sido hoy el President de la Generalitat, en el día quizás más triste de su carrera política, quien se ha envuelto en un ardor guerrero dialéctico al anunciar la suspensión de la consulta del 9N, una suspensión cantada que no deja de desvelar su gran debilidad: la ruptura del frente político por la independencia. En su honor, hay que decir que Artur Mas tampoco ha hecho esfuerzos por ocultarla: las "grietas" en la "porcelana fina" del acuerdo, su apelación a que esa debilidad "puede" transformarse en fortalezas "si" el sucedáneo del 9N es un éxito...

Pero señalar al Estado español como el "auténtico adversario" político, situarlo a cientos de kilómetros (?!), aludir a la legítima defensa como cobertura de sus próximos pasos, apelar a la sociedad civil ("ahora necesitamos más gente que nunca") y afirmar que ha defendido "por tierra, mar o aire" el consenso político es un recurso dialéctico que exuda desesperación.

El Govern de Mas y de CIU pende ahora, más que nunca, de Esquerra Republicana. Oriol Junqueras puede retirarle su apoyo en las próximas horas, forzar las elecciones plebiscitarias y romper -o no- definitivamente, el frente soberanista catalán para acudir así como principal marca independentista en solitario, y legalmente, a las urnas. La nueva consulta placebo que Mas planea para el 9N puede ser legal, pero sin duda es meramente cosmética: en el fondo, supone un fraude para quienes quieren votar, y que su voto cuente.

Con CiU fracturada y unas expectativas electorales en caída libre, unas elecciones plebiscitarias supondrían un golpe mortal para el partido hegemónico en Cataluña. Los "exploradores" de Convergència no dejan de tantear otras salidas al laberinto, y el líder de los socialistas catalanes ha vuelto a mostrar una esta misma mañana: "Si yo fuera presidente, antes hablaría con todo el mundo. A mí no me han llamado", ha dicho Miquel Iceta en La Ser.

Hay otras vías: ayer leía con atención el blog que publicó en El Huffingon el catedrático de filosofía de la Universidad de Barcelona Manuel Cruz, quien alertaba: "Hay mucha gente en Cataluña que ya vive como si fuera independiente, que ha roto todos los vínculos simbólicos, imaginarios, con el resto de España". Y proponía:

"No basta ya con el gesto amable, con el palmoteo en el costillar entre ministros y consellers con ocasión de alguna inauguración, entre croqueta y croqueta. Ni siquiera es suficiente ya con crear comisiones, abrir mesas de diálogo o convocar encuentros de subsecretarios de ambas administraciones. Todo lo anterior es necesario, desde luego, pero de todo punto insuficiente. Las medidas por tomar han de estar a la altura del problema. Y las aguas del problema han sobrepasado con mucho la rayita que recordaba en la pared del muro de contención el último desbordamiento. "

Cruz, que preside la Asociación Federalistes d'Esquerres, abogaba en su post por una profunda reforma constitucional que convierta el estado de las autonomías en un auténtico estado Federal, en la línea que propone Nicolás Sartorius, otra lectura obligada hoy en El Huffpost:

"No es un problema de Cataluña. El descontento es general por diferentes motivos es un problema de España. Además, entre el independentismo de unos y el inmovilismo de otros nos pueden llevar al desastre. Desde la sociedad se debe de intervenir. No podemos permanecer como meros espectadores. Es demasiado importante lo que nos jugamos.

Han transcurrido 34 años y hay que poner al día nuestro sistema democrático con esta y otras reformas. Pensamos que el federalismo es la culminación natural y lógica del Estado de las Autonomías. Es el modelo que mejor garantiza un destino común, basado en la solidaridad y la lealtad por medio de la cooperación, en el respeto a las diferencias y particularidades de nuestra sociedad."

Otra vía, otra posible salida. ¿Fácil? Ninguna lo es. Pero antes de que Artur Mas acabe por intoxicarse del todo con su propio ardor guerrero, antes de que la frustración entre los catalanes estalle, antes de que la corrupción negra, la blanca y la gris arrastre lo mejor de la Transición por el desagüe -como ayer alertaba Esther Palomera-, ¿no podría el presidente del Gobierno tomar la iniciativa? No espere al 10N, Sr. Rajoy. Eso sí sería una excelente noticia para quienes creemos que la convivencia aún es posible.